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El calendario equivocado de Feijóo, por José Luis González Quirós

by Marko Florentino
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El error de fondo que ahora lastra las posibilidades del PP es su equivocada lectura del calendario, su elección del ritmo para llegar a la meta. A veces parece como si alguien les hubiese convencido de que Puigdemont está tan cabreado con Sánchez que no dudará en hacer que caiga, aunque su caída pudiera poner al PP en la Moncloa.

Esta posibilidad es tan remota que nadie debiera tomarla mínimamente en serio, en especial si se tiene en cuenta las ventajas que tendría no hacerlo. El que buena parte del PP y algún espontáneo de la prensa amiga abriguen la esperanza de que Pedro Sánchez está al caer sirve sobre todo para subrayar el carácter oportunista del PP que da continuamente la sensación de que lo único que le importa es ganar.

En lugar de aprovechar el tiempo disponible para fortalecer en serio el partido convocando un auténtico congreso político corren como locos detrás de Pedro Sánchez a ver si resbala y se desnuca. El PP no ha vuelto a tener un congreso de verdad desde el congreso excluyente de Valencia en 2008, aquel de «que se vayan los liberales…, que se vayan los conservadores…», que, por cierto, se fueron y todavía no han vuelto, además de que han dado vida y pujanza a fuerzas políticas que han hecho difícil que ese PP desvitaminado pueda alcanzar una mayoría.

En aquel congreso hubo un 16% de votos contrarios a la idea supuestamente centrista allí defendida, lo que supone una enormidad dado el carácter mansurrón de los compromisarios que van más a aplaudir y a colocarse que a hacer política. Pues bien, tras ese desdichado trance, el PP no se ha molestado en redefinir con seriedad su significado político y, además, se ha terminado convirtiendo en una especie de confederación de partidos regionales en la que cada cual va a lo suyo y a veces no les va mal, pero a la que el porvenir de España le queda, en verdad, un tanto ancho y ajeno.

En aquella ocasión el centrismo de Rajoy y la nueva dirección implicaba también una suavización de la actitud hacia los nacionalistas, algo de lo que todavía puede que queden huellas y ensoñaciones en las mentes de los más perezosos. Tras la estruendosa derrota de Zapatero los Gobiernos de Rajoy se dedicaron a aplicar la doctrina y acabaron expulsando a millones de votantes, que es el fenómeno que ha permitido a Sánchez llegar a Moncloa por caminos cada vez más inciertos y enrevesados, cada vez con menos votos pero con un PP en cueros.

«El PP no pretende convencer a nadie de lo bueno que es, sino que se conforma con mostrar que no es malo»

El disparate de Valencia respecto a la posibilidad de seducción de los nacionalistas se puso de manifiesto catastróficamente en 2017 e hizo que Vox pudiera llegar a tener un cierto protagonismo que ha añadido dificultades obvias a la esperanza ilusoria, pero que no se va de la cabeza a buena parte de la dirección del PP, de que lo suyo es que, pase lo que pase, heredarán el poder sin que haya hay que esforzarse demasiado en conquistarlo. Con esta vaina, Sánchez lleva lo que lleva, y va a por más.

Esa forma de hacer política es la que hace que el PP caiga una y otra vez en trampas para monas. Por ejemplo, la última, el que la operación contra el decreto ómnibus, concebida para mostrar la debilidad de Sánchez pueda terminar con Sánchez en lo de siempre, con Junts a lo suyo y con el PP teniendo que explicar no lo que piensa sino lo que vota, esta vez No, ahora ya Sí, pero en medio de la refriega perdimos a Don Beltrán.

El problema está en que el PP no pretende convencer a nadie de lo bueno que es, sino que se conforma con mostrar que no es malo, que ama a los pensionistas, a los emigrantes, a las personas trans, a los animales y hasta a los sindicatos, y que los amará más que nadie cuando sea necesario. De esta manera contribuye con entusiasmo a que la gente piense que los partidos solo sirven para comprar votos y que, por lo que fuere, los del PSOE se dan más maña.

El PP se empeña en ser el partido sin atributos. No quiere que se conozca su visión, asegura tenerla, pero es tímido y no quiere apabullar, de manera que da por hecho que la gente piensa que son más listos, más trabajadores y decentes que los perversos socialistas y que eso le bastará porque el público está hasta el moño de Sánchez y además puede que los jueces allanen un poquito más el camino.

«¿Qué opciones le quedan al PP si no se arroja en brazos de esa supuesta mayoría con Vox que anuncian las encuestas?»

Por si esta ausencia de atractivos fuera poca cosa, las encuestas dibujan un panorama que parece fácil pero que puede confundir, más o menos como en 2023, no nos equivoquemos, y algunos sueñan con la mayoría de casi 200 sumando los votos de Vox que, como todo el mundo sabe, no es un partido cesarista sino democrático y lo demuestra siempre que tiene una oportunidad, como acaba de hacer en Valladolid, sin ir más lejos.

La idea podría no ser descabellada si alguien demostrase que la suma de votos en las encuestas se transformará inevitablemente en una suma de escaños en el Congreso y que el anuncio de que esa especie de Frankenstein de la derecha va a llegar no se transformará inmediatamente en una movilización muy alta para evitarlo. La política es imprevisible y puede que no ocurra así, pero no son pocos en el PP los que sospechan que esa coyunda pueda traer más disgustos que buenaventuras.

¿Qué opciones le quedan al PP si no se arroja en brazos de esa supuesta mayoría que anuncian las encuestas? La solución no es difícil porque el PP debiera intentar, como sin duda lo hará el PSOE, ser el espacio amplio en el que confluyan desde los más conservadores hasta los más liberales, es decir, desmentir lo de Valencia con un congreso ambicioso, refundador en cierto modo. Tiene tiempo para ello, pero no puede perderlo en imaginarias encerronas al PSOE que, encima, no le salen ni medio bien. Luego los votos definirán el espacio de posibilidades, pero arrojarse de cabeza a un gobierno con su derecha podría ser peor remedio que su enfermedad.

El PP tiene tiempo suficiente para corregir su estrategia, para borrar su mala imagen de partido oportunista y sin consistencia política. Lo que el PP hace en la práctica, su comportamiento interno, sus postureos, su permisividad frente a la corrupción, su obsesión ciega por ganar sin reparar en la necesidad de cambios para merecerlo, es muy bien conocido por centenares de miles de personas que no pueden dejar de transmitir una imagen negativa o desesperanzada del partido y eso supone un lastre muy severo, justo esos millones que le faltan para estar muy cerca de la mayoría. Hay que corregir esa imagen y volver a ser una alternativa política de amplio espectro, claramente diferente a las políticas de la izquierda, sin miedo a proponer ideales distintos y a convocar a futuros más optimistas y atractivos.

En la primera etapa de la Transición hubo también dos derechas, pero una, la UCD, fue dominante mientras pudo y obtuvo mayorías frente a la izquierda. La AP del momento no tuvo otra oportunidad que colaborar y así lo hizo. Es lo que puede volver a pasar si el PP no se decide de una buena vez a ser un partido activo, serio y representativo de lo que desea y no consigue tener una amplísima mayoría de españoles.





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