Cuántas veces habrá recordado Pedro Sánchez la frase que pronunció cuando abominaba de la posibilidad de gobernar al alimón con Podemos: «No podría dormir tranquilo». Desde entonces, ha llovido mucho y el insomnio le persigue.
Sánchez eligió compañeros de Gobierno –y de cama– y ya se sabe que, quien con niños se acuesta…
Tras Podemos, llegó Sumar y, desde la periferia, el independentismo catalán y el vasco acabaron de completar la tropa con la que capea el presidente del Gobierno el día a día. Y ¡joder qué tropa!, que diría el Conde de Romanones.
Al pobre Álvaro de Figueroa Torres, conde de Romanones, le prometieron su voto favorable un buen número de académicos cuando intentó ingresar en la Real Academia, pero a la hora de la verdad, su criado le llevó la noticia: «No ha obtenido usted ni un voto». Fue entonces cuando, viendo la deslealtad de los académicos y que la palabra dada por ellos tenía menos fiabilidad que una escopeta de feria, lanzó ese célebre «¡joder qué tropa!».
Cierto es que los socios de investidura de Sánchez son cualquier cosa menos leales. Pero Pedro Sánchez es exactamente igual de poco fiable para sus socios como ellos lo son para el presidente. Que le pregunten sino a ERC, con quienes firma un acuerdo hoy y se desayunan al día siguiente con el acuerdo contrario, suscrito igualmente por Sánchez, pero con sus rivales de Junts.
«Cuesta creer que Marlaska actuase por su cuenta, en contra de la palabra dada por Pedro Sánchez públicamente»
Sánchez no se fía de sus socios, pero ellos tampoco de Sánchez, porque saben que el presidente del Gobierno sortea escollos a diario por una cuestión de supervivencia política y, aunque no sea nada personal, siempre estarán expuestos a un «cambio de opinión», o un «digoDiego» del presidente. Esta forma de pasar el día a día, para tratar de empujar el año en el Poder, resulta francamente inquietante para unos y otros, pero a veces provoca que el Ejecutivo tropiece con sus propios pies o, lo que es peor, se dé un tiro en el pie, impulsado por su propia inercia.
Algo así ha ocurrido en estos días, con la cancelación del contrato firmado con la empresa israelí IMI Systems, que tenía que dotar de munición a la Guardia Civil.
Parece que todos los dedos acusadores señalan al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, pero cuesta creer que Marlaska actuase por su cuenta, en contra de la palabra dada por Pedro Sánchez públicamente. Vista la dinámica que llevamos en los últimos años, resulta más convincente pensar que el presidente se comprometió verbalmente ante el Congreso de los Diputados y luego, como es habitual, decidió «hacer de su capa un sayo» hasta que le pillaron con el carrito del helado.
El contrato que acaban de rescindir unilateralmente, por las presiones de los socios no es el único que se mantiene en vigor y, según confiesan desde el Gobierno, no tienen intención de empezar a cancelar todas las compras de armas y material de Defensa ya establecidas y consignadas. Tampoco había intención de cancelar el contrato de la discordia, pero los acontecimientos han obligado a Sánchez a marcarse un nuevo renuncio, con cargo a las arcas públicas y absolutamente a contrapié de sus «planes» de desarrollo de la industria armamentística española. En esos planes, por cierto, se incluye una suerte de fusión entre una parte de las empresas Indra y Escribano Mechanical & Engineering, que, casualmente, fabrican material militar en España… ¡con patentes israelíes!
«¿Qué ocurrirá si esas patentes se retiran? Visto el grado de cabreo del Gobierno israelí, no es descabellado pensar que pueda ocurrir»
Esto no debería de extrañar a quienes tengan un mínimo conocimiento sobre la Defensa y la Seguridad, puesto que Israel y sus empresas son líderes mundiales en varios campos, como la ciberseguridad o las comunicaciones. ¿Qué ocurrirá si esas patentes se retiran? Visto el grado de cabreo del Gobierno israelí, no es descabellado pensar que pueda ocurrir. Y si eso sucede, los 6,6 millones de euros que puede costarnos la indemnización a la empresa israelí a la que la han rescindido de mala manera y unilateralmente, se quedarían en pelusilla de butaca, si comparamos repercusiones económicas. La industria armamentística española – que la hay y de la que dependen muchas familias- supone alrededor de un 12% del PIB industrial y sus directivos están temblando, a día de hoy, temiéndose posibles represalias israelíes y sus enormes consecuencias económicas.
La diferencia con el Conde de Romanones es que, en su caso, las deslealtades de unos y otros solo dieron al traste con su vanidad, pero en el caso que nos ocupa, esta suerte de «entre pillos anda el juego» con la que nos obsequian a diario el Gobierno y sus socios juega con intereses de Estado y el bienestar de muchas familias… ¡Joder, qué tropa!