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Viva el ejército de Pancho Villa

by Marko Florentino
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¿Deberíamos los opinadores mediáticos que estamos en contra de la destrucción sistemática a la que Pedro Sánchez está sometiendo a las instituciones democráticas evitar criticar a Feijóo en estos momentos porque ello podría contribuir de manera indirecta a que el primero se perpetúe en el poder? Tal es lo que se está empezando a plantear con pasmosa insistencia desde círculos cercanos al Partido Popular, y tal es lo que comienzan a defender explícitamente algunos compañeros en medios presuntamente de derechas.

Hace apenas unos días, por ejemplo, César Calderón escribía en THE OBJECTIVE que quienes desde esas rotativas disparan sin contemplaciones contra las clamorosas torpezas que en su labor de oposición cometen los conservadores son «señores (y señoras) que, a pesar de lo que pregonan, en realidad no buscan un cambio de gobierno, ya que viven mucho mejor publicando su engolada y pretenciosa columnita en el diario en el que escriben o en la tertulia en la que, con sus adocenadas (sic) opiniones, no son otra cosa que los mejores aliados del mantenimiento de actual status quo». Ahora bien, ¿está entre las obligaciones de quien escribe sobre la actualidad política buscar un cambio de gobierno o, simplemente, si es que quiere ajustarse a un imperativo de honestidad intelectual, analizar lo que ocurre y trasladárselo a sus lectores como una perspectiva más o menos discutible que les permita vislumbrar una cierta realidad?

Pero Calderón afirma algo que, en mi opinión, es mucho más importante, toda vez que afecta directamente a la función, si es que queremos ponernos estupendos, que debe ejercer el intelectual en la vida pública: «frente a las prietas y coordinadas filas – escribe el periodista – de esa nueva infantería prusiana que constituye el equipo olímpico de opinión sincronizada a las órdenes de Moncloa, (los opinantes presuntamente de derechas) prefieren comportarse como el colorista ejército de Pancho Villa, disparando al aire argumentos que no hacen blanco ni de casualidad en el relato gubernamental mientras clavan su bayoneta a diario en el único partido capaz de producir un cambio real (otra vez, sic) en el país».

Pues bien, cuando uno termina de leer este párrafo lo primero que siente es una lástima infinita de Núñez Feijóo: lo segundo, un deseo irreprimible de abrir las ventanas y gritar a los cuatro vientos: ¡Viva el ejército de Pancho Villa! Pero vayamos por partes. ¿Alguien a estas alturas del siglo XXI, redes sociales mediante, puede creer que nuestras míseras opiniones no sólo pueden tener aún algún efecto real más allá de nuestros pocos amigos, los aún menos enemigos y tal vez la entregada mamá que lee con devoción cada uno de nuestros artículos, sino que, además, pueden influir de forma determinante en los procesos electorales? Tal convicción, por más subrepticia que sea, me parece cuando menos un signo, si no de soberbia, sí, al menos, de ingenuidad.

«¿Está entre las obligaciones de quien escribe sobre la actualidad política buscar un cambio de gobierno o, simplemente, analizar lo que ocurre y trasladárselo a sus lectores?»

El artículo que estoy tomando como referencia brota de la contrariedad que le ha suscitado a su autor la cantidad de críticas que han recibido los populares por su decisión de votar a favor de las pensiones después de enredarse en toda clase de problemas ficticios. No voy a entrar a valorar el asunto, porque no es sino otro ejemplo más de la sempiterna torpeza que caracteriza a la panda de asesores del líder de la oposición, los cuales deben cobrar un pastizal por dejar claro una vez y otra vez que Sánchez es un hábil tahúr de la política frente a unos burócratas engolados que viven literalmente fuera de la realidad. Digamos solamente que la imagen de una Cuca Gamarra exultante presentando como un triunfo el hecho de haberse vistos obligados a votar en última instancia lo que le ha dado la gana a Pedro Sánchez debería descalificar a cualquiera con un mínimo de pudor para seguir dedicándose a la política. ¿Es este bochorno constante lo que debemos abstenernos de reprobar?
Sea como fuere, la pregunta que se impone es la siguiente: ¿De verdad criticar a Feijóo supone contribuir al mantenimiento del status quo o más bien todo lo contrario?

En mi opinión, no hay nada que contribuya tanto a la impunidad en los desmanes de Sánchez que la inoperancia y la ineptitud de los populares. Como soy de uno esos opinadores que de vez en cuando acierta con sus vaticinios, permítanme citarme en un artículo que escribí en El Español justo en el momento en que Casado ya había sido descabalgado, pero Feijóo, aunque ya se postulaba sin postularse, aún no había sido entronizado.
«El votante de derechas – decía, aludiendo directamente a la posibilidad alternativa de Ayuso – quiere ahora salir a ganar. Si hay algo que necesita en estos momentos la derecha liberal, después de tanto tiempo de líderes grises y funcionariales, es precisamente alguien que brille. Por lo demás, en el plano político, Feijóo no significaría otra cosa que la reincidencia en políticas aquiescentes con los imaginarios nacionalistas e indiferentes, cuando no conniventes, con muchos de los dogmas de la izquierda identitaria». Y terminaba: «La disyuntiva, en tal sentido, no puede ser más clara: o Isabel Díaz Ayuso o Pedro Sánchez». Como se sabe, se optó por la solución continuista de Feijóo y de aquellos barros estos lodos de Sánchez como presidente.

Pues bien, desde entonces las cosas no sólo no han cambiado, sino que han ido a peor. Por eso, en mi opinión, la irresponsabilidad en estos momentos no es, ni mucho menos, poner de manifiesto la nulidad política de esa tropa de burócratas acomodados que copan la cúpula del PP, sino, más bien, seguir ciegos al hecho de con ellos al frente del partido que, en efecto, constituye la única alternativa de gobierno, es altamente improbable sacar a Sánchez del poder. Y lo peor de todo es que éste lo sabe y que se siente infinitamente cómodo con ello.

Sea como fuere, más que todo esto me importa la degradación que, presunta polarización mediante, ha sufrido la consideración de cuál deba ser la función de los intelectuales en el juego político. ¿Deben limitarse a servir a una determinada causa, traicionando incluso sus principios, con tal de evitar que impere un mal mayor? ¿Pero no es ello lo que llevan haciendo los compañeros de viaje de la izquierda (esa cohorte de obedientes lacayos a sueldo del Politburó que vemos cada día en la prensa progresista) desde hace ya más de un siglo, y que originó aquel libro de referencia, La traición de los intelectuales, en el que su autor, Julien Benda, defendía que «cuando el intelectual abandona esta pasión por lo esencial y universal y se entrega al servicio de lo particular está traicionando su misión»? ¿Debemos convertirnos los opinadores que vamos por libre en palafreneros a las órdenes de un partido?

Todo interviniente en los foros mediáticos, si es que quiere cumplir con honestidad con su trabajo, debe asumir que no es sino un humilde e independiente soldado de un ejército en el que cada cual dispara por libre y en el que, en efecto, muchas veces se yerra en el blanco. Ahora bien, si Feijóo y sus muchachos aspiran a contar con periodistas pagados, tal vez deberían ser un poco más hábiles y valientes, ilusionar a sus votantes con un programa más o menos definido y, ya si eso, cuando sean capaces de desalojar del poder a Pedro Sánchez regar de dinero a quienes quieran prestarse a hacerles el juego. Les aseguro que candidatos no van a faltarles.





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