Algunos creen que fue un modelo moral. Un buenazo. Un altruista que trató de sacar de la miseria corporal a quienes se le acercaban, a la vez que soportaba las miserias morales de cuantos le denostaban. Un hombre pacífico, aunque a veces pronunciaba palabras raras y sin duda metafóricas, como que Él no había venido a traer la paz a la tierra, sino la espada, ya ves tú. Una suerte de Gandhi, pero del siglo I, así que aún no tenía muy refinada la cosa, y se le escaparon en cierta ocasión unos cuantos zurriagazos en el Templo, ay. Un ecologista, mas todavía un tanto primitivo, y por eso aquel día se puso a maldecir cierta higuera estéril, vaya por Dios, la culpa que podía tener un arbolito de no darle frutos a tiempo, desde luego. Puesto que más tarde sus discípulos, demasiado entusiastas, poblarían el relato de su vida de sucesos fantasiosos (esos milagros, ay, tan poco científicos) o de frases grandilocuentes («Yo soy el pan de vida», «Yo soy el Camino», «Yo soy la verdad»), lo que procedería hoy, según algunos, sería rebajar tales excesos. Así que convendría relatar su vida de un modo mucho más parco. Lo intentó Thomas Jefferson, que escribió unos evangelios sin episodio prodigioso alguno. También Tolstoi. También, en nuestros días, muchos profesores de Religión.
Algunos opinan, por el contrario, que fue un líder político. Al fin y al cabo, su efigie, impresa sobre las camisetas, queda casi tan bien como la del Che Guevara, y mucho mejor que la de Lenin o Stalin, dónde va a parar. El proyecto socioeconómico de Jesús se habría asemejado entonces al de tantos otros que vendrían más tarde: luchar en pro de los oprimidos, derribar de su trono a los poderosos, implantar la igualdad por doquier. No en vano, su relación con las autoridades políticas y religiosas fue de mal en peor. Hasta que (como a tantos otros) se lo cargaron. Sus seguidores tuvieron entonces que disimular la revolución que perseguían, y poblar sus escritos de referencias celestiales o de dulzuras sentimentaloides. Aun así, ¡no siempre les funcionaría, y muchos acabarían como su maestro! Pero ahora estamos en el siglo XXI, así que ya podemos expresar sin ambages que Jesús fue otro Espartaco, aunque menos belicoso; otro Karl Marx, aunque menos teórico; otro Hugo Chávez, aunque menos poderoso.
Algunos piensan, sin embargo, que todos los susodichos se equivocan, y que en realidad Jesús fue solo un dios que, como Zeus, o las valquirias, o Mercurio, descendió por algún tiempo hasta esta nuestra tierra. No le debió de gustar mucho y, a los pocos años, ya estaba de vuelta en los cielos. Fueron aquellos, en todo caso, años que le sirvieron para compadecerse de los mortales y, como divino que era, para procurar, en lo posible, auxiliarlos. Pero ¡resultaron ser tan incorregibles, estos humanos! Incluso tuvieron la osadía de levantarse contra él. Algo fastidiado, el dios Jesús fingió padecer sus clavos y lanzadas —todo el mundo sabe que los divinos, en realidad, sufrir no sufren— y, luego, se despidió para siempre de esta tierra de barro y necedad. Subió al cielo y, desde allí, soporta las súplicas de mujeres quejumbrosas y hombres intemperantes, concediendo alguna vez que otra este o aquel favor. No obstante, cada vez se le nota más fastidiado. Y, probablemente, pronto se limite a cumplir su trabajo al mínimo: se ocupará de mantener las leyes de la naturaleza y seguirá sirviendo de explicación a filósofos que se preguntan por «el principio de todo», poco más. Si es que no son esos dos papeles los que se limita a desempeñar, desde hace tiempo, como dios celestial y laxo, ya.
Pululan muchas más opinioncitas sobre Jesús de Nazaret, claro.
Está quien piensa que vino, sobre todo, a instaurar nuevos ritos, y se amarga si alguien modifica una sola de sus tildes; está quien cree que lo más importante es a quién dejó a cargo del nuevo partido que fundara, y miran hacia Roma esperando que cada rictus de su delegado terráqueo nos revele la voluntad de Dios.
Hay quien piensa que vino a denigrar a los judíos, hay quien piensa que solo fue otro judío.
Algunos creen que vino a combatir la ultraderecha, otros creen que era de ultraderecha.
Muchos consideran que ha dado mucho juego a los artistas: ¡no tendríamos ni gótico ni románico, ni a Johann Sebastian Bach, ni siquiera Viridiana de no haber sido por él! Otros se fijan más en la cultura popular que ha suscitado: procesiones, saetas, cruceros (no de los marítimos), cantares, baile de los seises, villancicos.
Hay quien le da gracias porque la ciencia (no una cualquiera, sino la ciencia científica) surgió bajo su influencia; otros porque el capitalismo hizo lo mismo: ni una ni otro nacieron entre bantúes ni navajos, sino solo en el seno de la civilización que él marcó.
Hay quien cree que Jesús, desde el cielo, aguanta un poco todo lo que hacemos ahora para, en cuanto se canse, cerrar el libro de la vida, perdonarnos a todos, todos, todos, y pasar a otra cosa. «La de líos que me habéis montado», diría solo, un poco fatigado, antes de que empezaran las alabanzas (a Él) por los siglos de los siglos. Y allí Adolf Hitler y san Francisco de Asís, el destripador de York y la madre Teresa de Calcuta realizarían algo al unísono, por fin, juntitos, todos ya.
«¿Quién eres tú para Jesús? Esa es la pregunta. Que no puedes responder tú solo, claro; pero sí preguntar»
En suma, abundan muchas más visiones de Jesús, concepciones en torno a Jesús, valoraciones sobre Jesús. Tantas, que si se escribieran todas ellas, ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir.
Pero nada de eso es importante si has olvidado lo más importante. Que no es, por supuesto, quién fue Jesús para ti: eso solo añadiría una opinioncita más a todas las ya disponibles.
No, dale la vuelta a la pregunta, pues eso será lo que de veras te ataña. ¿Quién eres tú para Jesús? Esa es la piedra de toque. Y, solo entonces, todo el resto (enseñanzas morales o luchas sociales, ritos o papas, catedrales, música de Bach o villancicos, ciencias, capitales o esperanzas celestiales) podrás empezar a entenderlos de veras. ¿Quién eres tú para Jesús? Esa es la pregunta. Que no puedes responder tú solo, claro; pero sí preguntar.