Rafael Nadal vuelve a casa, esta Philippe Chatrier de múltiples colores porque aquí se respira ese espíritu olímpico que iguala modalidades y une a todas las estrellas. Pero el respeto que le profesa esta pista sigue siendo el mismo: infinito. Es el hijo pródigo francés, estatua en la entrada de este Roland Garros sea olímpico o no, y protagonista por sorpresa en una ceremonia de inauguración que le dedicó un puesto de honor como portador de la antorcha en sus últimos metros. «Fue el momento de la ceremonia, increíble», como resumió Alcaraz. Y es el hijo pródigo del deporte mundial, rendido el personal en el recibimiento al tenista cuando salió a esta pista que conoce tan bien. Su casa. En la que ha invitado a otro grande del hoy, un Carlos Alcaraz que disfruta de su primera experiencia olímpica, pero ya es ídolo de todos. Juntos protagonizan en esta tarde lluviosa de sábado de París la imagen icónica de este París 2024: el pasado, el presente y el futuro del tenis en un mismo lado de la pista. Nadal, encontrándose con su yo del pasado; Alcaraz, con su yo del mañana. En total, 26 Grand Slams; en total, historia del tenis construida y por construir. En pie la Chatrier, y la Princesa de Asturias y la Infanta Sofía, para presenciar una salida y un partido ya para siempre en el álbum familiar de los Juegos Olímpicos.
Podría decirse que para mucha gente, el resultado era lo de menos, que ya estaban contentos con ver a los dos en pista, con rendirle tributo una y otra vez en la presentación una vez salió de corto, pantalón blanco, camiseta roja, en conjunto perfecto con Alcaraz. Que no hay un speaker que cuente las catorce Copas de los Mosqueteros, pero se saben de memoria. Que no estamos en junio, pero llueve igual en París. Que no juega solo, pero es Nadal en la Chatrier, esa oportunidad casi última que ofrecen los Juegos verlo una vez más.
El murciano, que disfrutó de su primera experiencia olímpica al mediodía, victoria cómoda y divertida contra Hady Habib, ya había dejado claro que quien mandaría en la pista de dobles sería el balear: «Él es el que sabe lo que es ganar un oro individual (Pekín 2008) y de dobles (Río 2016). Yo soy un novato, a cerrar la boca y a escuchar», confesaba a este periódico cuando ganó Wimbledon hace un mes. Daba igual lo que pasara en el encuentro. Tanto es así que el primer golpe del de Manacor emocionó al personal, que saltó a aplaudir porque ya venían el punto ganador. No lo fue. Qué más da: es un Nadal-Alcaraz en el mismo lado de la pista.
Pero no era lo de menos el resultado para los dos españoles, que ambicionan esta medalla tan posible como legendaria. Era un reto, admitía Alcaraz tras su partido individual, porque ellos no han disputado más que unos cuantos entrenamientos estos días en París, y Nadal había hecho saltar las alarmas con unas molestias en la pierna derecha (mantuvo la venda en el muslo), y los argentinos son una pareja consolidada en esta modalidad. No obstante, extenistas como Alex Corretja y Pato Clavet ya indicaban a este periódico que apostarían por dos buenos singlistas, y pocos mejores que Nadal y Alcaraz, ante dos buenos doblistas.
El choque, ya legendario, discurrió entre los «Vamos, Rafa» y «Vamos, Carlitos», y los nervios de Alcaraz, perdido su primer turno de saque y cierta descoordinación en los intentos de cruce, y la contundencia de Nadal, que ha venido a lo que ha venido. Agresivo, firme, rápido, letal. Compitiendo a veces por los dos. Y además, jugando en casa: cada punto suyo, una fiesta.
A la que se fue uniendo poco a poco el murciano, atenazado porque también notó la trascendencia del momento, del choque, de que estaba al inicio del camino hacia una medalla para su palmarés, en sus primeros Juegos, pero también una medalla para el palmarés del balear, en los que son sus últimos.
Anima la grada al murciano y Nadal anima a la grada. En todas partes, activo de mente y de piernas como no se le había visto hace dos semanas en Bastad. Agilísimo en la red, aunque tenga que rematar con la caña. Lo que cambia un jugador en pocos días, lo que se activa siempre este Nadal olímpico que debutó en Atenas 2004, con Carlos Moyà de pareja, quien es ahora su entrenador, que logró el oro en Pekín 2008, que se perdió ser abanderado en Londres 2012 por las rodillas, que se desquitó con la bandera y el oro en dobles en Río 2016, que se enfada con cada fallo suyo, siempre exigente, y que persigue el punto sin descanso, de lado a lado, arriba y abajo, y como un gato en la red.
Hay errores, en los dos cuadros de la misma pista. Dobles faltas, reveses paralelos que no cruzan la cinta, malas decisiones en algún remate aparentemente fácil. Aguantan los argentinos, que saben que no son los protagonistas de esta fiesta y cuesta restar ante los servicios de Molteni sobre todo, pero se alcanza el tie break y se desata la grada en una ola que hasta Nadal tiene que parar porque, como decimos, ha venido a lo que ha venido.
Mientras una parte de la grada explota de repente con «Allez les bleus» y la Marsellesa en mitad del tie break, Alcaraz trabaja el punto y Nadal cierra los cánticos y el set con un revés que llena las bocas del resto de la grada con un «Rafa, Rafa, Rafa» que hace temblar la Chatrier.
Pelea y pelea la pareja de rojo, ya mejor coordinada y consciente de sí mismos y del otro. Y se recupera una rotura en contra para encarrilar el triunfo porque la adrenalina los llevó a conseguir el saque de Molteni por fin, y un 5-4 definitivo. Si tembló Alcaraz en su primer turno, Nadal no lo hizo en el último. Envuelto en la adoración que le profesan en todos los sitios, se marcó el juego del partido: fuerza, determinación, puro Nadal. Guía del primer triunfo de este superdobles que ya impone miedo en los Juegos Olímpicos de París 2024.