De la casa de Amparo Romeu y Vicente Moncholi los voluntarios sacaron “más de 200 capazos de barro”. La pareja perdió los muebles, la ropa, los recuerdos, y a cambio ganó un pánico al agua que durante más de cuatro meses parecía insuperable. Estos vecinos de Massanassa, un pequeño municipio (10.345 habitantes) aledaño a Catarroja y Paiporta, arrasado igualmente por la dana de Valencia, iban a nadar a la piscina “tres veces por semana” antes de la catástrofe. “Pero, después de todo esto que pasó, el agua me daba miedo”, confiesa Amparo, que este año cumplirá 80 años. “La gente me decía ‘tienes que apuntarte otra vez a la piscina”, cuenta, “pero desde el día de la dana estaba como paralizada”, en todos los sentidos, incluso para hacer frente a las cosas buenas de la vida. Por eso, cuando el alcalde de su pueblo, Francisco Comes (PP), propuso al matrimonio atravesar en AVE la península para pasar una semana en un balneario de Ourense, ella primero dijo que no: “Yo no me siento preparada, Paco, no estoy para ir”, zanjó.
Pero Amparo y Vicente acabaron por aceptar el ofrecimiento, empujados por sus hijos. Esta semana han viajado entre un grupo de 50 vecinos de su localidad, de entre 65 y 89 años, y de lunes a sábado han estado recobrando el ánimo y la salud en el Balneario Caldaria de Arnoia. La terapia termal, combinada con excursiones, talleres y sesiones de “ventilación emocional” con dos psicólogos de Cruz Roja bregados en situaciones traumáticas como accidentes, incendios forestales o el terremoto de Lorca, ha sido una verdadera reconciliación con el agua.
El balneario, en la comarca vitivinícola de O Ribeiro, se levanta en una ladera que se zambulle en las grandes masas de agua de los ríos Miño y Arnoia. Había previsión de lluvia, pero al final lució el sol. En principio, a los organizadores les asustaba que tanta humedad, más la de las termas, fuese difícil de asimilar para los vecinos castigados por el torrente de agua, tierra y escombros que en octubre se llevó por delante 233 vidas y sembró la destrucción. Pero en este lugar donde las gotas que caen del cielo son sinónimo de verde, ocurrió justo lo contrario: “nos vamos a tirar a la piscina”, espetó en el Balneario a su marido la voluntariosa Amparo Romeu. “Y fue un renacer”, celebra esta valenciana, “¡estábamos en el agua, rezando y dando gracias a Dios!”.
La idea, la puesta en marcha y todo el presupuesto para esta experiencia piloto con afectados de la dana —que trata de curar con agua la herida que causó el agua— manaron de la Diputación de Ourense tras la tragedia, y su propósito es seguir ampliando el Programa Respiro a más pueblos y más damnificados, mientras a la institución no paran de llegar correos de personas que quieren sumarse. Esta provincia gallega con siete balnearios es la primera de España en surgentes termales y su capital es la segunda ciudad de Europa, solo por detrás de Budapest, en manantiales de agua calda y medicinal, con más de tres millones de litros al día que emergen de la tierra a temperaturas de entre 37º y 70º. La Diputación, que lleva ya 13 años organizando estancias de personas mayores de toda España y tratamientos termales, un día a la semana, para vecinos de Ourense que viven solos, presentó su plan a la Federación Española de Municipios y Provincias y Massanassa se apuntó sin dudarlo. Los vecinos que sufrieron esta desgracia viajan a Galicia con todos los gastos pagados.
“No sabéis lo bien que te sientes cuando ves que te hacen caso, que están pendientes de ti”, declaraba Amparo el miércoles, en una visita de la prensa. “No tendré tiempo en la vida para agradecer a toda la gente que nos ha ayudado en Massanassa, familias y familias que pasaban por delante de nuestra vivienda y al ver todo destruido entraban a trabajar”. “Ya limpiamos el barro de las casas; ahora, lo tenemos que sacar de la cabeza”, resume la situación presente de los afectados por la dana Rosa María Heredia, otra de las vecinas llegadas a Arnoia. El programa estaba abierto a mayores que viven solos y a aquellos otros que habitaban en casas de planta baja, sepultadas por la lengua infinita de lodo. Todavía hoy muchos viven de prestado, y no han podido regresar.
Buena parte se vinieron a Galicia mientras los albañiles aún reconstruyen sus hogares. “Cuando fui a recibirlos a la estación de Ourense el domingo, me parecieron turistas normales”, describe Juan José Cerdeira, responsable del área de Benestar en la Diputación y del Programa Respiro Termal, “a simple vista nada hacía sospechar las dolorosas historias que vivieron” en octubre. Desde la mujer que “por unos segundos” salvó su vida, junto a su hija y su nieta; hasta el enamorado de las motos que sobrevivió encaramándose en lo alto del elevador del taller mecánico; o la vecina que vivía enfrente de un comercio con puertas automáticas: al irse la luz, las dos dependientas murieron atrapadas.
“Esta estancia en el balneario nos da vida para poder salir de la situación y ayudar a los que están peor; porque hay gente mucho peor”, insiste Amparo, “gente que perdió a seres queridos, y gente que no podrá salir adelante, porque ha perdido los negocios”. “El objetivo es ayudarles a sanar a través de un recurso que nos define como provincia, el termalismo, nuestra gran riqueza”, recalca por su parte el presidente de la Diputación, Luis Menor (PP). Se trata de “paliar los efectos psicológicos, las consecuencias”, que “continúan una vez que el foco mediático y social desaparece”, dice.
Según Cerdeira, a partir de ahora, se va a hacer un seguimiento de las personas que participaron, para “evaluar cómo la experiencia ha ayudado a cubrir esas necesidades invisibles, como la salud emocional”. “La FEMP está totalmente pendiente de los resultados de este proyecto, y a raíz de esos resultados va a promover que se extienda a muchísima gente”, promete Menor. “Partíamos de cero”, admite Cerdeira, “y no sabíamos hasta dónde podíamos llegar. Teníamos miedo de programar actividades más lúdicas, como una sesión de baile. Pero, al conocerlos, los miedos se disiparon: ellos quieren bailar”.