El Barça es un club que paga 55 millones de euros por un jugador que no necesita y al que —de momento- no ha podido inscribir; un club en que pese a todas las fechorías -y a la desfachatez con que las lleva a cabo—, el presidente no tiene una oposición clara ni definida, y los que medio suenan están de vacaciones; y por supuesto un club que en su estreno liguero en casa no es capaz de llenar ni un estadio con la mitad de aforo de donde normalmente juega, y sólo 22.000 de sus 80.000 socios han pagado— también de momento— el abono del nuevo Camp Nou, que de todas maneras tampoco estará practicable en noviembre tal como prometió Laporta cuando empezaron las obras.
Dani Olmo en la grada pese a haber sido convocado. Pitos para Nico Williams, incomprensibles cuando si no juega en el Barça es porque el club no ha podido pagar los 60 millones que costaba. Es de muy mal gusto, y poco inteligente, silbar a un chaval que ha hecho todo por incorporarse al Barcelona junto a Lamine Yamal y sus otros compañeros de selección. Gritos, mucho menos perceptibles, de «Barça sí, Laporta no», tapados por el apoyo al presidente de otra parte de la afición.
El partido empezó flojo, impreciso, desguitarrado. Resbalones, errores no forzados, poca luz en la generación ofensiva. En lo poco positivo, Marc Bernal tomaba buenas decisiones y algunas no eran sencillas. Gran naturalidad y confianza pese a su corta edad. Entre lo negativo, sin ser gravísimo, la recurrente torpeza de Ferran. Pero todo tomó otro aire en el minuto 22: Lamine Yamal marcó desde fuera del área el primero de la tarde. Con la ayuda involuntaria de la cabeza de Lekue, el delantero volvió a marcar las diferencias cuando todo parecía gris y atascado. El Barça creció con el gol, se desplegó con más fluidez, el Athletic tuvo su momento más bajo.
Cubarsí con Flick ha adquirido en rango de rematador, Valverde ponía en su área técnica la misma cara que cuando entrenaba al Barça y el equipo sufría aquellas humillaciones europeas. El Athletic intentaba hacer mejor las cosas, pero a él no le mejoraba esa cara como de estreñimiento a perpetuidad; mucho más expresivo y feliz parecía el entrenador alemán del Barça.
Lewandowski chutó al palo tras la pausa de hidratación, y fue una lástima que una jugada muy bien iniciada por Lamine Yamal y elevada por una delicadísima asistencia de Raphinhano tuviera el merecido premio. Buenos minutos del Barcelona, con Ferran y Raphinha haciendo daño en el vértice del cuadrado y Valverde no leía bien sus desmarques.
En el minuto 38, dos posibles penaltis en la misma jugada, uno en cada área. El primero de Cubarsí sobre Berenguer, el segundo sobre Lewandowski. Los dos lo eran, pero el primero anulaba la jugada del segundo. Correcta decisión de Gil Manzano. Sancet marcó y empató cuando más su equipo necesitaba algo a lo que aferrarse y no lo acababa de encontrar.
El Barça no se descompuso y continuó insistiendo en lo suyo. No es que «lo suyo» sea algo demasiado brillante -con la alta excepción de Lamine Yamal, extraordinario en todo lo que tocaba- pero sí algo mejor que el final de la pasada temporada.
La segunda parte empezó con Ferran agradeciendo estar en fuera de juego en un uno contra uno con Padilla, porque de haber estado en posición correcta le hubiera contado la jugada como el clamoroso fallo que en el fondo fue. Es tremendo que la afición culé pite más a Nico Williams por no poder pagarlo que el hecho de estar pagando a Ferran. El Barça lo intentaba, trabajaba machaconamente, llegaba hasta la última línea visitante pero allí se estrellaba una y otra vez por falta de finura. Encomiable esfuerzo, frustrante imprecisión. Sancet casi marca sorprendiendo a Ter Stegen, y a sí mismo, con un balón bombeado que quería ser un centro y a punto estuvo de colarse. Llegaron los cambios de Valverde: Sancet y Vesga dejaron paso a Unai Gómez y a Jauregizar. Flik cambió a Ferran por Fermín, que salió emocionante y eléctrico como siempre, pero su centro perfecto lo estrelló Lewandoski en el cuerpo de Padilla. Para ser justos hay que decir que el desenlace de la jugada fue mitad grosería del polaco y mitad genialidad del portero.
El Barcelona continuaba en su firme intención de ganar el partido, con notable producción ofensiva pero poco afortunada. El Athletic, de brazos más caídos, esperaba el milagro en una jugada aislada. Flick aplaudía a sus jugadores y Valverde cambió a Berenguer por Ares. En el 74 los desvelos locales tuvieron su recompensa y entre Fermín y Pedri le abrieron un centro a Lewandowski para que adelantara a su equipo. Grito de rabia, «vamos», del polaco.
Hay que reconocerle a Flick que administra con eficacia sus recursos. El juego del Barça no es gran cosa pero su rendimiento es más que digno. Donde no acaba de llegar el talento, llega el trabajo concienzudo, aunque es verdad que hasta la fecha, contra rivales menores.