Desde el mes de marzo una serie de hechos que provocan consternación y espanto se han registrado en el país, y es posible que haya más que no han llegado a los medios de comunicación.
El cinco de marzo una joven murió tras lanzarse a las aguas del mar Caribe, frente a la torre Washington, en el Distrito Nacional. Se supone que tenía depresión. Dejó dos niños en la orfandad, uno de estos de pocos meses de vida.
Recientemente otra joven, de 25 años, murió tras arrojarse del cuarto piso del Residencial Luis Iván V del barrio Marañón en Villa Mella, Santo Domingo Norte, con su hija en brazos. La menor murió posteriormente.
Hace pocos días en la comunidad de La Ermita en Moca, provincia Espaillat, una niña de nueve años quedó con parte de su cráneo expuesto luego de que presuntamente su madre le desprendiera el cuero cabelludo con un cuchillo.
La semana pasada la médica del Ejército Ana Josefa García Cuello fue arrestada por, supuestamente, decapitar a su hija de seis años en Hainamosa, Santo Domingo Este, hecho que atribuye a “algún espíritu maligno, algún demonio” porque ella es cristiana.
Esta enumeración de sucesos espantosos, que no tiene ninguna intención morbosa sino de alarma, no incluye los homicidios ni otros hechos de violencia que se dan a diario en nuestra sociedad, pero debieran llamar la atención de las autoridades, sobre todo de Salud Pública, porque resulta evidente que detrás de todas estas situaciones hay un problema de salud mental de la población.
El siquiatra José Miguel Gómez puntualiza que el presupuesto que el Ministerio de Salud Pública destina a esta área (la salud mental) es inferior al 1% del presupuesto de salud nacional, cuando debería ser un tres por ciento.
La depresión y otras patologías mentales generan graves problemas, su tratamiento resulta costoso y la mayoría de los hospitales públicos casi no tienen siquiatras ni sicólogos, y muchos seguros no cubren estos servicios, lo que agrava la situación.
No es solamente un problema de presupuesto, es la sociedad la que está enferma y necesita abordar un proceso de reflexión sobre sus valores y propósitos, para plantearse un porvenir sobre la base de ideales que apunten a la formación principalmente de los jóvenes, para que el futuro que dejaremos a las próximas generaciones no sea un mundo de mentes enfermas.