María Dolores Vila Tejero es maestra, pedagoga, pero ante todo es sobrina de Delhy Tejero y lucha de manera incansable por mantener vivo su legado, en el que ella misma sigue descubriendo obras. «Hace poco un amigo mío compró un anuario de la revista ‘Crónica’ de 1932 y contamos hasta 175 ilustraciones suyas», sostiene, destacando que es la pintura de caballete la que tienen más «localizada», mientras que la mural «prácticamente ha desaparecido, por desgracia». Aún así, cuantifica en un 80 por ciento lo que tiene catalogado de un conjunto artístico custodiado en parte por el Museo Reina Sofía.
Viajera incansable, investigadora, su afán por el conocimiento en profundidad de las técnicas llevó a Delhy Tejero a París, Florencia, Nápoles, Bélgica…, pero ella siempre tuvo muy presente sus raíces. «Las manifestaba hasta en obra que aparentemente no era de la tierra», destaca Vila Tejero, recordando que la pintora, ilustradora y muralista opinaba «que si no partes de lo particular, es muy difícil llegar a lo general, a lo universal». Prueba de ello es que «estuvo pintando Toro hasta el último momento». «Todos los años repetía la misma ceremonia». Empezar un nuevo cuadro de aquel municipio venido a menos, como otros tantos de la Castilla profunda, era casi para la artista como un ritual, aunque «muchas veces por falta de tiempo no lo acababa». «Algunos, son verdaderas iniciaciones, pero se percibe la evolución de cómo ella ve Toro y no como paisaje, sino como esencia».
Al igual que otras de sus compañeras de formación, su incursión en el mundo del arte llegó de la mano de la ilustración. De esta etapa. María Dolores Vila Tejero destaca la serie ‘Tipos populares’ reproducida en la revista ‘Blanco y Negro’, un trabajo en el que considera que su tía gozó de una «libertad» casi plena, y muestra de ello es que «repitió, no menos de cinco veces, temas de Zamora». «Delhy era ‘la niña del ABC’. Con una cara aniñada y su pelo cortito, casi a lo garçon, mi tía era jovial en muchos aspectos, pero sobre todo en su obra y la prensa en general consideraba que este diario tenía una predilección por ella. Es verdad que ahora nos choca mucho ese lenguaje, nos parece incluso inadecuado, pero en aquel momento podemos decir que era un elogio».
Temas populares y escenas regionales ocuparon principalmente sus dibujos de aquella época, para los que estudiaba fielmente los escenarios y vestidos rurales y a los que aportaba un sesgo etnológico infrecuente, justificado, señala Patricia Molins, comisaria de la exposición que estos días se puede ver en el Museo Patio Herreriano, «tanto por sus orígenes como por su adhesión a la renovación pedagógica y estética de lo popular, característico de la Generación del 27». Una corriente que «estuvo plagada de mujeres interesantes», subraya Vila, que confiesa no gustarle mucho que se refieran a ellas como ‘Las Sinsombrero’ porque no deja de ser algo anecdótico, y destaca que muchas sí tuvieron «éxito» en su momento, aunque luego fueran silenciadas.
Recuerda que aunque Delhy ‘bebió’ de corrientes de la época guardó celosamente su independencia, lo que a veces le costó caro en un panorama artístico dominado por escuelas, equipos y colectivos. «Fue una cosa voluntaria. Quiso evolucionar; no formar parte de movimientos rígidos ni firmar manifiestos», apunta, destacando que esa libertad le permitía trabajar a su ritmo y hacer lo que quisiera sin depender de marchantes ni galeristas.
Así queda reflejado en ‘Los cuadernines. Diarios 1936-1968’, que María Dolores Vila editó hace unos años junto al autor zamorano Tomás Sánchez Santiago.Estos textos han dejado un testimonio íntimo del trabajo y de la vida de una mujer que «era capaz de gozar con cosas que nos parecerían nimias y sufrir con otras que nos resultarían banales». «Creó que disfrutó de su obra a pesar de que muchas veces expresara lo contrario. Formaba parte de esa dualidad de Delhy que la hizo igual de feliz que atormentada».
Incluso de circunstancias adversas, como cuando tuvo que prolongar su estancia vacacional en Marruecos por el estallido de la Guerra Civil, supo sacar provecho, como se puede ver en algunos de los dibujos, retratos de personas y vistas urbanas que dejó, lejos del exotismo habitual de otros artistas viajeros de la época: «Me la imagino transitando con su bloc y su lápiz por las calles de Fez como lo había hecho por Toro».
A María Dolores le es difícil decidir cuál es su obra predilecta de la artista zamorana: «Me gustan mucho sus dibujos. También el último retrato que me hizo y el que tiene mi hermano Javier, en azules y amarillos, que se puede ver en la exposición».
De lo que en ella se muestra dice que «es una buena selección» y le gustaría que el visitante percibiese la «capacidad de construcción» de la creadora y su ética, su «limpieza de mente». Cree que la exhibición plasma a la perfección la «grandiosa importancia» que dio a la mujer y a la tierra, y pone como ejemplo ‘La Cena’, la pintura que realizó para el Hotel Condestable de Burgos donde María Dolores ve «una sacralización total de la mujer». Remarca, por ello, que «Delhy hizo política, ideología, sin necesidad de firmar manifiestos feministas». «Hizo de su oficio una manera de vida y por ello digo que cumple todos los presupuestos de lo que era la mujer moderna», concluye.