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Nación zombi, por Javier Benegas

by Marko Florentino
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Algunos parásitos, como el hongo Ophiocordyceps unilateralis, convierten insectos en auténticos zombis al infectar su cuerpo y manipular su comportamiento. El insecto actúa contra su voluntad, comportándose como un robot averiado. Entretanto, el parásito crece alimentándose de los tejidos y fluidos del huésped, pero de forma calculada, manteniéndolo vivo el tiempo necesario para alcanzar el momento de su propagación. Cuando ese momento llega, finalmente lo mata y libera sus esporas. Así, el insecto, convertido en un autómata biológico, camina hacia su propia destrucción, incapaz de resistir el control del parásito.

La comparación puede parecer exagerada, más propia de una película de ciencia ficción de serie B que de un análisis político, pero el comportamiento de este parásito se asemeja demasiado a la forma en que tienden a operar los partidos políticos dentro del cuerpo de la nación cuando degeneran en organizaciones clientelares.

Podríamos pensar que, en este caso, puesto que se trata de seres humanos y no de hongos, la presunta racionalidad que nos distingue debería ser un freno que evite la aniquilación final de la nación, puesto que sin ella tampoco los políticos parásitos podrán sobrevivir.

Lamentablemente, no hablamos de sujetos independientes que, en un momento dado, podrían caer en la cuenta de la delicada simbiosis de la que depende su propia subsistencia. Hablamos de organizaciones, casi diría que organismos, que se superponen a los individuos y que expulsan de inmediato al que haga cualquier objeción a su frenesí colonizador. Un círculo infernal en el que el individuo acaba dependiendo absolutamente del partido para su supervivencia, lo que le lleva a servirle con vehemencia despreciando el principio de prudencia más elemental.

La diferencia entre el Ophiocordyceps y los partidos políticos es que el hongo, al menos, sabe cuándo detenerse. Una vez ha completado su ciclo y liberado las esporas, se desentiende del cadáver del insecto porque tiene otros a los que infectar. En cambio, los partidos, que sólo tienen un huésped, no se conforman con agotarlo: creen que será posible seguir explotando su cadáver.

«REE es una compañía supuestamente privada pero que no opera siguiendo criterios técnicos o de mercado, sino criterios políticos»

Los partidos convertidos en organizaciones clientelares funcionan como organismos parasitarios imparables, capaces de penetrar, capturar y zombificar no ya cualquier institución, sino entidades y empresas, públicas o privadas, con actividades y fines que a priori nada deberían tener que ver con la política, sumiéndolas primero en el caos y después propagando el caos desde ellas a toda la sociedad. Este es el caso de Red Eléctrica de España (REE), responsable de largo plazo del colapso eléctrico sin precedentes del pasado 20 de abril. Una compañía supuestamente privada pero que no opera siguiendo criterios técnicos o de mercado, sino criterios políticos porque ha sido zombificada por la dinámica clientelar de los partidos. 

La actual presidenta de REE, Beatriz Corredor, percibe un salario anual de 546.000 euros. Sin embargo, su especialización en el sector eléctrico es inexistente. Su profesión es la de registradora de la propiedad. Pero Corredor tiene otros méritos, concretamente méritos políticos. Está afiliada al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) desde 2003 y fue ministra de Vivienda en el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero entre 2008 y 2010.

Corredor no es una excepción, es el último nombre de una larga «tradición». El antecesor de Corredor, Jordi Sevilla, también estaba vinculado al PSOE y fue ministro de Administraciones Públicas durante el Gobierno de Zapatero y asesor económico de Pedro Sánchez. A Sevilla le había precedido José Folgado, que fue presidente de REE de 2012 a 2018. Folgado, a filiado al Partido Popular (PP), había ocupado cargos como secretario de Estado de Energía, Economía y Presupuestos durante los Gobiernos de José María Aznar. Además, fue alcalde de Tres Cantos (Madrid) entre 2007 y 2012. A Folgado, a su vez, le había precedido Luis Atienza. También vinculado al PSOE, Atienza fue ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación bajo el gobierno de Felipe González.

Parece más que evidente que la zombificación de REE ha desvirtuado sus decisiones técnicas y estratégicas, priorizándose intereses partidistas, electorales o ideológicos sobre criterios técnicos. Así, REE ha priorizado decisiones sobre inversiones en renovables ajustándose a los intereses políticos más que a los técnicos. Esta politización, por fuerza, tenía que acabar afectando a la seguridad energética. El resultado: España casi al completo sin electricidad durante más de 13 horas. Un desastre tan inaudito como monumental.

«La misma dinámica se repitió con la pandemia, donde los intereses partidistas y de agenda política primaron de principio a fin»

Sin embargo, lo inquietante es que el colapso que al final siempre acompaña a la zombificación ya había enseñado la patita con anterioridad. Por ejemplo, la politización de las Cajas de Ahorro, que derivó en un desastre financiero de los que hacen época. Aunque los políticos ladinamente se refieren siempre a ese episodio como crisis financiera, vinculándolo con la banca en general, en el caso español el epicentro de este desastre se localizó muy especialmente en la Cajas de Ahorro, entidades que previamente habían sido colonizadas, es decir, zombificadas, por partidos político y sindicatos.

La misma dinámica se repitió años después con la pandemia, donde los intereses partidistas y de agenda política primaron de principio a fin en todas y cada una de las decisiones adoptadas, distorsionando gravemente los más elementales criterios técnicos y sanitarios, y provocando un colapso social monumental en buena medida evitable.

El caso más reciente lo tenemos en las inundaciones de Valencia. Una catástrofe cuya evitación nunca dependió de dar la voz de alarma 15 minutos antes o después, sino de que no se acometieran años antes las obras de infraestructuras que la habrían evitado. De nuevo, la zombificación partidista fue la responsable.

Estos son los casos más llamativos, los más crudos y salvajes ejemplos de cómo la zombificación desemboca invariablemente en el desastre. Con todo, lo peor es que se trata de un proceso capilar que llega a todas partes gradualmente, a menudo de forma inapreciable, convirtiendo instituciones, empresas, entidades, incluso cuerpos funcionariales y buena parte de la sociedad civil en zombis que obedecen sin criterio y perpetúan dinámicas autodestructivas sin cuestionarlas. El resultado es una sociedad anestesiada, capaz incluso de convertir la parálisis ocasionada por el desastre eléctrico en una especie de hora del recreo, en un momento de esparcimiento, de exhibicionismo infantil. Adultos que bailan como niños alrededor de la escuela en llamas.

Cuando el sistema eléctrico se vino abajo, más que las causas, me preocupaba el tiempo que podría durar esa situación, porque los precedentes no eran precisamente halagüeños. Si en vez de 13 horas el colapso eléctrico hubiera durado varios días, es seguro que los bailecitos habrían acabado como el rosario de la aurora. Esta vez hemos tenido suerte. Pero la suerte no dura eternamente. La zombificación ya nos ha regalado al menos cuatro avisos mucho más que serios. Pero parece que no hay propósito de enmienda. Es más, no ya los políticos sino bastantes ciudadanos no son conscientes de que llevamos demasiado tiempo flirteando con la catástrofe. Ese momento final en el que la zombificación culmine su obra. 





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