La noche del 26 de septiembre de 1975, un taxi devora la carretera que une Vigo con Madrid en una carrera contra el amanecer. Dentro viajan Fernando Baena y su hijo mayor. El tren nocturno, su plan original, se ha revelado demasiado lento para las prisas homicidas del régimen. Una llamada de su abogado ha sido la sentencia: el fusilamiento de su otro hijo, Xosé Humberto, se ha adelantado y se ejecutará con las primeras luces del día. Llegan a la cárcel de Carabanchel justo a tiempo para una última media hora de despedida en una celda subterránea, el último acto antes del páramo de Hoyo de Manzanares.
Allí, frente a un joven a punto de cumplir 25 años que sabe que le quedan minutos de vida, el padre, roto, le pregunta si fue él quien apretó el gatillo en el asesinato del policía Lucio Rodríguez Martín al anochecer del 14 de julio en la calle Alenza de Madrid. Sería un consuelo amargo saber que, al menos, los verdugos no se equivocaron de persona. Porque, le dice, el dolor más insoportable sería vivir con la certeza de que van a fusilar a un inocente. La respuesta del condenado sellará casi medio siglo de silencio y sospechas. Mirando a su padre a los ojos, Xosé Humberto Baena pronuncia las palabras que ningún tribunal pudo borrar: «Lo siento, papá, pero no puedo darte este consuelo. No fui yo quien lo mató».
Hay investigaciones que solo son trabajo y hay investigaciones que son una fiebre. La del periodista Roger Mateos (Barcelona, 1977) pertenece a la segunda categoría. Su libro, El verano de los inocentes: el secreto del último fusilado del franquismo (Anagrama), es la culminación de un interés que él mismo no duda en calificar de «obsesión enfermiza». 50 años después de los últimos fusilamientos del franquismo, el 27 de septiembre de 1975, el periodista se sumerge en las cloacas de un pasado incómodo para exponer una pregunta terrible: ¿y si el último ejecutado por la dictadura fue, en realidad, inocente del crimen por el que lo mataron?
«Se ha convertido en una obsesión, exacto», admite nada más empezar nuestra conversación. «Es difícil precisar cuándo empecé, porque llevo más de 20 años indagando sobre el FRAP y el PCE (m-l) en España. Sin embargo, la investigación concreta sobre 1975, que es el núcleo duro del libro, me ha llevado los últimos tres años de trabajo».
¿Cuál es el origen de una fijación tan peculiar? Su respuesta traza un mapa que conecta la España tardofranquista con el rincón más aislado de la Europa de la Guerra Fría. «Hay dos factores que siempre me han llamado la atención», explica. «Por un lado, la excentricidad de Albania. Seguramente era el régimen más extremo del bloque comunista, un caso de aislamiento político e ideológico impresionante. Lo que me fascinó hace 20 años fue descubrir que un grupo político español estaba hermanado con la Albania comunista de Enver Hoxha. Hablo de una pasión periodística, no de una adhesión ideológica, evidentemente. A través de Albania llegué a su partido hermano, el PCE (m-l), y de ahí nace la obsesión». El segundo factor, añade, es más cercano y revelador. «Me llama todavía más la atención el profundo desconocimiento que existe sobre el FRAP. Aunque se le pueda considerar una organización minoritaria, desempeñó un papel extraordinariamente relevante en momentos clave, particularmente en esa bisagra política que fue el 75».
Xosé Humberto Baena, con sus hermanos en una fotografía familiar.
Pero una obsesión general no escribe un libro. Se necesita un detonante, una pista que convierta el interés difuso en una investigación concreta. Mateos cuenta que, durante años, cada vez que entrevistaba a ex militantes, se topaba con un muro. «Siempre me encontraba con un tema tabú: los atentados de 1975 y el paso a la lucha armada», relata. «Por la reacción de mis fuentes, percibía que era algo extremadamente delicado de lo que no querían hablar, así que instintivamente preferí mantenerme al margen». Sabía de los juicios esperpénticos y de los fusilamientos, pero no se atrevía a ir más allá. Hasta que una conversación lo cambió todo. «El detonante fue un ex militante, Luis Puicercús, el Putxi. Él me hizo notar que había algo oscuro y silenciado detrás del primer atentado mortal del FRAP, el del 14 de julio de 1975 en la calle Alenza, en el que fue asesinado el policía Lucio Rodríguez Martín y del cual se acusó a Xosé Humberto Baena como autor material. El Putxi me hizo ver que no estaba nada claro que Baena fuese el autor».
«Hay un profundo desconocimiento sobre el FRAP, minoritario pero muy relevante en esa bisagra política que fue el 75»
La pista definitiva llegó poco después. «Por recomendación suya, vi el documental Septiembre del 75, de Adolfo Dufour. En él, un ex militante afirmaba que era imposible que Baena hubiera cometido el atentado porque, según él, ese día ni siquiera estaba en Madrid. A partir de ahí me surgieron la duda y el interés por indagar más a fondo. Fue en ese momento cuando entré definitivamente en esta investigación».
Para entender por qué un grupo antifranquista decidió de repente empezar a matar policías, Mateos se sumergió en documentos hasta ahora inéditos: las actas de las reuniones de la cúpula del PCE (m-l). Su análisis es demoledor: «La razón principal de aquella ofensiva fue la nefasta interpretación que la dirección del FRAP hizo de la realidad política de España. Hay que tener en cuenta que el núcleo duro de esa dirección, principalmente Elena Ódena y Raúl Marco, estaba radicado en el exilio. Su lectura fue la siguiente: Franco está a punto de morir. Si no actuamos con urgencia, triunfarán las maniobras pactistas entre los reformistas del régimen y la oposición moderada, lo que conducirá a una monarquía parlamentaria. Para romper esos pactos, es necesaria la lucha armada».
La estrategia elegida no fue un magnicidio ni la creación de una guerrilla. Fue algo mucho más crudo y, en cierto modo, más simple. «La directriz que emanó desde la cúpula fue brutal: matar al policía de la esquina, al primer uniformado que se pusiera a tiro y fuera un blanco fácil. Esa fue la orden que ejecutaron los comandos que se formaron en 1975».
«La nefasta interpretación de la realidad política española que hizo la cúpula del FRAP los llevó a matar policías»
Antes de seguir tirando del hilo de la autoría, Mateos aclara una aparente contradicción. El título de su libro es El verano de los inocentes, pero su propia investigación confirma que Baena no era ajeno a la violencia: participó en otro atentado días después, aunque sin consecuencias mortales. ¿De qué inocencia hablamos? «Vaya por delante que, para mí, los fusilamientos de 1975 fueron un quíntuple crimen de estado», subraya con firmeza. «Pero el FRAP también cometió tres atentados mortales. Por eso, para mí, todas las víctimas que fallecieron aquel verano, de un lado y de otro, no tenían ninguna carga de culpabilidad. Esos son los inocentes del título».
Y entonces, aterriza en el caso que vertebra su obra. «Mi tesis es que Baena no fue el autor material del atentado por el cual fue condenado a muerte. Era inocente de ese crimen específico. Aunque alguien argumentara que sí disparó en otro atentado días después, la clave es que no lo fusilaron por eso. Lo fusilaron por el primero». De hecho, la familia de Xose Humberto Baena consiguió el mes pasado que se aplicara la Ley de Memoria Democrática al caso. Este documento de «reconocimiento y reparación personal» declara «ilegal e ilegítimo» el tribunal que juzgó a Baena, «así como ilegítima y nula la condena dictada».
La investigación de Mateos choca una y otra vez con los supervivientes del comando, Pablo Mayoral y Manolo Blanco Chivite. Su negativa a hablar es total. Le preguntamos si ese silencio no es, en sí mismo, una respuesta. «Mi impresión es que están atrapados en su propio pacto de silencio», reflexiona. «Si respondieran a la pregunta de si Baena fue o no el autor, estarían reconociendo implícitamente que ellos estaban en el ajo. Y como no pueden admitirlo, eluden la pregunta. El problema es que, si no contestas, generas dudas sobre la inocencia de Baena». Su argumento de que todos eran inocentes y ajenos a los comandos, dice Mateos, no se sostiene. «A mí, como periodista, no me sirve. Tengo testigos directos que confirman que esos comandos existían. Tienen mucho más conocimiento de los hechos de lo que están dispuestos a reconocer».
Cuando un muro es infranqueable, a veces la verdad llega por la puerta de atrás. La gran revelación del libro procede de una fuente inesperada: el escritor y activista Eliseo Bayo. La historia de cómo Mateos dio con ella es, en sí misma, un golpe de fortuna periodístico. «Le doy credibilidad a lo que me contó Eliseo Bayo por dos razones. Primero, porque fue una revelación espontánea. La entrevista original fue en 2020, cuando yo investigaba otro tema. Tiempo después, al reescuchar la grabación, me di cuenta de que, por iniciativa propia, me había contado que ayudó a sacar a alguien de España en el 75. Me estaba explicando justamente la pieza que yo buscaba», narra, todavía con asombro. La segunda razón es que todo encaja. «Su testimonio me cuadra perfectamente con otras pistas, como la del diario El Caso, y consolida la tesis del cuarto hombre que disparó y luego huyó. Dicho esto, y quiero ser muy claro, una cosa es que yo le dé credibilidad y otra muy distinta es que lo haya podido verificar. Mi gran obstáculo es que las personas implicadas están abrazadas a un pacto de silencio inquebrantable».
«Los últimos supervivientes del comando se niegan a hablar, pero sé que en aquel atentado hubo un ‘cuarto hombre'»
Con la existencia de un posible «cuarto hombre» sobre la mesa, la pregunta es obligada: ¿se sabrá algún día su identidad? «Creo y espero que sí», dice el escritor. «Para mí, este libro es un primer paso: apuntalar la falsedad de la acusación contra Baena. Una vez establecido esto, se abre la puerta a la pregunta inevitable: si no fue él, ¿quién fue? Esa página está por escribir. Confío en que este libro sirva para agitar el tema y que podamos saber algo más». Romper el tabú, dice, ha costado 50 años de un silencio impuesto no solo por la dictadura: «También por las personas que participaron en aquel atentado».
La investigación no solo señala a los militantes, sino que también apunta a la cúspide del régimen. «Una orden de tal calibre, con las consecuencias que tuvo, no podía salir de otro despacho que no fuera el de Franco y Arias Navarro», afirma con rotundidad. Aunque la responsabilidad última recae sobre ellos, Mateos recuerda que el aparato judicial fue un cómplice necesario: «Incluso un juez y un fiscal implicados en aquellos consejos de guerra farsa reconocieron a posteriori que habían recibido órdenes tajantes para acelerar los plazos y que las condenas estaban dictadas de antemano».
Al final, la conversación vuelve al punto de partida: los múltiples silencios que han protegido este secreto durante medio siglo. El último no lo protagonizó el régimen, sino sus principales opositores. «Al antifranquismo políticamente correcto, y hablo muy concretamente del PCE de Santiago Carrillo, no le interesaba posicionarse al lado del FRAP: ya se preparaban para la democracia y no querían que se les asociara con la violencia», explica. «El PCE de Carrillo se puso de perfil ante los últimos fusilamientos del franquismo. Dio órdenes a sus juristas de no defender a ninguno de los acusados por terrorismo. Fue incluso más allá, llegando a insinuar públicamente que detrás del FRAP había una infiltración de las cloacas del Estado. Pero mi tesis es que no. La policía no lo necesitaba: tenía una auténtica mina de información en la pareja dirigente, que vivía en Ginebra. Les resultaba sumamente sencillo vigilarlos, identificar a quienes se reunían con ellos y, cuando regresaban a España, ya volvían marcados».
50 años después, Roger Mateos ha agitado ese nido de secretos. La verdad, como suele ocurrir, es mucho más compleja y dolorosa que la versión oficial. Y aún no se ha contado por completo.

