Los defensores de Vox se empeñan en que el PP fracasa porque no tiene ideología. Esta afirmación presupone dos falacias. La primera es que un partido debe tener una ideología, y la segunda es que tener una es bueno. En consecuencia, para estos publicistas habría dos grupos de partidos: los que hacen gala de verlo todo a través de una ideología, y los que no, que son pollos sin cabeza. Por supuesto, Vox estaría entre los que tienen una ideología, a diferencia del PP, y eso sería suficiente para aplaudir. El argumento flojea por varios motivos.
Cualquiera que conozca por dentro Vox y su evolución sabe que alberga distintas sensibilidades que combinan varias ideologías. Ojo, varias, porque todo partido es una coalición de intereses e ideas. Vox cobija al menos el tradicionalismo, el nacionalismo y el conservadurismo. Son tres ideologías que no tienen por qué ser complementarias, y, además, que chocan con otros nacionalismos y tradicionalismos. Junts, PNV, ERC y Bildu, por ejemplo, también son nacionalistas, tienen la misma ideología que Vox, y eso no les hace «buenos».
A ese cóctel de ideologías en Vox se une un estilo populista de hacer política y una inteligencia electoral, que es el oportunismo. Por ejemplo, si un inmigrante comete un delito o una mujer mata a su marido, no falta la campaña en redes para tomar el caso como un síntoma general que ya advertía Vox desde hacía tiempo. Eso es oportunismo.
Esto no es malo, sino un instrumento de supervivencia. Vox, como cualquier otro partido, es una empresa de la que vive mucha gente. Para seguir teniendo empleo hay que sacar rédito en las urnas, por eso se seleccionan los mensajes electorales y el momento de soltarlos. Esto no se hace siguiendo las ideologías que hay en Vox, sino aquellas píldoras que aconseje la mercadotecnia para ganar votos.
Si para eso, y marcar la campaña, hay que invitar a Milei, se hace, y si para evitar la fuga de votos al PP es preciso insultar a Feijóo coincidiendo con el PSOE, pues se hace, aunque se gobierne con los populares en media España. Pongamos un ejemplo de la falta de escrúpulos ideológicos: Vox ha votado con el PSOE y Podemos en el ayuntamiento de Sevilla contra el PP. Si Vox se guiara por la ideología no hubiera votado con la misma extrema izquierda que quiere su expulsión de la vida pública. Recordemos que la portavoz de Vox en la comisión de las mascarillas en Baleares compareció este viernes llorando porque el PSOE había alentado la violencia contra ella, recibiendo incluso amenazas de muerte. Mientras ocurría esto, que repugna a cualquiera, los de Vox en Sevilla votaban alegremente con el PSOE.
«El cóctel de ideologías que defiende Vox está lejos de ser recomendable para el que ame la libertad»
A estas alturas creo que a nadie se le escapa que Vox se ha consolidado, con lo cual el cóctel ideológico se convierte en una coartada para mantener la ley de hierro de la oligarquía dentro del partido. El significado es que mandan unos pocos en detrimento de muchos. El mecanismo es que los primeros esperan de los segundos una obediencia ciega a su dictado, no a la ideología. Al que molesta o no obedece se le saca del organigrama, y el dogma se utiliza para encubrir purgas personales. No voy a poner aquí la lista de cadáveres políticos en Vox para no desviar la atención.
Me interesa la falacia de que tener una ideología es intrínsecamente bueno. Recordemos aquí que también el ecologismo, el feminismo y el wokismo, que tanto han recortado la libertad, son ideologías. «¡Hagamos batalla cultural!», dicen entonces para referirse al intercambio de gritos ideológicos propinados por sordos. Es posible que los defensores de la necesidad de una ideología se confundan con tener ideas, principios y valores, que es algo distinto.
El cóctel de ideologías que defiende Vox está lejos de ser recomendable para el que ame la libertad, pero muy aconsejable para el que necesita un colectivo para fraguar su identidad. Por ejemplo, el conservadurismo de Vox no tiene nada que ver con el conservadurismo clásico que defendía el mantenimiento de lo bueno y la reforma de lo inservible, evitando siempre la coacción estatal. Esos conservadores veían al Estado como un peligro necesario, por lo que el aparato estatal debía ser lo más pequeño posible frente a la libertad del individuo de conservar lo que quiera. Lean a Oakeshott.
Vox quiere un Estado poderoso y omnipresente para hacer ingeniería social y transformar el país. Es algo paradójico, porque los mismos que critican que Bruselas sea una tiranía legislativa quieren asaltar el Estado para hacer su particular revolución usando los resortes coercitivos públicos. ¿Cómo quieren impedir el aborto, la inmigración ilegal, el matrimonio entre personas del mismo sexo y demás? Pues prohibiendo y adoctrinando desde la administración. No es un conservadurismo que quiera que el Estado no se meta en su vida, sino que quieren un Estado presente en la vida de todos, pero en otro sentido. Esto no debería ser muy sugerente para un liberal.
«Allí donde gobierna este tipo de derecha nacional-populista se avanza hacia la democracia iliberal»
De hecho, en Vox son colectivistas de derechas. Confunden el individualismo, que ven egoísta, con la individualidad, que es el referente de la libertad en comunidad, la garantía del desarrollo y cambio personal sin coacción. Por ejemplo, a tener una familia tradicional o monoparental sin ser anatematizado. Sostienen un tipo de colectivismo que, al igual que la izquierda, considera que la economía y, por tanto, la propiedad privada y empresarial, tienen que estar al servicio de la nación, de la patria o del recurso retórico que usen en el momento y que se encarna en su Gobierno. De ahí el repudio a los «productos extranjeros» y las apelaciones al consumo nacional.
Si la economía debe estar supeditada al colectivo, también la libertad debe ser subsumida al proyecto político personificado en su Gobierno. Por eso allí donde gobierna este tipo de derecha nacional-populista se avanza hacia la democracia iliberal, justo igual que en los países en los que manda el colectivismo de izquierdas, como España. Los derechos individuales, dicen, solo se pueden ejercer si benefician a la nación representada en el Gobierno. En caso contrario, se recortan. Es lo mismo que defienden Bildu o ERC para los castellanohablantes. La consecuencia es la polarización, la crispación, el guerracivilismo, en fin, lo contrario a una democracia sensata.
En suma, y por no alargar más la columna que va para ensayo, la defensa de la ideología en un partido como sello de bondad y calidad es un camelo. Es cierto que la crisis general, el desencanto, y el cambio del tiempo-eje que dijo Karl Jaspers, nos han devuelto los «dioses fuertes» que escribió Reno, como el nacionalismo. Pero otra cosa muy distinta es alejarse del realismo político para analizar a los que sostienen esas ideologías.