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Melilla, entre el cerco, el muro y la fuga, por Javier Rioyo

by Marko Florentino
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«Si construimos las calles / cuando no eran

Si alzamos nuestras casas/ en tierra yerma

Si sembré un árbol, y un hijo

y escribí un libro bajo tu puerta.

Cuando no habían árboles, hijos y poemas.

Esta es mi tierra… «

Miguel Fernández (Melilla)

Hace más de 20 años visité Melilla por primera vez. Fui acompañado por mi amigo judío Moisés Salama y el cristiano director de la UNED, Ángel Crespo. Quedé cautivo. Repetí esta semana y completé el triplete religioso añadiendo al bereber melillense Mohamed Hammu. Ninguno de los tres son hombres de fe, aunque sí han recibido las culturas que nos forjaron. Eso es Melilla, pura España, habitada por puros e impuros españoles tal como dejó dicho el escritor Sánchez Ferlosio: un español es un moro judío viviendo entre los cristianos. Así era Melilla. Así sigue siendo, pero con rebajas cristianas y casi liquidación judía. Deseo que el remate final no llegue en las rebajas de verano. Los melillenses, su historia, su memoria, su españolidad, su realidad complicada y cercada, se merecen mejor destino. La fuga no debe ser la salida.

Es urgente una mejor vida intramuros. Merece frontera abierta, aduana que funcione para el comercio entre los dos países, abolición de muros, inauguración del nuevo hospital e incremento de las comunicaciones con la península. No es un furgón de cola.

No es solo esa bella, exótica y lejana ciudad española. Melilla es mucho más. Con su próspero pasado, su abierta convivencia, su sorprendente arquitectura modernista, sus civiles y militares, sinagogas, mezquitas e iglesias; su plaza de toros y sus playas, su universidad, su autonomía, sus restaurantes; sus mercados esperando el regreso del marisco y el salmonete. No puede seguir siendo una resistente condenada a seguir esperando a Godot. Ya conoció el teatro del absurdo y el del pánico: vio nacer a Fernando Arrabal. También al genio irónico y popular de Emilio El moro. Al poeta Miguel Fernández. Tres maneras de ser de Melilla.

No hay mucho tiempo para esperar. Esta hermosa ciudad del sur, esta ciudad tan andaluza del otro lado del Mediterráneo, no puede seguir entre las promesas y las mentiras, las subvenciones y la pasividad, la indiferencia y la derrota. Melilla, la bien cercada, no puede vivir, 250 años después, un nuevo episodio del Levantamiento del Sitio de Melilla que ahora se recuerda y conmemora. Melilla, defensora orgullosa de su pasado y resistente en su presente, merece un futuro unido a esa condición de ciudad europea del sur. Sin paredón, ni después. Melilla, como su hermana Ceuta, es un símbolo de lo que queda de España. Su civilizado grito se tiene que hacer oír. Sin mentiras, sin retórica hueca, sin plegarias desatendidas, ni derrotas cautivas.

Deseamos, los que amamos a este país de norte a sur, de este a oeste que la distopía que imaginó, y aquí dejó escrita, Luis Prados de la Escosura no pase de ser un excelente relato de ficción a una crónica realista de un futuro anunciado.

«No es verdad que la frontera esté funcionando, ni la aduana comercial ni el paso de personas»

Cuando Luis Prados hizo su mili en Melilla todavía estaba en la Plaza de España la estatua ecuestre del comandante Franco. Los militares y legionarios también cruzaban libremente la frontera, paseaban por Nador. Una interesante ciudad en la que todavía se podían ver los vestigios de los tiempos del Protectorado. Se intercambiaban productos, se negociaba legalmente, se compartía. Y también crecían los manejos, negocios marginales e ilegales con aromas de Ketama o con camarones, chanquetes o boquerones, que eran fritos a la manera andaluza. La vida era distinta. No sirven añoranzas. Somos distintos. Somos otros. Distintos pero no distantes de nuestra españolidad y la suya.

Hemos visto y nos han contado cosas que alarman, que contradicen el relato de un gobierno de cesiones inexplicables y de abandonos a la arbitrariedad del país vecino. No es verdad que la frontera esté funcionando, ni la aduana comercial ni el paso de personas. De Marruecos pueden entrar sus productos -aunque han castigado con la pesca-; de Melilla no puede salir ni una botella de agua mineral ni unas onzas de chocolate. A un amigo, melillense de tres generaciones, persona destacada y querida en el mundo universitario y cultural de Melilla, le retuvieron unas horas por una botella de agua que le hicieron abrir. Hace unos días a un joven también lo retuvieron y burlaron durante horas porque pasaba con seis pastillas de chocolate, del legal, del dulce.

Cruzar la frontera en coche representa perder medio día. Andando hay que soportar colas de horas. Es mentira la «frontera inteligente» que inauguró el ministro Marlaska. Ni son verdad las informaciones que da el ministro de Exteriores, Albares. Nada nuevo en nuestra derrotada, humillada y mal explicada política con Marruecos. Un ministro que no consiente que no estén prietas las filas mientras él habla. Como lo hace para la historia y el progresismo hay que permanecer bien despiertos y tomando nota. Pues no será tan fácil. No le creen los melillenses, ni los ceutíes.

No le creen ni los diplomáticos que se han atrevido a disentir y explicar las razones del descontento profesional. Entre otras, el rechazo a la arbitrariedad de sus nombramientos, al control censor y a otros caprichos de este muchacho de Usera con complejo de Robespierre. No es lógico que la mayoría de los ministros del «gobierno más progresista de la historia», ni su amo y señor, no puedan pasear o tomarse unas cañas en la hermosa Melilla, dónde ya ha estallado la primavera y dan ganas de quedarse. Los melillenses son pragmáticos pero no quieren ver su futuro entre la pasividad, la indiferencia o la derrota.

«Distopías, ucronías y fatalidades españolas. Pueblo que no quiere crecer a garrotazos, ni a golpes de mentira y corrupción»

El futuro no se debe parecer a la ficción de Luis Prados. Compañero de disidencias y lecturas, que ya nos hizo reír y temblar con su novela El muro de Madrid. Les recomiendo su lectura aunque lo tengan que encargar, buscar en librerías de viejo o en la Cuesta de Moyano. En esa otra ucronía novelada de Prados también aparece Melilla. Es una ciudad con intrigas, espías y buena vida. Un lugar donde te puedes tropezar con Ramón J. Sender o vivir una historia de amor. Inquietante ficción, dónde se imagina una España superviviente de la guerra civil y dividida. Media España con Don Juan de Borbón como rey y jefe de Estado de una democracia confesional y conservadora, tutelada por USA y Gran Bretaña, principalmente la España del Oeste, pero con el País Vasco incorporado. La otra, en el este con una parte de Andalucía y La Mancha y con una República Democrática Española de obediencia soviética. Madrid, como Berlín, está dividida por un muro.

Estamos en los años cincuenta. La vida cultural del lado monárquico está presidida por Ortega, Madariaga, Menéndez Pidal o Josep Pla, que dejó el Ampurdán por Madrid. En la otra, además de estar gobernada por Líster, el dominio cultural está en Alberti, León Felipe o Miguel Hernández. Y en el exilio, a la espera, están Américo Castro, Juan Ramón Jiménez, Cernuda o Chaves Nogales. Y en un exilio interior, Machado, Aub, Barea o Buñuel. Ni unos ni otros estaban para fiestas. Las dos Españas, y la tercera, se sentían embaucados por la historia. No hemos cambiado tanto. Más allá de los nombres de nuestra historia que no pueden ser ya los mismos, seguimos con sensación de haber sido embaucados por unos y otros. Los hunos y los hotros unamunianos.

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Distopías, ucronías y fatalidades españolas. Pueblo que no quiere crecer a garrotazos, ni a golpes de mentira y corrupción. ¿Quiénes serán los nuestros? ¿Cuándo llegarán? Nuestro exilio interior parece que durará. Orwell era un visionario realista. Una cita suya del año 37, que recoge Prados como encabezamiento de su ficción, todavía nos debe hacer pensar, meditar y dudar. También afirmar que los libres ciudadanos españoles, de Melilla o de Santurce, no nos deberíamos conformar. Aquí la cita: «Todas las profecías son vanas, esta también lo será, pero aprovecho la ocasión para decir que esta guerra, ya termine enseguida o se prolongue durante muchos años, acabará con una España dividida, sea con fronteras oficiales o económicas. Como es lógico, cualquiera de los dos bandos, o ambos, podrá considerar esta solución de compromiso como una victoria».

Después vendrían 1984 y Rebelión en la granja, con el inolvidable cerdo llamado Napoleón. ¿Y ahora qué? ¿Quién? Seguiremos leyendo. No necesariamente a los historiadores de cabecera.





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