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Cuando Barbastro se volvió librería

by Marko Florentino
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Bajo la luz tibia de mayo, Barbastro volvió a convertirse en Barbitania. Del 15 al 18 de mayo la ciudad aragonesa ofreció más de treinta y cinco actividades que atrajeron a más de dos mil asistentes y a medio centenar de voces literarias —Irene Vallejo, Luz Gabás, Ignacio Martínez de Pisón, Luis Alberto de Cuenca, Manuel Vilas, Aurora Luque, entre otros—. Las conversaciones del Festival Barbitania mezclaban los libros con el aroma del Somontano y la familiaridad de una ciudad que pasea a los autores como si los conociera de toda la vida.

Boca a boca contra el algoritmo y la censura

En la mesa inaugural del sábado, moderada por Berna González Harbour e integrada por el escritor Carlos Zanón, la escritora Irene Vallejo y los escritores y periodistas Antón Castro y Arsenio Escolar. Los participantes conversaron sobre el mundo del libro y la lectura, sobre los festivales y sus prescriptores. Carlos Zanón, escritor y programador del festival BCNegra, e invitado para explicar cómo confecciona el cartel de autores, defendió que «lo que más funciona siempre es el boca a boca» para atraer lectores a los eventos literarios y recordó que, al menos en su festival, no se seleccionan «autores tragaperras», sino voces que encajan en un leitmotiv reconocible. La frase se convirtió en mantra porque apuntaba a algo que los algoritmos de hoy no captan: la confianza. Por su parte, Irene Vallejo contrapuso la prescripción humana al ranking impersonal de la red: «En Amazon ya nadie te recomienda un libro por su valor intrínseco; solo habla el algoritmo».

González Harbour llevó a la mesa un asunto de actualidad: El odio, de Luisgé Martín. El ensayo narrativo sobre un asesino y filicida fue retirado antes de llegar a las estanterías españolas, lo que llevó a la periodista de El País a preguntar a los ponentes: «¿Dónde había fallado la cadena creativa o editorial?». Ellos enumeraron ausencias: no hubo llamada a la madre de las víctimas, faltó un asesoramiento jurídico sólido y sobró soberbia en la editorial que, a la primera sacudida mediática, soltó la mano del autor. Las respuestas sosegadas acerca del caso generaron preguntas y opiniones del público asistente, y no todo fue color de rosa para el autor ni para la editorial.

En esa defensa de la lectura y de la compra de proximidad, Irene Vallejo enfatizó la labor de las librerías y puso como ejemplo las de Barbastro —Ibor, Moisés y Castellón—, atendidas por libreros exquisitos que describió como «boticarios del lenguaje, que te hacen un retrato psicológico y aciertan con la pócima». Estos espacios, durante tres días, estuvieron llenos de firmas espontáneas y tertulias que acababan en la calle, recordando que el mapa español sigue conservando estos comercios mientras en otros países las cadenas uniforman la oferta.

©Marcos Cebrián

El ejemplo más nítido de esa confianza llegó con la conferencia en solitario de Irene Vallejo. La autora zaragozana regresaba, siete años después de El silbido del arquero, convertida ya en fenómeno mundial, a una sala llena gracias a El infinito en un junco y a la ferviente pasión de los libreros, que han vendido un libro que lleva casi sesenta ediciones. La autora habló sin pedestal, sentada en una mesa familiar de una sala de actos, e hizo lo que mejor sabe: reivindicó la lectura «como acto íntimo y rebelde».

Contó que El infinito en un junco nació cuando su hijo Pedro estaba en la UCI: escribir fue su forma de no naufragar. Defendió a las mujeres que han custodiado los libros —desde Enheduanna, autora del primer texto firmado de la historia, hasta María Moliner— y alertó de nuevo contra los algoritmos que confirman prejuicios: leer clásicos, dijo, «es una forma de desobediencia y de conversación intergeneracional». Recordó que el libro llegó a la editorial Siruela con el título provisional «Una misteriosa lealtad» y sin plan de marketing, por lo que parecía destinado al fracaso, pero sobrevivió «como los papiros». Además, defendió la libre expresión frente a la censura, porque «lo que no quisiéramos leer es uno de los principios de la democracia» y, quizá, un libro censurado sea «una pedagogía de oposición para que la gente joven lea más y para recordar lo estimulante que es leer algo que los demás no quieren que leamos».

Otras conversaciones suscitaron preguntas, como la mantenida por Mercedes Monmany e Ioana Gruia, quienes comentaron las idas y venidas de la literatura de Europa del Este, que se ha ido afianzando, aunque aún queda mucho por hacer en la traducción inversa y en la necesidad de programas culturales para la promoción de autores españoles en países como Rumanía o Rusia.

©Marcos Cebrián

Premios y pulsos de futuro

Barbitania es también una sala de veredictos. El LVI Premio Internacional de Novela Ciudad de Barbastro se entregó la noche del viernes a Las cenizas de Berta, del escritor Miguel Dalmau, por su trama que mezcla el duelo con la luminosidad de la vida; un galardón dotado con veinte mil euros y una edición en Galaxia Gutenberg refrenda el aplauso de un jurado presidido por Manuel Vilas. En poesía se impuso Victoria León Varela con Memoria del futuro, que obtuvo el LVII Premio Hermanos Argensola, elogiado por su «sonoridad cuidadísima» y su diálogo con Wilde y Shakespeare; el premio, dotado con diez mil euros, se publicará en Visor Poesía durante la rentrée de este año.

El humor hiperbreve tuvo su turno en el Certamen Internacional de Relato de Humor Hiperbreve Joaquín Coll – La Mueca del Pícaro 2025, con «Los años que mi hermano estuvo muerto», de Elena Bethencourt. Este año los premios batieron récord de participación con más de mil doscientos manuscritos, aunque el Premio Escolar de Narrativa quedó desierto, hecho que la concejal de Cultura, Pilar Abad, prometió revertir, ya que «se trata de uno de los premios que más nos interesa potenciar por su principal objetivo, que es fomentar la creación literaria y la escritura entre los jóvenes», lo que nos hace preguntarnos si la promoción de la lectura consigue espacios o si realmente está siendo efectiva a nivel de políticas culturales, tanto comunitarias como nacionales.

Cuando cae la tarde del sábado, el equipo de THE OBJECTIVE se retira, pero cientos de conversaciones continuarán en clubes de lectura, en la UNED, en barras de bar o en la trastienda de las librerías, donde comenzará la próxima crónica de otro periodista invitado al festival. El domingo se cerró el evento con 2.190 asistentes, lo que reafirma que, mientras haya un lector susurrándole a otro qué libro le cambió el día, la fiesta seguirá en Barbastro.



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