Es muy sorprendente, para quienes hemos conocido otros tiempos más rigurosos, el grado de infantilización que vamos alcanzando. Y no sólo aquí. Que el bruto de la clase y sus esbirros se hayan hecho con el poder en los EEUU da señales de que va a haber líos en el patio del colegio global. La brutalidad suele conducir a la ruina si no te andas con ojo, ya le pasó a Sansón y hay mucha Dalila con afiladas tijeras.
No hace tanto tiempo que los países estaban en manos de gente adulta. En España, Felipe González podía hacerlo mejor o peor, pero era claramente un varón adulto y se comportaba como un hombre hecho y derecho. No digamos Aznar, a quien sólo se le escapó el infantilismo de poner los pies sobre la mesa, a pesar de que por poco no le llegan las piernecitas al tablero. O el memorable Rajoy que jugaba a ser demasiado adulto para gobernar aquellas aulas llenas de niños perversos que le arrojaban granos de arroz a través de un bolígrafo Bic sin tripa.
El último jefe de Gobierno es un producto tan infantil como las muñecas Barbie fashionista, o los soldados de plomo a los que les falta un brazo. Y su eficacia a la hora de gobernar es tan nula como si tuviera ocho años mal cumplidos. Ha reducido el país a su cuarto de los juguetes y a sus ministros en colegas de play station, si es que se llama así.
No me cabe la menor duda de que esa infantilización general se debe al hundimiento de la enseñanza en Occidente. Y muy particularmente en aquellos países que, como España, han estado sometidos a enseñanzas religiosas de tipo castrense desde hace siglos. Así se ha producido, no sólo la infantilización de los súbditos, sino el analfabetismo profundo de sus dirigentes y la cristianización de la izquierda, una organización misionera que va todo el día con la hucha del negrito de las limosnas.
La trivialidad de la vida cotidiana, acompañada de torturas infames para los menos capacitados en la lucha, se acompaña de una publicidad tan falsa y cínica que revuelve el estómago. En España, por ejemplo, el trato que se está dando a los opulentos grupos de burgueses catalanes, contra las escuchimizadas víctimas del resto de España, trata de venderse como un acto de justicia, aunque todo el Gobierno sabe que es una mera compra de voluntades para durar en el mando.
«Tenemos a una maestra de infantil como responsable de educación nacional. ¡Qué rara perfección consigue, a veces, la estupidez!»
Sin embargo, y eso debería inquietar, no sucede lo mismo en los países que poco a poco están sustituyendo a la cultura occidental como gobernadores del mundo. No hay infantilismo en la dictadura rusa, sino un renacimiento de la tiranía zarista, con sus mafias gansteriles repartidas por la inmensa extensión del país en forma de feudos oligárquicos. Y aún más temible es la tiranía china, en donde, por cierto, estos días está el pobre Sánchez meneando la colita como un pez de colores entre la nube de pirañas confucianas.
No tenemos la menor idea de cuál sea la enseñanza en esos países y en China especialmente, sólo que cada vez sus técnicos son más eficaces, sus científicos más avanzados y sus ejércitos ya casi imbatibles. Y nos queda el último subcontinente que, más despacio, con más sigilo, también se está poniendo en marcha, la India, de donde están saliendo los mejores matemáticos del planeta. Aquí, como compensación, tenemos mucho jamón almacenado.
Por cierto, que la responsable de la educación en España es una señorita que no logró acceder a los cursos universitarios superiores por falta de talento y de ganas, lo que va muy en consonancia con el nivel medio de la población. Ella es diplomada en magisterio, especializada en educación primaria. Es decir, tenemos a una maestra de infantil como figura responsable de la educación nacional. ¡Qué rara perfección, qué obras de arte consigue a veces, por pura casualidad, la estupidez!
