A diferencia de esos personajes de la mitología griega que eran castigados por los dioses a vivir eternamente atrapados, la vida política española está atrapada no por un dios, sino por un humano que se cree divino y que solo ha destacado por su ambición ilimitada, su adicción al poder y por su amor a sí mismo. Estamos atrapados por un presidente de Gobierno que sabe que no puede gobernar por falta de mayorías estables con sus socios parlamentarios, pero que también sabe que esos mismos socios no le van a dejar caer para evitar que haya elecciones y pueda ganar el Partido Popular.
Da igual el escándalo de corrupción que se destape, el chantaje independentista que se le exija y que lo pague traicionando leyes y sus propias palabras. Al final es humillado y derrotado en el Congreso. Por muy mal que lo pase, Sánchez prefiere malvivir políticamente en el poder, con todo el deterioro institucional que ello supone, a que la democracia pueda seguir el curso normal que un Estado de derecho exige y obligue. Cuando un Gobierno pierde más de cien votaciones en el Congreso y es incapaz, por segundo año consecutivo, de cumplir con la obligación constitucional de presentar una propuesta de Presupuestos Generales, algo no funciona bien y ese algo puede dañar mucho a la democracia.
Parecemos condenados a ver cómo se derrota al Gobierno en el Congreso sin que suponga una necesidad de disolver las Cortes y convocar elecciones. Somos como ese Tántalo mitológico que estaba castigado a que el agua del estanque se le retirara cada vez que intentaba beber o a ver cómo las frutas se le alejaban cada vez que pretendía comer. El símbolo de la frustración y del deseo insatisfecho, refleja a la perfección a esa ciudadanía que observa ya incrédula cómo, ante cada nuevo caso de corrupción, ante cada nuevo imputado en el entorno de Pedro Sánchez, ante cada nuevo golpe a la igualdad jurídica y financiera de los españoles, no hay ni el más mínimo reconocimiento de culpa ni de responsabilidad política. Nunca pasa nada.
Estamos atrapados en la miseria de un político que no duda en decir que gobernar con unos Presupuestos de la anterior legislatura da estabilidad al país, justo cuando estamos en la mayor crisis internacional desde la Segunda Guerra Mundial. Todo lo justifican él y los suyos con tal de defender la permanencia en el poder. Solo les queda ya la explicación del origen divino del poder de Sánchez.
Siguiendo con la mitología, nuestro presidente es como ese Narciso que está enamorado de su propio reflejo en un estanque. Todo en él es vanidad. Su obsesión por la belleza, en este caso por el poder, le hace, como a Narciso, ser incapaz de amar a otros. Ni siquiera a los suyos, a los del PSOE, a los que ha convertido en militantes sumisos. Gente que ya no defienden los ideales tradicionales del socialismo de igualdad y solidaridad, sino que repiten, por el amor a sus cargos, todo el argumentario «monclovita» para justificar su adición al poder.
De la mentira ha hecho un arte. Sánchez miente a sus ministros socialistas que se acaban enterando de muchas de sus decisiones, incluida el rearme, por los medios. Miente a sus socios de Gobierno y parlamentarios cuando les dice que va a subir la inversión en defensa sin efectuar ningún tipo de recortes sociales. Miente a sus colegas de la UE y de la OTAN cuando les promete en secreto que España subirá este mismo el verano al 2% los gastos de rearme. Y miente al Parlamento cuando anuncia que va a explicar su plan y luego no explica nada, porque es muy probable que todavía no haya plan.
Esas mentiras de Sánchez, que son la esencia de su trampa, quedan al descubierto en las votaciones del Congreso. Por eso le da pánico que se vote en las Cortes cualquier propuesta ante el riesgo de perderla. Acepta los chantajes porque garantizan votos que le hacen tragar con la xenofobia de Junts o con la hipocresía de Bildu con las armas y la violencia. Ninguno le va a hacer caer. Ni los supuestos progresistas de PNV y Junts, ni los independentistas de ERC, ni la extrema izquierda de Sumar o Podemos, ni siquiera los hijos políticos de ETA. Ninguno. Todos le han cobrado piezas inimaginables en cualquier país con un sentido ético normal de la democracia. Aquí ya todo vale si hay siete votos detrás, aunque sean de un prófugo de la justicia.
Ahora, en apenas dos meses, todo ha cambiado. También para Sánchez. La irrupción matonista de Donald Trump como presidente de Estados Unidos ha roto todo el orden internacional. Un presidente norteamericano que insulta a vecinos y aliados y que alardea de su simpatía y entendimiento con un criminal de guerra como el presidente ruso Vladímir Putin. Ahora el riesgo, más allá del saqueo de Ucrania, es ya grande y verdadero para toda Europa.
Los riesgos bélicos con Rusia han crecido de una forma exponencial con el abandono norteamericano a sus tradicionales aliados europeos, que se pueden quedar sin su coraza militar de información electrónica y satelital imprescindible para un conflicto. La UE no lo tiene. Por no tener, no tiene ni unidad, ni liderazgo. Necesita rearmarse y de forma rápida, creciente y real en todos los países.
Eso significa mucho dinero y, sobre todo, la decisión política de hacerlo pese a los costes políticos que implica. En el Reino Unido, los laboristas de Keir Starmer ya han anunciado recortes que afectan a las prestaciones sociales de un millón de personas y rebajas en sanidad y en el gasto en funcionarios. Lo van a presentar en el Parlamento y como revisión de los Presupuestos aprobados del 2025. Parlamento y Presupuestos dos palabras que leemos ya con añoranza en España.
A Sánchez se le exige que cumpla el compromiso del 2% que España prometió con Rajoy en 2014 y que dijo que conseguiría en 2024. Luego Sánchez lo estiró hasta el 2029. Ya no es Trump, los aliados empiezan a cansarse. Por eso no parece fortuita la revelación del secretario general de la OTAN, Mark Rutte, de que Sánchez le dijo que lo conseguirá este mismo verano. Si lo dijo fue en secreto porque el presidente español no lo comentó ni en el Parlamento, ni a sus ministros, ni a sus socios. Ahora Moncloa no niega, pero intenta matizar este nuevo doble juego.
Sánchez solo tiene un partido en el Congreso para conseguir aprobar ese incremento en defensa. Es el PP. Pero en vez de cuidarlo lo ningunea. No informa, no negocia y realmente no les pide el apoyo, más bien se lo exige. No es fácil el papel de Feijóo. O acepta, casi el insulto por las formas y fondo, por el bien del Estado o se planta para forzar a Sánchez a que invente y dé la cara por una vez.
En esta tesitura Sánchez sabe que no puede llevar esta decisión al Congreso por el miedo a perder por el voto en contra de sus propios socios. Intentará atajos para mover fondos fuera de todo control parlamentario. Buscará partidas con fondos de los distintos ministerios para etiquetarlas como gastos de defensa. Y si no, se cargarán partidas, aunque no tengan nada que ver. Hasta la cuenta de combustible de su Falcon será considerada gasto de defensa si hace falta.
Seguimos sin Presupuestos. El orden internacional vuela por los aires. Europa pide cumplir las obligaciones que tiene con los aliados. No se inmuta el presidente. Si hace falta hará creer a Bruselas que las ha cumplido. Y cuando lo diga a ninguno de sus socios le gustará, pero ninguno de ellos le hará caer. Y seguiremos «atrampados» por Sánchez