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Armad lío, por Fernando Savater

by Marko Florentino
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Sinceramente, creo difícil que se haya dado nunca tanta importancia y se hayan rebuscado tantos significados a palabras tan ejemplarmente planas como ha sucedido con los discursos del papa Francisco, que el Señor tenga en su gloria. El fallecido pontífice nunca se consintió una frase original ni un pensamiento que trascendiese el tópico. Siempre se mantuvo a ras del suelo, quizá para no alejarse indebidamente de sus fieles. No dudo que fuese buena persona, que simpatizase con los humildes (lo cual es aconsejable, a quien ya es pobre no hay encima que cogerle manía) y que siempre mostró bonhomía y sentido del humor, lo cual le hace más agradable que muchos prohombres y promujeres que conocemos. Pero no rivalizó en ingenio con Oscar Wilde ni en profundidad teológica con Benedicto XVI. En el florilegio de sus citas más señaladas que nos han proporcionado los compañeros de la prensa estos días, sólo dos llaman la atención (al menos a mí). Una para mal, lo del puñetazo a quien ofendiera a su madre, que es todo lo que se le ocurrió decir ante la matanza del Charlie Hebdo y otra más risueña, la invitación «¡armad lío!» que lanzó a una audiencia juvenil no sé dónde. Esta última ha sido muy seguida no sólo por quienes tenían pocos años, sino también por muchos más talluditos, como podemos comprobar en el revuelo de aplausos y pataleos que compaña estos días a su despedida.

Yo prefiero no meterme en esa melée, porque descarto que pueda haber un Papa a mi gusto moral. No diré que Francisco era de izquierdas porque me enseñaron que de los difuntos no deben contarse cosas malas. Tampoco creo que Francisco fuese «radical», todo lo más peronista y gracias. Y como no considero a los rapaces Kirchner más progresistas que Milei, como piensa Jorge Évole cuando describe cómo el mundo ha caído en las garras de la ultraderecha, las jaculatorias franciscanas me parecen insulsas declaraciones buenistas según prescribe la Agenda 2030, estraperlo climático incluido. Como incurablemente buenista es el bueno de Javier Cercas, que para que nadie crea que en su oportuno último libro se ha dejado llevar por la propaganda vaticanista, como todo hace suponer, se declara estrepitosa y reiteradamente «ateo» y «anticlerical». ¡Huy, qué malo, va a ir al infierno! Como si esas categorías religiosas, tan religiosas como sus opuestas, fuesen a disuadir a sus astutos anfitriones de incluirle en el séquito papal. No, Javier, la cosa no funciona de modo tan tosco. Sin duda habrá muchos católicos fervientes a los que no se les habría ocurrido invitarles a ir a Mongolia (también vaya sitio…) con Su Santidad. El problema no es ser creyente en lo que cuenta el Papa o creyente en lo que el Papa y su corte llaman ateísmo. De lo que se trata es de ser compatible o incompatible, como los cargadores de los móviles: de que tú eras sumamente compatible con el buenismo franciscano se dieron cuenta desde el primer momento que pisaste la Capilla Sixtina. Y después todo ha ido rodado, para tu fortuna: Evviva il Papa! Por otra parte, los papas modernos son ya siempre buenos, no como los Borgia y simpáticos monstruos semejantes. Yo he visto pasar ya más de media docena (siete para ser exactos), desde Pío XII que fue mi primer y más auténtico pontífice. Puedo atestiguar que todos han sido controvertidos pero amados (salvo el fugaz Luciani, al que no le dio tiempo a despertar mayor controversia que quién le mató), que de todos se ha dicho que la Iglesia ya no sería igual después de su papado, que todos ellos fueron despedidos acompañados por el llanto de innumerables fieles y sobre todo feligresas, que todos merecieron la santidad según el criterio popular, que sus sucesores y la fumata blanca correspondiente siempre fueron esperados con la misma fervorosa curiosidad. Y ahí estamos de nuevo… Ahora que lo pienso, quizá en países católicos deberíamos contar nuestra edad no en años sino en papas: «Yo he cumplido ya siete papas, yo soy muy joven sólo tengo dos papas, etc.».

Algunos han reprochado a Francisco su cercanía con los desfavorecidos anónimos y con tiranos con nombre y apellidos, pero la crítica más injusta se la ha hecho Arcadi Espada: no haber probado la existencia de Dios. Hombre, si no lo consiguió a satisfacción de todos un titán del pensamiento como Tomás de Aquino, difícilmente Bergoglio podía hacerlo mejor. Pero es que además la existencia de Dios es evidente, aunque no sea la existencia de tipo biológico o mineral. Hay otros modos de existir. Por ejemplo, Arcadi y yo creemos firmemente en la existencia del Banco Hipotecario. Pero si yo le digo: «Cuando venía hacia aquí me he cruzado con el Banco Hipotecario y me ha dado muchos recuerdos para ti», seguro que Arcadi se echaría a reír, no porque dude de la existencia de esa distinguida institución bancaria, sino porque sabe que no existe así. El Papa, cualquier papa, es ya en sí mismo una prueba de la existencia de Dios, como lo es el resto de la Iglesia, la cúpula de San Pedro, y también los herejes, los blasfemos, los ateos… Todos son administradores del gran negocio divino. ¿Para qué empeñarse en probar o negar la existencia de lo evidente? Dios existe irrefutablemente, pero no como parte de la realidad externa y material, sino como existen el amor, la felicidad, la esperanza o el miedo. Son exigencias de la vida humana para ser considerada humana. Seguirán existiendo, invulnerables a la decepción, mientras el último de nosotros corretee por la faz de la Tierra…





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