La verdad es que no soy de mucho rezar, aunque de vez en cuando no tengo más remedio, como todo el mundo. Por supuesto, cada cual reza a su manera. Es una de las ventajas que tiene dirigirse a lo infinito: el blanco es tan grande que no hay modo de errar el tiro. Recuerdo especialmente mi oración en el breve rato en que esperaba que me hiciera efecto la anestesia antes de una operación que me asustaba más de lo que quería reconocer: consistió en repetirme mientras pude los nombres de los tres campeones de Federico Tesio que se retiraron de los hipódromos invictos, «Cavaliere d’Arpino, Nearco, Ribot, Cavaliere d’Arpino, Nearco, Ribot…». Como ven, mi plegaria fue atendida, aunque desperté de la anestesia con un cuerpo fatal. Pues ahora estoy orando como nunca por la salud y larga vida de León XIV.
Verán, el nuevo Papa parece simpático, dentro de ser Papa. Habla español estupendamente, cosa siempre de agradecer y más común en Hispanoamérica que en España. Le encanta la cocina peruana, como a mí, y cita a San Agustín, una figura de tanto genio como el mayor sabio antiguo que puedan recordar (en sus tiempos, fue golfo, como Ábalos, pero con talento y honradez). De modo que no le deseo ningún mal al chicagotarra, si se dice así, pero tampoco es puro afecto a primera vista lo que me hace pedir para él la protección de los cielos. ¿Ustedes se imaginan que dentro de 15 días le dé un definitivo patatús como a aquel pobre señor de la voz aflautada que apenas duró un mes? Y otra vez los tremendos funerales, las especulaciones sobre el sucesor, la zaparrastrosa y embalsamada intriga del cónclave, las conjeturas sobre si será de izquierdas como Yolanda Díaz o de derechas como Vance… No, por favor, ahórranos esa tortura. De profundis clamavi a te, Dominum…
Y es que hay que ver lo pesados que nos hemos puesto sobre si el nuevo Papa es conservador, revolucionario o mediopensionista. Como si algo fuese a cambiar en el mundo por el carácter del Pontífice. Habrá católicos o ateos (modelo Javier Cercas) que se sentirán más cómodos y reconfortados si se decanta por un estilo o por otro, refugio psicológico al que no quito importancia, pero tampoco me parece capaz de transformar nuestra sociedad.
En el siglo XVI, un papa lujurioso y ateo como Alejandro VI Borgia (nacido en Xátiva, que cosas) no podía trastocar la sociedad europea porque el pueblo era creyente, aunque el Papa no lo fuese. La gente creía en Cristo o en nada, pero no en el Papa: como es debido. Ahora, en cambio, el Papa es el que tiene que despertar la fe con su ejemplo y dando espectáculo, mientras la gente de la calle cree en la IA, en los políticos populistas o en las rebajas de enero y no entra en las iglesias más que cuando un chaparrón les sorprende sin paraguas. En otros tiempos, los Papas tenían un arma formidable en sus manos, de carácter espiritual, pero de funciones muy terrestres: la excomunión de los monarcas díscolos, que eximían a sus súbditos de la obediencia debida. El rey excomulgado se quedaba sin autoridad, que es una carencia muy peligrosa en todo tiempo y lugar: que se lo pregunten a Enrique IV humillado en la nieve ante el castillo de Canossa hasta que el Papa le perdonara sus ofensas…
«En las circunstancias actuales, los pontífices pueden caer mejor o peor, pero la verdad es que ni pinchan ni cortan»
Pero hoy el Papa no puede invalidar ningún poder terrenal, ni puede pedir a los ciudadanos que no paguen impuestos a los gobiernos que hacen mal uso de ellos: al contrario, se pasan la vida pidiendo perdón por los abusos cometidos por curas manoseadores denunciados décadas después por víctimas ya talluditas, con mucha memoria o imaginación. Francamente, en las circunstancias actuales los pontífices pueden caer mejor o peor, pero la verdad es que ni pinchan ni cortan.
¿Hay algo más risible que insistir en que un Papa está cerca de los pobres? Hombre, desde la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro ya habíamos oído hablar de esa tendencia. Ni se puede alabar a un imán por no dedicarse a la coctelería ni a un obispo por ser caritativo con los desheredados. Lo que está cerca de los enfermos, los mendigos o los inmigrantes es el Evangelio, no la jerarquía católica. Esa forma de ser y de sentir la inventó el cristianismo, no los cónclaves. Quien quiera salvar su alma (porque crea que tiene un alma que salvar) ya sabe lo que debe hacer, hoy lo mismo que hace dos mil años… y no es precisamente caer bien a Yolanda Díaz. Por favor, menos lata con anécdotas y chascarrillos sobre el Papa y más volver a ocuparnos de los problemas de nuestros semejantes.