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PÁSALO
El universo que nos adelantaste ya lo paseas con tu bellísima hija
Declina el invierno con un vendaval intratable que se lleva, como hojas vencidas por una primavera que se les negará, a amigos que lo fueron y lo proclamaban con una sonrisa ancha, entrañable, musical casi con la que te recibían cada vez que el tiempo … tenía una hora en su caprichoso reloj para hacernos coincidir en punto. En el punto exacto de uno de los sentimientos más hermosos del hombre. La semana pasada, viajando hacia Lisboa, me anunciaba Juan Pérez Garramiola que Antonino Parrilla se fue camino, sin dudas, de esa constelación mágica que nos regalaba con su pintura y su cerámica, en cuya fantasía astrofísica nos adelantó lo que el telescopio Hubble nos descubre ahora del universo. Tenía Antonino, dicho queda, la sonrisa tan amplia como el corazón, y lo digo no porque me permitiera el tratarme con su amistad, sino porque era un tipo machadianamente bueno. Bueno y divertido. Con sus habanos de la isla de la que se enamoró de lo que un artista siempre se enamora para resucitar en un mundo nuevo: la luz, los colores, los matices de la potente incandescencia tropical asaltando las palmas reales a las que cantó Guillen.
Buen viaje le deseo a ese universo que soñó y nos dejó en sus cuadros y cerámicas. Lo conocí en un paisaje no menos mágico que la gloria que ahora disfruta. Fue en su casa o en la de su convecino territorial y emocional Carlos Herrera, donde me presentaron al Nano de Jerez, una de sus debilidades flamencas y humanas. Una jornada, para qué les voy a mentir, realmente inolvidable. El Nano también sucumbió a los placeres de Cuba y escucharlo era tan divertido, agradable y sorprendente como su talentosa e inalcanzable escenificación del canto al bombero, ese Grammy pendiente. Antonino era de los cabales, con tertulia flamenca a la que me invitó más de una vez, para beber arte y comer ingenio. Me quedé con las ganas por culpa de confundir lo urgente con lo inmediato.
Durante el confinamiento me confesó que, al vivir en el campo, donde tenía su estudio, disfrutó de la condena del aislamiento. Porque tenía todas las horas del mundo para escuchar música, pintar y trabajar. Y que pintaba cosas alegres para restarle tristeza a lo del Covid. Recuerdo que publicó unas fotografías del estudio, donde había almacenada tanta pintura y cerámica que Eloy Carmona, otro buen amigo del artista, bromeaba diciendo que muchos cuadros los tenía colgados del techo. De aquella superproducción, nació, tras tres décadas de no exponer en Sevilla, una maravillosa retrospectiva de su trabajo en la sala del Ayuntamiento de Tomares. Eso nos quedó de un tipo tan generoso y cabal, tan suave de trato y jondura de compromiso estético. Vivió su existencia disfrutándola y padeciéndola, sin que su cruz se notara demasiado, pese a lo pesada que fue en alguna terrible ocasión. Tú, que nos pintaste el universo, ya lo paseas con tu bellísima hija, que seguro te pedirá que le cuentes la última del Nano de Jerez…
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