Manolo Valdés, pintor, valenciano, 82 años. Vive en Nueva York desde 1989. Fue la otra parte de Equipo Crónica, el colectivo de dos (el otro era Rafael Solbes) que popularizó el pop en España y desarrolló una pintura de apetito crítico contra la dictadura. En 1981 murió Solbes y Valdés escogió seguir a solas. Resistió unos años más en Valencia y en 1989 decidió probar suerte en Nueva York. El proyecto era tantear la ciudad durante un año. Lleva 35. Tiene estudio entre la Quinta Avenida y Park Avenue. Poco a poco ha perdido los anclajes sentimentales con España.
No se lamenta, tan sólo reconoce que el pasado es una maleta portátil con la que viaja sin nostalgia. «Aquí me quedan pocos vínculos», dice. «Me desprendí de la casa de Madrid y de lo que tenía en Valencia. La familia de fue desapareciendo, también los amigos más cercanos. Así que el tanque de afectos se vació. Da algo de vértigo, sí. Tampoco conozco ya a la gente de la profesión que está apareciendo, ni lo que hacen. Antes estaba al tanto de todo, pero la distancia y el tiempo se imponen». Parece un aislamiento escogido. Aunque tampoco lo es. «Lo que pierdes por un lado lo ganas por otro». Manolo Valdés tiene exposición en Madrid. La titula Allegro. Desde hace algunos años trabaja con Opera Gallery, una firma internacional con 16 sedes repartidas por el mundo. Despliega en la sala algunas telas de gran formato, arpilleras de carga matérica. Y esculturas del sello Valdés: las cabezas con tocados locos y una acumulación de metales, mariposas, cristal impuro, resinas… Cualquier deshecho le vale. «Continúo siendo un mirón. No pierdo el asombro. Aprendo igual de un cuadro que de una vidriera. Y lo que me interesa lo llevo a mi obra. Si Picasso me enseñó que los ojos se pueden pintar de manera disparatada en un rostro, cualquier material me puede dar otras claves inéditas«. También presenta un libro de artista, un artefacto gigante, publicado por la editorial Ártika.
El trabajo de este valenciano atlántico que perteneció al Partido Comunista y fue dando pasos adelante a su manera se exhibe en medio mundo. «Siempre he tenido interés, y cada vez más, por enseñar mis cosas en lugares donde no me conocen. En Corea del Sur, en China, en Taiwan… Me seduce la idea de mostrar mis interpretaciones sobre La Reina Mariana de Austria en países donde casi nadie conoce la obra de Velázquez, a quien tanto he investigado». Y es que su pintura y su escultura desprenden una obsesiva insistencia que limita al norte con Matisse, al este con Goya, al oeste con Ribera y al sur con Velázquez. El arte por el arte. «Mientras haya memoria hay motivos. Y mi memoria se alimenta de la historia de la pintura, que no se agota nunca».
– ¿Y si se estuviese repitiendo?
– En algún momento me sugirieron algo así. Y dudé, pero ya he superado esas ansiedades. Hace tiempo que trabajo sin complejos. La exposición de Opera Gallery está llena de caprichos. De mis caprichos. Ya no me preocupa tener una estrategia. Y le aseguro que es una liberación.
– ¿Extraña algo?
– Algo de qué.
– Por ejemplo, la efervescencia cultural de los años 80, cuando este país estaba aún por hacer.
– Un poco de aquello sí falta. Fueron años duros, pero excitantes. Yo sabía, por ejemplo, lo que algunos críticos iban a decir de mi obra en cada exposición, y no siempre eran cosas agradables. Pienso en Francisco Calvo Serraller o en Fernando Huici, que tenían tribunas importantes en la prensa de los años 80 o 90. Me dieron duro en ocasiones y, sin embargo, ahora los echo de menos. Marcaron una diferencia en el debate cultural. Un debate de altura. Un debate serio. No me eran favorables, vale, pero había un nivel que hoy no encuentras. Cuando decidió instalarse en Nueva York era uno más entre los miles de artistas que prueban suerte allá. Le fue bien y pronto fichó por la galería Marlborough. Entonces decidió no regresar a España más que de visita. Estuvo en la confección del Instituto Valenciano de Arte Moderno (Ivam) y en tantas aventuras. Pero al mudarse encontró la posibilidad de trabajar mejor, sin tanto ruido alrededor. Ahora está en decenas de colecciones públicas y privadas. «Alcancé el éxito cuando me convertí en el más conocido del edificio donde tengo el taller», bromea. «Hasta que hace poco llegó la pintora británica Cecily Brown y me ha arrebatado ese puesto». No sabe qué obra suya colgará en los stands de ArcoMadrid (del 6 al 10 de marzo en Ifema), pero manifiesta una querella. «Hace años que no visito la feria. Este año tampoco lo haré. Estoy muy disgustado». ¿Y eso? «La galería que me representa, Opera Gallery, no ha pasado el corte que marcan tres o cuatro mierdas de galerías locales. Han vetado una galería internacional en una feria internacional. Es de risa. Da igual lo que piensen del trabajo de Opera Gallery o de sus artistas [representan a Baselitz, Tony Cragg, Giacometti o Dubuffet, entre otros], pero cómo se pueden considerar capacitados para censurar a una marca mucho más importante que ellos. El comité de selección de Arco es un espanto. ¿A qué grado de deterioro hemos llegado? Esta feria tiene un excedente de galerías inútiles. En época de Juana de Aizpuru esto era impensable. Esa mujer es una heroína. Tenía criterio, imponía. Pero lo de ahora…». Y cuenta los días para regresar.