Sevilla debe gran parte de su patrimonio monumental a fieles y clérigos que ambicionaron una utopía para la mayor Gloria de Dios y que hicieron realidad pese a ser tomados por locos. Los Venerables nació por el sueño de un canónigo que promovió un palacio pintado por Valdés Leal como un trampantojo de la sencillez de los sacerdotes ancianos. El mismo canónigo, de nombre Justino de Neve, encargó a Murillo que pintara otro sueño, el del Patricio Juan y su esposa, para el renacimiento barroco de la vieja sinagoga como templo dedicado a Santa María la Blanca. Hubo otro hombre, dicen que tras una vida licenciosa, que sufrió una conversión de espíritu y dedicó su vida a los pobres fundando la hermandad de la Santa Caridad y encargó al trío Murillo, Valdés Leal y Pedro Roldán la mayor maravilla iconográfica para representar las siete obras de misericordia y el fin de las glorias mundanas. Se llamó Miguel Mañara que, como Justino de Neve, Vázquez de Leca y otros tantos soñadores nos legaron nuestro mejor patrimonio. Hoy hay en Sevilla un romántico inquieto que se empeñó en devolverle la luz a la parroquia de la Magdalena, apagada por décadas bajo la tizne de sus murales y retablos. Es Paco Román, ese hombre que llena en cada misa diaria aquel viejo templo donde Murillo recibió las aguas del bautismo y que fue uno de los mayores monasterios de la ciudad. Ha sacado el dinero de las piedras, de los patrocinios privados -el ente público no suelta la guita ya para grandes empresas religiosas- y de los generosos feligreses para que hoy el antiguo convento de San Pablo luzca como la tercera iglesia de la ciudad de Sevilla. Contra viento y marea, y alguna que otra zancadilla, no sólo ha puesto al día el grandioso patrimonio del templo y ha creado un museo de primer nivel en el coro. También ha impulsado la coronación de la Virgen del Amparo, que es patrona de la feligresía. Esa labor en la Magdalena la ha exportado ahora a la Catedral, donde el Cabildo Metropolitano le ha nombrado delegado de Patrimonio para que obre en el primer templo de la ciudad el mismo milagro que ha hecho renacer al templo de la calle San Pablo. Allí se ha convertido en el centinela de la Giralda, asumiendo unas labores que compagina con las que tiene como párroco y que han puesto a la Catedral como paradigma de la rehabilitación de bienes culturales. Por todo ello Adepa premia a Paco Román en la primera edición de sus galardones, porque está logrando con sacrificio, fe y esperanza -de ahí su beticismo inexorable- devolverle la vida al patrimonio eclipsado y olvidado. Bien haría Sevilla en reconocerle el mérito a este Justino de Neve del siglo XXI, un cura que hizo posible una auténtica utopía.
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El centinela de la Giralda
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