Un manicomio era la plaza. Retumbaban los oles, alzaban los del chaleco y los de la camiseta los brazos al cielo, se derramaban las copas y se besaban compañeros de tendido que nunca se habían besado. Valdemorillo era una tierra de amor y locos bendecida por el toreo de Juan Ortega . Mucho más que toreo: aquella quinta sinfonía contaba la alegría de la vida y curaba heridas de naufragio. Desde la sanadoras verónicas hasta el profundo broche, allá donde toreaba todo el cuerpo, allá donde la mente volaba hasta un edén del que no queríamos regresar. Todo lentamente, sin prisas ni urgencias, desde ese saludo en el que Asustado ya apuntó su fenomenal son. Acariciaba Ortega cada embestida, la guiaba, ¡la alegraba! Bailaba la grada por chicuelinas; se frotaba la gente los ojos en la doble media: arrebujadísima una; a cámara lenta la otra. Se desgañitaba la afición, que había colgado un histórico ‘No hay billetes’ en la cubierta –el segundo tras el suceso de Morante en 2022–. Y tras su caro capote llegó el recital con la muleta… Gallistas brotaron los ayudados de un torero de espíritu belmontino que no sólo rompía moldes, sino que creaba uno nuevo en el cambio de mano, antesala de un pase de pecho monumental. Toreaba en la cara del toro y toreaba cuando salía: qué manera de llenar el redondel. A derecha e izquierda repasó al ralentí los lugares míticos de la tauromaquia, que desembocaban en Triana. Hasta afianzar con hondura genuflexa aquel pitón zurdo de clase y ritmo. Jóvenes y veteranos cogían el móvil para ‘tiktokear’ e ‘instagramear’, orgullosos de ser testigos directos de cómo se pinta al óleo sobre lienzo. «Déjense de móviles», dijo un sabio. Porque aquella obra de arte, que era la vida, había que mirarla a los ojos. Sin pantallas. Con la naturalidad que nacía y moría; con la naturalidad que enamoraba. Sonreía Juan. Sonreían aún más sus partidarios con la estocada que le entregaba las dos orejas y la puerta grande de su ‘reaparición’ española. Ya en su primero había dejado el apunte de unos delantales dormidos con un animal que cambió ásperamente en banderillas y, luego, se desentendió pronto. Feria de San Blas Plaza de toros de Valdemorillo. Sábado, 10 de febrero de 2024. Segundo festejo de feria. Lleno de ‘No hay billetes’. Toros de Núñez del Cuvillo, destacó el estupendo 5º dentro de un conjunto sin fondo ni clase en general. Alejandro Talavante, de negro y plata. Estocada trasera (silencio). En el cuarto, estocada desprendida y tres descabellos (silencio). Juan Ortega, de corinto y oro. Estocada delantera (petición y saludos). En el quinto, estocada (dos orejas). Ginés Marín, de nazareno y oro. Estocada (saludos). En el sexto, estocada (saludos). Se guardó un minuto de silencio por los guardia civiles asesinados en Barbate.Debutaba Talavante en La Candelaria. Y lo hizo con un toro protestadísimo, al que trató con mimo. Escaso fondo traía el cuarto y nada se redondeó. Como Ginés, con encomiables deseos, pero sin su habitual tacto. Suyo fue el toro más difícil del desfondado conjunto, con un quinto que sacó la cara por sus hermanos mientras volaban las palomas y los pañuelos para Juan Ortega. Qué manera la suya de contar el toreo, de mecer la vida.
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Juan Ortega: qué manera de contar el toreo, qué manera de mecer la vida>
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