La ruptura del orden internacional provocada por la irrupción distópica del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, parece ya algo inevitable. Todavía no somos conscientes del tamaño del desgarro en la alianza occidental que ha provocado su giro de amistad, y casi sumisión, hacia el criminal presidente de Rusia, Vladímir Putin. Los dos matones quieren repartirse Ucrania. Putin quiere la tierra de Ucrania y Trump sus tierras raras.
El personalismo que alcanza este grotesco terremoto entre los caprichos personales de dos líderes negociando cómo saquean Ucrania recuerda aquel pacto antinatura que firmaron en su día Hitler y Stalin para repartirse y saquear Polonia. Si se consuma ahora, tampoco nadie podrá asegurar la seguridad del continente europeo. ¿De qué serían capaces de pactar? Si cae Ucrania a nadie sorprendería que Rusia intentara quedarse también con las repúblicas bálticas. Y tampoco sorprendería que Trump confirmara sus apetencias sobre Groenlandia, después de todo lo que ha vomitado rompiendo todas las normas diplomáticas y de respeto por un país aliado como Dinamarca.
Hace tres años el expansionismo militar de Putin con Ucrania consiguió fortalecer y ampliar la OTAN logrando que países tradicionalmente neutrales como Suecia, o que practicaban un delicado equilibrio para no afrentar al oso ruso, como Finlandia, acabaron buscando rápidamente el paraguas militar aliado. Ahora la psicopatía verbal, militar y comercial de Trump contra sus propios vecinos, amigos y aliados, puede que consiga otro hito en la UE: el derribo de barreras nacionales para buscar una auténtica unidad militar de Europa.
Porque en esta compleja situación creada por Putin primero y Trump después, Europa necesita tomar decisiones con urgencia. Hay algunas muy claras y urgentes: un mayor incremento en gastos de defensa de todos los países aliados en la OTAN para no depender en nada de Estados Unidos. Es más que necesario, es obligatorio, pero no es suficiente. La autonomía militar de la Unión Europea no se consigue en meses, ni en años. Para la mayoría de expertos militares harían falta entre quince y veinte años para poder llegar a un nivel suficiente de eficacia tecnológica tanto en su versión armamentística como en la de información electrónica. Y no solo es eso.
Falta liderazgo, decisión y unidad política esa Unión Europea en la que pareciera que con 800.000 millones de euros se solucionaría todo. ¿Qué busca la UE? ¿Un gran ejército europeo, bajo mando único, con organización y despliegue coordinado, y con armamento y munición homologable? O al final, los celos nacionales harán que se quede en intentar mejorar a 27 ejércitos distintos, pequeños, cada uno de su padre y de su madre, y que tendrán que convivir con caprichos de grandeur como Francia o de enfrentamiento interno como Hungría. Una cuestión vital y casi imposible de conseguir a corto plazo.
Más difícil y compleja es la situación de la Defensa en España. Mientras muchos países de Europa ya están anunciando la vuelta del servicio militar obligatorio, incluidas las mujeres, la sociedad española sigue viviendo en un limbo ilusorio en el que la despreocupación por nuestra capacidad de defensa y seguridad ha sido siempre el último de los problemas de la mayoría de los gobiernos de este siglo. Tras cuarenta años de dictadura militar y un golpe de Estado en el 81, las fuerzas armadas fueron vistas con desconfianza por gran parte de la ciudadanía. Brillante fue el trabajo de los primeros gobiernos de Felipe González para una regeneración y modernización de nuestra defensa. Desde entonces la profesionalidad y brillantez de nuestros militares se ganaron la confianza de la mayor parte del pueblo español.
Desgraciadamente, esa profesionalidad de nuestros militares, a veces demostrada con la entrega de su propia vida en numerosas misiones internacionales, y que les ha merecido el respeto de sus colegas de la OTAN, no ha ido en paralelo con las políticas y prioridades de nuestros gobiernos siempre propensos a recortarles los recursos económicos y las herramientas armamentísticas que necesitaban.
Hemos vivido desde 2014 huyendo del compromiso que se pidió entonces a todos los gobiernos de incrementar hasta el 2% del PIB el gasto en defensa. Pero nuestras deficiencias ya venían de antes con la paradoja de que siempre hemos sido uno de los países europeos con mayor riesgo de conflicto por las intenciones de nuestro vecino del sur, sobre Ceuta, Melilla e incluso Canarias. Junto a la diplomacia con Rabat de González o la firmeza de Aznar, hemos vivido el entreguismo de Zapatero, la ausencia de Rajoy o la inexplicable sumisión total de Sánchez a Mohamed VI.
Ni la siempre latente amenaza de Marruecos, por cierto, uno de los grandes aliados militares y comerciales de Trump, ha hecho que nuestros gobiernos despierten. La crisis de Perejil ya dejó claro que ni Estados Unidos ni Francia se iban a ponerse decididamente de nuestra parte. Aquello se frenó al final por la amistad de Bush y Aznar, pero el test ya se había hecho. Ahora la amistad con el amigo americano que ha crecido ha sido la de Marruecos. Y por si éramos pocos con un Sahel ya en manos rusas. Marruecos es amenaza y colchón a la vez.
La gran pregunta que nos tenemos que hacer en España es hasta qué punto estamos decididos a tener una defensa efectiva con todo lo que ello conlleva. Hasta qué punto este Gobierno puede defendernos de verdad. Ni Sumar, ni Podemos, ni los independentistas y nacionalistas parecen dispuestos a ningún compromiso de defensa.
Tenemos un gobierno en el que la cuarta parte de él se declara antimilitarista, partidarios de salirse de la OTAN y conformes con acabar las guerras dejando que Putin las gane. La desconfianza que genera el Gobierno Sánchez es ya grande, pero en Bruselas y Washington empiezan a enfadarse al ver los desvaríos con China de un presidente del gobierno que sigue engañando a todos con todo. En junio hay una cumbre crucial de la OTAN y un Sánchez insensato está jugando a tentar al tigre chino bajo el influjo Rodríguez Zapatero, ese aprendiz de mago al que siempre tienta y captura el lado oscuro de la geopolítica, ya sea Maduro, Erdogan o el que venga.
Tenemos una sociedad que ve muy lejana la guerra de Ucrania y que no quiere ver las amenazas cercanas del sur. Un Gobierno que en Europa dice una cosa y en España otra y que lleva años sin invertir en seguridad. Se ha descapitalizado a nuestra defensa con 20.000 soldados menos de los previstos para tiempo de paz. Dentro del Gobierno están los mayores enemigos del propio Gobierno en cuestiones de defensa. Un ejecutivo débil, que depende exclusivamente del capricho de sus socios parlamentarios independentistas, en los que manda un prófugo de la justicia que fue capaz de pedir a Putin la llegada de 10.000 soldados rusos durante el procés.
Tenemos una política internacional que nadie entiende y en la que solo ganamos enemigos por acción o inacción. Este es el panorama. Muy peligroso para la unidad de la defensa en Europa. Casi imposible para España, que sigue sin defensa.