Muchos son los motivos para asombrarse y divertirse con el asunto de la banda del Peugeot –¡Qué escándalo! ¡Aquí se corrompe!–, pero quizá lo más sorprendente y complejo es la psicología del presuntamente conseguidor, el presuntamente tonto de la clase, Koldo García. Los otros dos son plasmación de unas tipologías más estudiadas:
Santos Cerdán o la esfinge de hielo, el lacónico e inexpresivo jefe aparentemente austero, supuestamente sin vicios ni debilidades, un tipo por encima de las pompas de este bajo mundo, del que nadie sospecha que en la sombra maneja los hilos, y que incluso cuando se le presentan pruebas concluyentes en su contra es capaz de negar las evidencias, sin parpadear. Lo suyo no son los discursos parlamentarios, puro ruido y paja, sino el pensamiento activo y silente, el silencio de los despachos penumbrosos, y si puede ser, enmoquetados, pues no se oyen los pasos. Este tipo de personalidad, recelosa y retraída al fondo de su propia sombra, donde quién sabe lo que cocina, le resulta naturalmente antipática al extrovertido carácter español.
Lo único realmente extraño en este caso es que efectivamente haya devuelto su escaño en el Congreso de los Diputados, renunciando al aforamiento y quedándose así más desvalido ante el acoso de la jauría. Sólo puedo explicármelo como la pervivencia, paralela al afán de enriquecimiento que las investigaciones policiales le atribuyen, de algún tipo de sublime lealtad al partido en el que ha medrado, o de afecto sincero y profundo hacia el presidente del Gobierno, que le lleva a complacerle –quizá como una especie de compensación, consciente de que le ha hecho mucho daño–, cuando éste, que, al fin y al cabo, en buena parte es obra suya, le pide que se sacrifique. Después de tantos años luchando juntos para alcanzar el poder y mantenerse a cualquier precio en él, ahora ya Santos sólo puede compensar un poco de ese daño que le ha hecho a su «otro yo» con este gesto desinteresado de sumisión, con esta última inmolación.
El caso psicológico del exministro Ábalos no presenta mayor misterio. Responde a un arquetipo mediterráneo. Se trata de un gran vividor, un hedonista con una fuerte inclinación al lujo y las mujeres, a la vida loca, a gastar sin tasa y luego, descamisado y descalzo, bailar el sirtaki en la playa. Una actitud vital disfrutona, basada en la convicción de que estamos en este mundo cuatro días y es mejor disfrutarlos a tope. Si conviene, después, se va a misa y se lee el evangelio con mucha unción. El español en principio esto –vicio y generosidad, la cuenta corre de mi cuenta–, se lo perdonaría, pues en el fondo es (o le gustaría ser) como él. ¡Lo que no le perdona es que le sise! A juzgar por alguno de sus whatsapps, esa forma de actuar se alimenta en la lectura de los clásicos, que le hacían ser un buen consejero intelectual de Sánchez, capaz de ofrecerle recursos dialécticos acertados para manejarlos en los debates y de improvisar citas de nuestros poetas del siglo de Oro. Gran compañero de farras y luchas. Nada las dignifica más que unos versos recitados a tiempo.
El más interesante de la banda del Peugeot es, como apuntaba antes, Koldo García. Aizkolari, (deporte rústico, propio de sociedades muy primitivas, que adoran la fuerza bruta), quebrantahuesos de buen corazón, agradecido, con un instinto de abnegación y lealtad que le lleva a darlo todo por el «jefe», confiando en que éste ya sabrá luego recompensarle. Sus aspiraciones son las del común de los mortales: quitarse de encima la hipoteca, o las hipotecas, y decir adiós a todo eso. Del monte en la ladera, por mi mano plantado tengo un huerto. Sus anotaciones en su diario personal son sencillamente conmovedoras: ahí escribe, como volcando un peso del corazón, que él no sólo es un animal que rompe piernas, no es en este mundo una mera redundancia, también ha hecho, hace y es capaz de hacer muchas cosas buenas para mucha gente, de forma desinteresada.
«Respetando las presunciones de inocencia, yo creo que acabarán los tres en la cárcel. Ya se verá. Lo siento mucho por ellos»
Chico aplicado, quizá sin muchos estudios, pero que supo progresar ascendiendo de guardaespaldas a conseguidor, a figura habitual en pasillos ministeriales, y aprendió a manejar teléfonos encriptados para evitar ser espiado… Y al mismo tiempo debía de anidar en el fondo de su corazón una recámara de desconfianza, el temor a ser usado y arrojado de nuevo al arroyo –devuelto a la puerta de una discoteca– por aquellos a los que todo lo debía y a los que más quería. De manera que grababa las conversaciones que mantenían con él, y las guardaba en discos duros. O sea, en memorias consultables, que es lo que les ha perdido a los tres, cuando la Guardia Civil ha puesto las manos sobre esa documentación.
Los cínicos dirán que esta clase de personas siempre operan así, que tienen el aguijón preparado, que actúan por mero interés personal, que no conocen lealtades. Yo no lo veo así. En esa pequeña traición de las grabaciones está un último movimiento de respeto a sí mismo y una forma retorcida del amor. Koldo es simultáneamente un seguro servidor de su señor y su espía, que ha ligado su suerte a la de éste. Si he de perecer, que perezcamos todos juntos.
Respetando las presunciones de inocencia, yo creo que acabarán los tres en la cárcel. Ya se verá. Lo siento mucho por ellos. Me imagino a Santos Cerdán sentado como un Buda en su celda, rumiando interminablemente su único, fatal error, que fue fiarse del tonto de la clase y del disfrutón del sirtaki, y salir de su prudente mutismo. Qué gran señor yo hubiera sido, pensará, si hubiese tenido vasallos un poquito más comedidos.