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la odisea sobrenatural de Carl Gustav Jung

by Marko Florentino
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«He tenido experiencias que son, por decirlo así, inefables, secretas, porque no pueden expresarse de modo adecuado y porque nadie puede comprenderlas». En 1934, Jung dejó caer esta frase como si estuviera a punto de contar una historia de fantasmas. «No sé si yo mismo he llegado a comprenderlas de forma aproximada», añadió.

El aspecto del famoso psiquiatra bastaba para producir la impresión de que era un alquimista, un mago a punto de revelar sus secretos, meticulosamente apuntados en un volumen de tamaño folio, encuadernado en cuero rojo, lleno de hermosas ilustraciones y oportunamente colocado sobre la mesa de su despacho.

Jung llamaba a ese manuscrito El libro rojo. Podemos imaginar que lo mostraba a sus interlocutores con los ojillos brillantes, dejando la impresión de que conocía las claves de un proceso iniciático que él mismo había rescatado de la antigüedad pagana.

Durante décadas, El libro rojo, inédito hasta su publicación en inglés el 7 de octubre de 2009, fue algo así como el Santo Grial de los seguidores de Jung. Tengamos en cuenta que el sabio alcanzó la fama tras descubrir los arquetipos que derivan del inconsciente colectivo. Unos arquetipos que hoy se han incorporado a la cultura cotidiana, alejados ya del plano intelectual del que surgieron.

Esa popularidad extrema de Jung ‒considerado a nivel popular como un Gandalf o un Dumbledore del siglo XX‒ no guarda relación directa con sus obras originales, sino con la interpretación que algunos divulgadores bastante audaces han hecho de ellas. Los amantes de lo esotérico, por ejemplo, tienen a Jung como su santo patrón, al igual que, en su día, hicieron los hippies más cultivados o los surrealistas de última hora.

Foto de los primeros psicoanalistas en 1909. En primera fila, Sigmund Freud , G. Stanley Hall y Carl Jung. En segundo término, Abraham Brill , Ernest Jones y Sándor Ferenczi. | Wikimedia Commons

Un sabio para la Nueva Era

La fama de este psiquiatra no es algo reciente. En 1955, cuando Jung apareció en la portada de la revista Time, ya era una celebridad tan singular y estimulante como Salvador Dalí. Para entonces, sus ideas sobre el inconsciente colectivo habían conmovido a los vanguardistas, empezando por la coreógrafa Martha Graham, que les dedicó un ballet. Como era de esperar, la bola de nieve no paró de crecer.

Cineastas de orígenes muy diversos, desde Federico Fellini a George Lucas, han escrito guiones desde una perspectiva junguiana. También ha tomado forma una mitología literaria fomentada por los lectores más atentos de Jung, principalmente Jorge Luis Borges y el ensayista Joseph Campbell, cuya obra más conocida, El héroe de las mil caras, se cita hoy en las escuelas de escritura creativa de todo el mundo.

Pero ¿cuál es la verdadera importancia de El libro rojo? Digamos que en sus páginas nos encontramos con las «experiencias secretas» que Jung vivió entre los años 1913 y 1916, y sobre las que siguió reflexionando en el lugar que se convirtió en su santuario y residencia: la Torre de Bollingen, en el cantón suizo de San Galo.

«Los años en los que seguí mis imágenes internas fueron la época más importante de mi vida y en la que se decidió todo lo esencial -escribió Jung en 1957-. Comenzó en aquel entonces y los detalles posteriores fueron sólo agregados y aclaraciones. Toda mi actividad posterior consistió en elaborar lo que había irrumpido en aquellos años desde lo inconsciente y que en un primer momento me desbordó. Era la materia originaria para una obra de vida».

Jung en 1935. | Wikimedia Commons

¿Una biblia pagana?

Sin duda, la idea de que los contenidos del inconsciente colectivo no proceden de experiencias individuales, sino que son un legado que heredamos, tiene mucho que ver con las experiencias simbólicas que el psiquiatra anotó en El libro rojo. En la polémica biografía que Richard Noll dedicó al personaje, Jung, el Cristo ario (Ediciones B, 2002), leemos que esta «biblia pagana o diario de transformación» quedó concluida en 1930. 

Sus pacientes, nos dice Noll, contemplaban aquel manuscrito, iluminado al estilo medieval, con evidente veneración. «La intimidad intensificaba la creencia de que Jung era sin duda un santo, un profeta de una nueva era, y de que era dichoso todo aquel que estuviera en su presencia».

El libro rojo original. | Wikimedia Commons

Iluminando el inconsciente

El lado «misterioso y profético» que teñía, según Noll, el enfoque psicoanalítico de Jung queda de manifiesto cuando uno lee la versión de El libro rojo editada por el historiador de la ciencia Sonu Shamdasani.

En la traducción castellana, descubrimos una escritura poética que recuerda muy claramente a William Blake. Está cargada de metáforas y sus visiones nos adentran en una atmósfera onírica y espiritual: «Escucho el rumor del viento matinal que llega desde la montaña -dice un Jung extasiado-. La noche está superada, ya que toda mi vida estuvo entregada a ella, trabada en eterna confusión y expandida, pendía entre los polos de fuego».

Para el lector no es, desde luego, una aventura fácil. La acumulación de fantasías, destellos míticos y premoniciones resulta abrumadora. En este sentido, el misticismo hermético de algunos pasajes exige una sintonía personal que será más llevadera para quienes hayan leído previamente otras obras de Jung, en particular Formaciones de lo inconsciente o sus memorias, Recuerdos, sueños, pensamientos, preparadas por Aniela Jaffé.

«Quien duerme en la tumba de los siglos ‒leemos‒, sueña un magnífico sueño. Sueña un sueño primordial. Sueña con el sol naciente. Cuando duermes este dormir en este tiempo del mundo y sueñas este sueño, entonces sabes que en este tiempo también saldrá el sol. Ahora estamos aún en la oscuridad, pero el día está sobre nosotros. Aquel que comprendió la oscuridad en sí, está cerca de la luz».

«¿Por dónde comenzar, oh dioses? ¿Por la canción, por la alegría o por el sentimiento mixto que yace entre ambos?», se pregunta Jung, como el paseante nocturno que tiene un encuentro inesperado con lo sobrenatural. «No sé de qué hablo, hablo en sueños. Sostenme, pues me tambaleo, ebrio de fuego».

Hay pasajes que solo se entienden si tenemos en cuenta el trasfondo de la Primera Guerra Mundial, presagiada por Jung años atrás. «El comienzo es siempre lo más pequeño», dice. Y luego continúa, al principio con cautela y después apasionadamente: «Empieza en la nada. Si empiezo ahí, entonces veo la gota que es ‘algo’ y que cae en el mar de la nada. Siempre hay que volver a empezar desde bien abajo, donde la nada se expande en ilimitada libertad. Todavía no ocurrió nada, todavía tiene que comenzar el mundo, todavía no ha nacido el sol, todavía no se ha separado lo firme de lo acuoso, todavía no nos hemos subido a los hombros de nuestros padres, pues nuestros padres tampoco han devenido aún. Recién han muerto y descansan en el regazo de nuestra sangrienta Europa».

Noll, psicólogo clínico y profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad de la Universidad de Harvard, encontraba en las memorias de Jung el retrato bien calculado de «un sabio clarividente, un taumaturgo, un hombre-dios que alcanza la apoteosis a través del encuentro con los muertos y con Dios». En otras palabras, un visionario que, de forma paralela a su trabajo como psiquiatra, estableció un movimiento religioso neopagano.

El libro rojo confirma esa impresión y enriquece el perfil de Jung que más atrae a sus seguidores actuales: el del genio en busca de un sentimiento de trascendencia, obsesionado por el misterio y por lo sagrado.





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