El repiqueteo constante y suave resulta casi hipnótico. Parece como si en el interior del imponente palacete de aire inglés la lluvia se desparramase por sus salones. Aunque no son gotas de agua, es el sonido del tiempo inexorable. Más de 280 relojes históricos marcan los segundos que llevan a los armónicos cuartos, medias y horas en la mayor colección musealizada de España de relojería gruesa, como se conocen en el argot especializado. La relajante parsimonia cotidiana del Palacio del Tiempo de Jerez de la Frontera contrasta con el ajetreo que este fin de semana vive su relojero conservador. Francisco Osuna tiene apenas una tarde para mover las manillas al horario de invierno en la imponente colección pública de bellos mecanismos que van del siglo XVII al XIX.
El tránsito del cambio de hora se materializó la pasada madrugada en una maniobra automática sin grandes sobresaltos para la mayoría de los relojes digitales del país: de las 3.00 a las 2.00. Pero el salto hacia atrás no es tan sencillo para los relojes mecánicos que no se concibieron para ello. “Solo pueden avanzar por lo que el paso al horario de invierno es el más difícil para nosotros. Tenemos que adelantarlos 11 horas y eso en relojes con sonería es más complejo”, explica Míriam Morales, directora gerente de los Museos de la Atalaya, el complejo cultural en el que se enclava el centro museográfico Palacio del Tiempo. Así que a Osuna no le queda otra que hacer trampa para llegar a tiempo a la transición. En el palacio —construido en 1860 al gusto victoriano por la familia de burgueses bodegueros Sánchez Romate— el horario invernal llegó la tarde del pasado viernes.
En ese lapso vespertino, Osuna —arquitecto de profesión y relojero por vocación— movió las manillas y dio cuerda del 90% de los 287 relojes históricos que están en funcionamiento en estos momentos. Esa tarea que le deja la muñeca tiritando, como él mismo bromea, es el añadido que tiene que hacer dos veces al año al trabajo constante y semanal de dar hora, mantener y conservar un amplio catálogo de piezas en las que la mayoría de los mecanismos, hasta 203, son de origen francés. El resto, de origen inglés, son los que más trabajo le dan. “Cada reloj tiene tres barriletes en los que hay que dar hasta 30 vueltas a cada uno para darle cuerda. Los franceses solo tiene dos y unas cinco o seis vueltas”, explica el relojero, conservador de la colección desde hace cuatro años.
El Museo Palacio del Tiempo es una colección pública, gestionada desde 1987 por la Fundación Andrés de Ribera. Fue entonces cuando el valioso inventario de relojes, el palacete y los jardines pasaron de su anterior propietario, José María Ruiz-Mateos, a manos de la Diputación de Cádiz y el Ayuntamiento de Jerez, tras la expropiación de la empresa Rumasa. El controvertido empresario llegó hasta la relojería después de que un anticuario le asesorase de que se hiciese con un conjunto de 152 piezas de origen francés que eran propiedad de la condesa de la Gavia. “Fue el relojero Arturo Paz el que los hace revivir, Ruiz-Mateos se ilusionó y adquirió dos colecciones más, esas tres colecciones refundidas son las que se pueden visitar aquí”, explica Morales, en referencia a unos fondos visitables, previo pago de una entrada general de seis euros por persona.
El compendio resultante es un catálogo de relojes distribuido en dos plantas en las que los que valiosos mecanismos de Le Roy, Berthoud, Lepaute, Lepine, Thuret, Guydamour o Raingo Frères se recubren de bronces, mármoles, ébano, lapislázuli o ágatas para crear valiosas envolturas artísticas en los que la mitología clásica gana por mayoría. “Hay muchas mujeres y diosas, como Diana cazadora. Aunque el más representado es cupido, está en hasta 80 relojes”, apunta la directora. El recorrido museográfico lo abre el mecanismo original del reloj-farola de Losada, un encargo en 1867 al prestigioso relojero José Rodríguez Conejero para dar la hora en la plaza jerezana del Arenal, donde aún hoy permanece la esfera original. La segunda planta se reserva para las piezas “más especiales”, como añade Osuna. Ahí destaca un reloj esqueleto francés, tipo Directorio, firmado por Robert Robin y considerado un ejemplar raro por las enormes pesas que le confieren una gran precisión.
La colección de Jerez, por su antigüedad, cantidad y valor de sus piezas, es “la mayor visitable de España en un museo”, como puntualiza Morales. Por detrás, en un espacio visitable previa demanda, está la zona musealizada de la Joyería Grassy de Madrid. Mención a parte merece el valioso conjunto de más 700 piezas que atesora Patrimonio Nacional, de las cuales medio centenar se exponen en el Palacio Real. “El resto de los relojes están guardados o expuestos en la Zarzuela, la Moncloa o cualquier ministerio. Solo es cuestión de afinar el ojo en cualquier foto oficial que se haga”, apunta risueña la directora, aficionada ya a escudriñar colecciones de relojería.
A Osuna, presidente también de la Asociación Nacional de Relojería Gruesa, se le ilumina la cara al hablar del patrimonio del que le tienen encomendado su conservación. Más allá de dar cuerda, corregir atrasos o cambiar las horas o el mantenimiento, el relojero se encarga con mimo de restauraciones preciosistas y complejas. Los formatos son múltiples, desde hacer piezas de mecanismos a mano, restaurar bronces y mármoles o intervenir sobre tejidos, como cuando tuvo que recuperar los ropajes de un reloj autómata de más de dos siglos. Y eso que su idilio con los relojes comenzó con un hallazgo casual. “Fue cuando me encontré uno en la basura, lo llevé a un conocido relojero. Lo desmontó, me lo dio en una caja de zapatos y me dijo que lo montase. Ahí me picó el gusanillo. Ahora me encargo de esta colección, pero para mi esto es más que un trabajo”, relata el conservador entusiasmado.
El relojero hace su ruta por el museo sin rumbo pautado. Equipado con guantes y los aperos necesarios para dar cuerda, salta de reloj en reloj moviendo manillas. El Palacio del Tiempo vira al horario de invierno un año más. Y eso ya es mucho para piezas que, como mínimo tienen 150 años de antigüedad, y una historia pasada de la que solo dan pistas lejanas las decoraciones y alegorías que las decoran. “Muchos han sobrevivido a la Revolución Francesa. Todos a la Primera y Segunda Guerra Mundial, los procedentes de la Condesa de la Gavia ya estaban aquí antes de la Guerra Civil”, enumera Morales. Tanto movimiento azaroso tuvo parada final, por ahora, en el Palacio del Tiempo, ese lugar donde el tiempo llueve sin mojar con el relajante tic-tac de más de 280 relojes a la par.