Trump ordenará que se admitan solo «dos sexos» y firmará dos órdenes ejecutivas que reconocen sólo al sexo femenino y al masculino para documentos oficiales como los pasaportes. ¿Inaugurará EEUU una nueva era donde las políticas se fundamenten más en la realidad? ¿Sucederá también en Europa? Va a ser difícil reconducir el sesgo ideológico de la izquierda fantasiosa en nuestras políticas.
Por ejemplo, lo crean o no, Is pregnancy a disease? A normative approach (¿El embarazo es una enfermedad? Un enfoque normativo) es el título de un paper publicado en PubMed que sostiene que existen algunas razones convincentes para considerar al embarazo como una enfermedad. Me enteré del trabajo porque sigo a un divulgador científico que niega el fenómeno trans y que está en la diana del colectivo LGTBetc. Me refiero a Colin Wright, doctorado en Biología Evolutiva y Director ejecutivo y editor en jefe de la revista Reality’s Last Stand, publicación dedicada a la libertad de expresión, la ciencia y… la realidad. El hombre mostraba su disgusto en X. No sólo porque los autores considerasen el embarazo como patológico, sino porque el paper hubiera sido subvencionado por el programa de investigación e innovación de la Unión Europea, Horizon Europe (HE).
Como yo había apoyado con interés a HE y colaborado en sus actividades en mi etapa de eurodiputada y miembro de la Comisión de Cultura y Educación, me llamó la atención. Ese es un programa que está financiado con 93.500 millones de euros entre 2021 y 2027. Horizon Europe (antes Horizon 2020) tiene como objetivo que el ciudadano europeo comprenda y promueva el cambio tecnológico y social. Así que le di un vistazo a ¿El embarazo es una enfermedad?, de Anna Smajdor y Joona Räsänen, ambos noruegos, filósofos e interesados en la ética aplicada y la ética biomédica.
Los autores intentan identificar algunas características clave de lo que hace que algo sea una enfermedad y analizan si se aplican al embarazo. Hasta ahí nada que decir, pero es bastante extravagante al final ver que consideran que sí se aplican porque, a su modo de ver, el embarazo es causado por un patógeno. Y ese patógeno, ese «organismo externo que invade el cuerpo del huésped», claro, es el feto. Como dice Colin Wright, un feto es completamente interno, y si se refieren a los espermatozoides, sigue siendo un error. Los espermatozoides no son «patógenos» ni «organismos», son células germinales, gametos. Y añade, irritado: «Sospecho que los autores no tienen un conocimiento muy sólido de la biología básica».
A mí me parece fundamental que la reflexión sobre el mundo y la vida se haga también, como siempre ha sido tradicional, desde las humanidades. Desde la filosofía en el caso que nos ocupa. Es interesante que desde todos los campos se especule sobre los dilemas que el avance de la ciencia y la tecnología biomédica nos plantean. Pero no sé si vale la pena cuando no se recoge en el esfuerzo todo aquello que sobre la naturaleza del ser humano nos ha llegado desde la biología en los últimos decenios.
«Quizá haya límites para asignar recursos a trabajos que serpentean entre la ciencia especulativa y la victimización feminista»
Anna Smajdor, que es profesora asociada en la Universidad de Oslo, Departamento de Filosofía, Clásicos, Historia del Arte e Ideas, ya se había aventurado en zonas espinosas en anteriores trabajos, por lo que he explorado. En uno del 2023, Beyond the sound and fury: Whole body gestational donation, se planteaba el uso de cuerpos de mujeres difuntas como receptáculos para la gestación de bebés. «Sugiero que, si aceptamos la donación de órganos en general, las cuestiones que plantea la donación gestacional de cuerpo entero son diferencias de grado más que nuevas preocupaciones sustanciales», afirma. Incluso asegura que podrían utilizarse también los cuerpos de hombres difuntos porque, no sé si como ironía o en serio, «tal vez con ello se eviten algunas posibles objeciones feministas». Y aquí le podríamos aplicar la conocida frase que sobre el comunismo pronunció el famoso entomólogo E.O. Wilson: «Gran idea, especie incorrecta».
Estas disquisiciones ya se reflejaban en los libros de ciencia ficción de los 70. No son gran novedad. Una razón más para adherirme a la pregunta que formulaba Colin Wright en X: «¿Cree que la mayoría de los europeos aprobaría que sus impuestos financiaran una ‘investigación’ que rebajase el embarazo a una ‘enfermedad’?» Y la coletilla era muy pertinente: «Cuando las tasas de fertilidad en Occidente están en mínimos históricos».
Quizá haya límites para la asignación de recursos en trabajos que serpentean en una línea entre lo científicamente especulativo y la posible victimización feminista en una Europa donde el contribuyente cada vez se siente más estrujado económicamente mientras no ve atendidos en absoluto sus problemas más acuciantes. A veces parece que nos sobra el dinero.