No hace ni una semana que Von der Leyen y el resto de bruselócratas anunciaron la creación de un «tribunal especial» para juzgar los crímenes de Rusia (y de nadie más), con alcance internacional pero operando solamente bajo ley ucraniana y con apoyo jurídico de los países anti-Rusia del bloque occidental (que serán juez y parte). Parece que se inspiran en la «justicia de los vencidos» que después de la Segunda Guerra Mundial condenó a los abuelitos de estos mismos bruselócratas.
Apenas unos días después ha tenido lugar Eurovisión: la misma Europa que quiere ver a Rusia en el banquillo de los acusados pone a Israel en la pista de baile. Mientras que Rusia fue excluida (tras Bielorrusia) del festival en 2022 por su invasión de Ucrania, Israel sigue participando tras su invasión de Gaza en 2023. Cuatro países participantes (España, Eslovenia, Irlanda, Islandia) han pedido un debate sobre la participación de Israel a la UER (la organizadora: Unión Europea de Radiotelevisión) y unos 80 exparticipantes de Eurovisión (entre ellos nuestra Blanca Paloma de 2023) han escrito una carta pidiendo descalificar a Israel, según las normas del concurso, tal y como se hizo con Rusia.
En respuesta a estas peticiones, Martin Green (director de Eurovisión) respondió que no era el trabajo de la UER entrar a comparar diferentes conflictos bélicos. Y tiene razón, ese sería el trabajo de un geopolitólogo. Así que vamos allá: en año y medio de guerra en Gaza (excluyendo treguas), Israel ha superado los horrores de Rusia durante tres años completos de guerra en Ucrania, en términos relativos y en ocasiones en términos absolutos, cosa portentosa siendo Gaza infinitamente inferior en temaño y población a Ucrania.
«La UER ha imposibilitado cualquier posibilidad de crítica a Israel. Se han suprimido las ruedas de prensa posteriores a cada semifinal, se ha reducido el acceso de la prensa a los ensayos y han prohibido totalmente grabar imágenes durante el ensayo de la final»
La guerra de Gaza ya cuenta con las mismas víctimas civiles estimadas que la de Ucrania, pero las bajas gazatíes son civiles en un 80%, mientras que las ucranianas lo son entre el 2% y el 20%. De estos, unos 18.000 palestinos serían menores, contra 600 menores ucranianos muertos. 2.000 menores viven con amputaciones y mutilaciones en Gaza, 1.000 (la mitad) en Ucrania. 10.000 mujeres gazatíes muertas, unas 3.000 ucranianas. En Gaza habrían sido atacados más del 50% de los hospitales, en el frente ucraniano el 15% de instalaciones médicas. 200 periodistas asesinados en Gaza, 15 en Ucrania. Más de 200 trabajadores humanitarios asesinados por Israel, 65 por Rusia. La intensidad de bombardeos en Gaza supera 46 veces a la de Rusia sobre Ucrania. Israel les ha destruido el 90% de las distribuidoras de energía y el 70% de agua, Rusia apenas la mitad de energéticas y el 10% de agua. El 80% de los gazatíes están en riesgo de una inanición provocada, ante el 0% de los ucranianos. El 86% de la población de Gaza ha sido desplazada, ante el 20% de la ucraniana; muchos de los segundos temporalmente, los primeros quizás para siempre.
Pero la UER se ampara en que Eurovisión no juzga la acción de los gobiernos, sino la actitud de las televisiones estatales, y mientras que las teles rusas habrían hecho propaganda bélica pro-Putin, la televisión israelí -llamada KAN- sería independiente de su gobierno. Pero, aunque es cierto que KAN ha tenido sus más y sus menos con Netanyahu, este listado y este otro recogen más de un centenar de casos en que KAN ha celebrado la guerra de Netanyahu (incluyendo una presentadora firmando una dedicatoria del canal en un proyectil destinado a Gaza), ha descrito su intención de utilizar Eurovisión como instrumento político de hasbará (campañas de reputación internacional de Israel) y ha dado cobertura al festival del año pasado violando las normas contrarias a «la discriminación y ridiculización de cualquier participante».
En 2024, los reporteros de KAN presentes en el festival se dedicaron a acosar a cualquier crítico con la participación de Israel, pidiéndoles explicaciones y buscando contrariarles. Persiguieron por los pasillos al participante holandés y a la irlandesa (que les acusó de «comportamientos intimidantes») y hostigaron a la danesa, que afirma estar aún en tratamiento psicológico «por la presión de la prensa israelí y la doble moral de la UER». También un periodista español, Juanma Fernández, fue rodeado y fotografiado por personal de KAN para difundir su imagen sin consentimiento, siendo increpado por tres acreditados de KAN. Mientras tanto, sus comentaristas durante la retransmisión se refirieron al candidato británico como «seguidor de Hamás», a los candidatos suizos y noruegos como «hijos de Amalek» (a cuyo exterminio se llama en las escrituras hebreas) y, mientras denunciaban un supuesto antisemitismo, atacaron a Irlanda celebrando los «estereotipos de irlandeses borrachos y violentos».
En el festival de este año ha continuado la conducta: tras la actuación de Armenia, los comentaristas de KAN han dicho con disgusto «¡no me puedo creer que le diésemos a estos tipos un barrio entero en Jerusalén!». Una referencia al barrio armenio de Jerusalén, que nadie le «dio» a los armenios, sino que se formó por parte de comunidades cristianas desde hace 1.700 años, siglos antes de que existiese Israel (que ahora pretende reducir la presencia cristiana y armenia en la ciudad, así como su capacidad de adquirir propiedades). Podríamos imaginar cuáles serían las catastróficas consecuencias de que, tras la actuación de Israel en Eurovisión, los comentaristas españoles dijesen «¡no me puedo creer que le diésemos a estos tipos todo un barrio en Toledo!». Sin embargo, la UER no ha tomado ningún tipo de represalia.
Al contrario. Lo que ha hecho la UER ha sido imposibilitar cualquier posibilidad de crítica a Israel. Se han suprimido las ruedas de prensa posteriores a cada semifinal, se ha reducido el acceso de la prensa a los ensayos y han prohibido totalmente grabar imágenes durante el ensayo de la final (no para proteger unos espectáculos que el público ya había visto, sino para que no trascienda ningún incidente político). Por el temor a las banderas palestinas, la UER ha prohibido a los concursantes cualquier bandera que no sea la de su propio país, incurriendo en la increíble situación de que ya no podrán mostrar ni siquiera las que venían siendo las banderas oficiosas de Eurovisión: la azul estrellada de la UE y el arcoíris LGTB. Aprovechando que están en Suiza, han intentado hacer una alabanza de la neutralidad, incluyendo un cínico aviso cantado de que «como los suizos, Eurovisión es neutral, no importa que seas bueno o que seas brutal».
También se ha aprobado un nuevo código de comunicación más restrictivo que nunca, que prohíbe «cualquier tipo de afirmación política». No ya solo a los artistas, sino a cualquier miembro de las delegaciones, periodistas, público, etc. Por supuesto, nada de ello aplica a Israel, que ha presentado una canción con un mensaje bastante político («sanación del trauma de la guerra» y «recuerdo de los que perdieron la vida y de los secuestrados por Hamás», según el Jerusalem Post) por una cantante que Israel ha utilizado como representante política en la ONU y que promociona su participación en Suiza imitando en la misma ubicación la icónica foto del fundador del sionismo político Theodor Herzl.
Es posible que algo tenga que ver el hecho de que el principal patrocinador de Eurovisión sea, por cuarto año consecutivo, la gran empresa israelí MoroccanOil. Viendo el poder que sobre Europa tienen los oligarcas de este tipo, viendo la publicidad que se le presta a la guerra y viendo los recortes en las libertades de información y opinión, uno no puedo por menos que consolarse así: por lo menos hemos echado a Rusia.