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Aventurarse a predecir qué camino recorrerá este Sevilla de aquí a final de temporada es una cuestión inalcanzable. Por eso vive el presente, el día a día, el minuto a minuto, que a todas luces es competitivo. Impredecible. Ha escogido sin temor a equivocarse la senda del combate cuerpo a cuerpo el equipo de Quique, cuya bandera defensiva instaló en el feudo de todo un líder como es el Real Madrid, donde forjó una nueva demostración de entereza un grupo que tiene aprendidos multitud de conceptos en las dos áreas. Ahora le toca aplicar con destreza especialmente los ofensivos, pues los defensivos sabe domarlos sobremanera en comparación a quien representó hace no mucho. Modric, con un zapatazo inapelable en el momento que se olía el reparto, batió a un Nyland que volvió a ser de los mejores para felicidad de los nervionenses, o más bien melancolía. En-Nesyri gozó de la más clara en el primer tiempo y Kike Salas sacó matrícula en la facultad de Defensa el día que todos los ojos apuntaban a Sergio Ramos.Hacía casi cuatro años que Sergio Ramos no se vestía de corto en el Bernabéu. Marzo de 2020. El Sevilla aún no había levantado la sexta que alzó en Colonia y no fue la última. El cuarto jugador que más ha lucido la camiseta de las estrellas se presentaba con el escudo que soñó hace mucho en una plazoleta de Camas, hoy revestido de un azul por las circunstancias de acudir como visitante a un sitio en el que te conocen mejor que nadie. Extrañamente familiar. Azul como la tarjeta que quieren implementar los árbitros para expulsar jugadores unos diez minutos. De momento nadie nos ha dicho de qué color será la que nos libre de algunos colegiados el partido entero. Le sacó una cartulina bien alta el Sevilla al Real Madrid con aquel comunicado en el que ponía bien claras sus cartas en la capital. Que pase lo que tenga que pasar, pero lo que venía ocurriendo era inconcebible y los de Nervión volvieron a decir basta. Basta, ergo fútbol. Muchas palmas se sucedieron cuando al final del calentamiento, el Bernabéu se rendía a los pies de su excapitán: Ramos había vuelto con el brazalete de Navas y su gente le hizo sentirse como en casa .No mide lo que Rudiger pero sus nudillos son mucho más intimidantes. Ilia Topuria ofreció el balón en el saque de honor y la escena inicial del campeón mundial de peso pluma iba a ser la mejor metáfora del encuentro. Érase un combate de golpes y contragolpes . Miraditas en el saludo, deportividad con los puños sin guantes y el frío que arroja el aire de un silbato imparcial. Y choque por aquí, impacto por allá, Ocampos tocó para Isaac, e Isaac cedió la pelota directa con velocidad de crucero al pie de En-Nesyri, que en vez de rematar como hizo ante el Rayo Vallecano —bendita conexión aquella que enciende el sentido de Nervión—, la envía lejos de la meta defendida por Lunin con todo para dejar a su rival KO justo al empezar. Si era Isaac quien se la pasaba a sí mismo era gol, pensarían por Lebrija, antes de que los de Quique vieran cómo era el Real Madrid ahora quien lo ponía contra las cuerdas. Demasiado fácil fue la primera concesión relevante ante una cuadrilla como la de Ancelotti , ávida de velocidad e ingenio, que en la zona de la mediapunta ve aparecer la perspicacia de Vinicius, que pone un balón de esos horizontales que siembran dudas en la salida de la muralla nervionense y hace efectiva la llegada de Lucas Vázquez muy cerca del área. Controla a placer el lateral a medida que se introduce en los dominios de Nyland y el gallego remata sin pudor. Gol. ¿Gol? Stop. Se detiene el encuentro. Díaz de Mera acude al monitor y ve cómo el golpe previo de Nacho a En-Nesyri en el arranque de la acción es tan claro como su decisión de anular el gol, que no sube finalmente al marcador para justicia de quienes vieron en un segundo lo que el juez tardó en decidir en unos mil. Ya sabíamos que la justicia iba lenta pero no tanto. Empate a puntos en un primer tiempo en el que se constató la capacidad de salida sevillista y su orden atrás ante la pegada local. Todos los caminos en esa marcha buscaban a un perfil solidario como Ramos, y Óliver tenía una dura papeleta en el medio con Kroos que apenas supo resolver. No digamos ya Soumaré y un Sow que abrían siempre a banda por decisión de Quique para generar superioridad en los flancos. Porque si tu adversario suele tener una zancada larga como la del Real Madrid, luego son menos los pulmones que en teoría pueden tener aire con el que poder bajar. En teoría.Una de las características más valorables desde que Quique ha llegado es el sentido de la amplitud . Lo es cuando apenas ha arrancado jugada, en un imponente Bernabéu cuya remodelación lo convierte en un auténtico palacio de metal pensado para cosas que trascienden al propio fútbol. Tocar y abrir. Despegarse. También cuando iba ganando yardas, con la personalidad de la que muchas veces adolece en los más grandes templos, y por supuesto en la colocación a la hora de contener la explosión de talento que siempre viene. Imprimir intensidad en los duelos era la gran misión por cumplir de un Sevilla dispuesto a que Vinicius no ganase espacios, Kroos balones y Brahim pugnas. Sólo así tienes la posibilidad de sacar provecho del Bernabéu. También para tapar castañazos como el de Valverde desde su casa al filo del descanso.Y el uruguayo volvía a ser noticia en la reanudación tras recibir un pase medido de Brahim y estrellar su disparo a la madera. El ‘pajarito’ le da con la rodilla de apoyo en vez de con su diestra y el Sevilla se salva. Reaccionar se antojaba necesario y era Ocampos quien tomaba la banda zurda, levantaba la cabeza, y con el exterior de su bota se la ponía a Isaac, que remata con el alma y Lunin desbarata todo con reflejos de boxeo. El duelo enloquecía por momentos y Ramos caía en el momento más inoportuno ante la presencia de un Rodrygo que tiraba alto. Más orientado iba el chut de Vinicius en el que Nyland se estira ante el clamor del Bernabéu, una candela blanca de cuya quema se libraban de momento los de Quique, sin dar nunca por perdido un balón y concentrados en todas sus líneas, aunque algo falto de verdad arriba.Se lesionaba, cosas del fútbol, el trencilla principal. Lo que hablaba a las claras de que la cita estaba causando estragos en lo físico. «¡Que salga Negreira!», cantaban al tanto en las gradas de la animada capital de España. Y Ocampos veía la quinta y se perdía el enfrentamiento ante la Real. Kike Salas volvía a ser el orgullo de Morón con otra soberbia actuación en la que minimizaba cada mota de peligro ante uno de los ataques más temidos de Europa. Y Quique introducía tres caras nuevas: Juanlu, Suso y Véliz, para ganar frescura y abrir líneas sin éxito. Para nada serviría todo ese esfuerzo final, porque cuando más cerrada parecía la entrada a gol de la puerta de Nervión, Modric encontraba la fórmula con un control exquisito, le hacía un cinturón a Soumaré, y el croata sacaba un latigazo al fondo de las mallas de Nyland. Reclamaban al debutante Fernández Buergo un fuera de juego los sevillistas en una queja que no llegaría a ningún lado. Sólo al lamento postrero de un Navas que no entendía por qué lucharon como nunca en todo un Bernabéu y se quedaron sin firmar el triunfo, como en los últimos casi 16 años.
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