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«Si lo de Israel en Gaza no es un genocidio, me cuesta mucho imaginar qué lo es»

by Marko Florentino
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La suya es una historia de constantes migraciones, es una historia de desarraigo. Omar El Akkad (42 años) es un periodista y escritor nacido en El Cairo (Egipto), que emigró de niño a Qatar porque su padre encontró trabajo allí. Posteriormente, se desplazó a Canadá para estudiar en la universidad y ahora vive en Estados Unidos.

Ha trabajado para el medio canadiense ‘The Globe and Mail’, donde cubrió la guerra de Afganistán y la Primavera Árabe entre otros episodios. También es el autor de la novela ‘American War’ (2017). Ahora se atreve con el ensayo en un nuevo título: ‘Algún día –cuando no entrañe riesgo alguno, cuando podamos llamar a las cosas por su nombre, cuando sea demasiado tarde para exigir responsabilidades– todo el mundo habrá querido estar siempre en contra’ (Libros del Kultrum, 2025). Con tan largo título, hace referencia a la respuesta israelí a los atentados perpetrados por Hamás el 7 de octubre del 2023.

Omar atiende a ABC mientras soporta el calor barcelonés con una camiseta azul, que simula una tela vaquera. Se esfuerza en sonreír, pero su mirada delata el agotamiento y la tristeza que el autor refleja también en su discurso, pausado y sosegado.

—El título proviene de un tuit que publicó usted el 25 de octubre de 2023, menos de 20 días después del atentado de Hamás. ¿Ya le parecía desmesurada la respuesta de Israel?

—Desde el principio tuve claro que se avecinaba algo brutal, incluso para los estándares brutales de la ocupación que ha existido durante más de 75 años. Aunque debo admitir que, incluso con esa mentalidad, no me podía imaginar adónde hemos llegado hoy, presenciando esta hambruna masiva y esta aniquilación total.

En cuanto a la relación del tuit con el libro, originalmente no había ninguna entre ambos. No soy muy de redes sociales, en aquel entonces tuiteaba una vez al mes, pero, por alguna razón, ese tuit atrajo mucha atención. Originalmente, cuando estaba trabajando en el libro, el título era «El ataúd de cristal». Después de terminar el borrador, uno de los editores me sugirió que reutilizara el tuit como título del libro.

—¿Y ahora, 600 días después?

—Estamos presenciando una campaña de erradicación. Lo dicen habitualmente los funcionarios israelíes. Abundan las citas en los medios israelíes de personas que dicen explícitamente que lo que se desea aquí es matar a todos los hombres, mujeres y niños de Gaza. Si estuviéramos hablando de cualquier otra persona en cualquier otro lugar, ni siquiera habría mucha discusión sobre si esto es un genocidio o no.

Una de las razones por las que vemos este debate tan indignante sobre el uso de esa palabra es porque Israel es aliado de las naciones más poderosas del mundo. También porque los palestinos han sido tan deshumanizados a lo largo de los años que ni siquiera la expresión más flagrante de intenciones genocidas es suficiente para que muchos líderes en los centros de poder del mundo declaren abiertamente que es un genocidio.

—¿Qué responsabilidad tiene Occidente con el uso de esta palabra?

—Soy ciudadano estadounidense, lo que significa que soy responsable de este genocidio. Mis impuestos lo sufragan porque de ahí provienen las bombas y las balas. Podemos hablar de responsabilidad en relación con el término genocidio, pero, incluso dejando eso de lado, existe una relación directa de responsabilidad entre las imágenes de niños mutilados que veo a diario y cómo se gastan mis impuestos.

En cuanto a la palabra genocidio, hay tanta reticencia a usarla porque nunca ha existido en el vacío. El término conlleva una serie de obligaciones. Una vez que se establece no solo que alguien está cometiendo genocidio, sino que tiene la intención de cometerlo, se está obligado a hacer algo al respecto.

No solo en el caso de lo que está sucediendo en Gaza, sino históricamente, a lo largo de muchas atrocidades, ha habido una inmensa reticencia a usar ese término oficialmente. Si esto no es un genocidio, me cuesta mucho imaginar qué lo es.

—¿Cómo le han moldeado las múltiples migraciones?

—Desde los cinco años he sido un huésped en tierra ajena. Mi padre tuvo que dejar Egipto y es cuando me fui de mi país natal. Desde entonces he estado relativamente desvinculado. No hay geografía, ni nación, ni cultura que pueda señalar y decir: «Esto es mío. Me pertenece. Me siento cómodo aquí». Eso me moldeó en todos los sentidos imaginables. No soy particularmente patriota, ni nacionalista en absoluto. No siento una verdadera lealtad a la idea del Estado-nación. No tengo nada en contra de quien sí la siente, pero no he tenido ese tipo de vida.

Afecta a mi forma de escribir: está muy influenciada por el tipo de vida que he tenido. Mis personajes, cuando escribo ficción, tienden a ser personas desvinculadas. Tiendo a traspasar fronteras, a tener muy poco respeto por la santidad del Estado-nación como entidad. Es una vida mucho más desarraigada y se aplica a casi todos los aspectos de mi personalidad.

—Hábleme del miedo a las banderas que refleja en el libro.

—Es un miedo simplemente ridículo. Durante los años que llevo viviendo en Estados Unidos he desarrollado esta sensación irracional de que, si estoy conduciendo y pasa una camioneta con una bandera estadounidense gigante o algo así, hay un miedo extraño que me invade. Lo mencioné en el libro porque es completamente irracional y el mundo no debería cambiar porque me dan miedo las banderas estadounidenses grandes. No sé nada sobre el tipo que conducía ese camión, solo estoy haciendo suposiciones: puede que no le caiga bien a esta persona si nos encontramos.


Portadal del libro publicado por Omar El Akkad


LIBROS DEL KULTRUM

En el contexto del libro, hablaba de la diferencia en el poder adquisitivo del miedo, porque todo el mundo le teme a algo. Eso es perfectamente humano. La cuestión es cuánto se puede comprar con el miedo. Porque algunas personas tienen miedo y no pasa absolutamente nada. Luego otras tienen miedo y, como resultado, ejércitos enteros van y arrasan algún lugar.

—Además de a las banderas, ¿a qué le tiene miedo Omar?

—Tras lo que hemos hablado, temo estar perdiendo lentamente mi humanidad. Pero, a pesar de mis mejores esfuerzos, estoy aprendiendo a familiarizarme bien con el horror abyecto que veo a diario, y a ser inmune a él.

Temo que mis suposiciones fundamentales sobre quiénes somos como especie podrían no ser ciertas. Porque tengo que ir por el mundo creyendo que hay más gente buena que mala. Que la mayoría tenemos una conciencia y un alma funcionales.

Temo que podría no tener razón cuando te digo que creo firmemente que al final la justicia triunfa. Que, al final, el colonialismo, el robo, la humillación y la degradación de un pueblo no pueden continuar. Temo que estas suposiciones sean erróneas.

En cuanto a los miedos que solía tener, miedos de que mi carrera se descarrilara por escribir este libro o miedos de no conseguir más becas, premios o ser invitado a las fiestas, nada de eso me importa realmente. Después de los últimos 19 o 20 meses, la forma de mis miedos ha cambiado bastante.

—¿Hemos desarrollado nosotros, como Occidente, inmunidad o insensibilidad a las imágenes en Gaza?

—Como respuesta corta, creo que sí. Es muy difícil argumentar lo contrario. Debo decir que no pienso en Occidente como una abstracción, ni como una entidad, ni siquiera como centros de poder político occidental. Se trata de individuos, soy yo. Cada día, durante casi 20 meses, me he despertado y he visto imágenes de las peores cosas imaginables. Sé lo que es cuando un niño pequeño empieza a morir. Sé lo que es cuando son desgarrados miembro a miembro. Y el acto básico de sobrellevar el día requiere que aprenda a apagar algo en mi alma, en mi conciencia. Porque, de lo contrario, no puedo sentarme aquí a responder correos electrónicos y hacer entrevistas como esta y fingir que el mundo funciona con normalidad. Así que es difícil exagerar lo dañino que es que hayamos visto tantas imágenes de tanto horror que una parte de nosotros se esté cerrando en respuesta. Sin embargo, dondequiera que voy y con quien hablo, especialmente en Estados Unidos, donde vivo, creo que poco a poco estoy aprendiendo a desarrollar inmunidad a este horror. Y eso es algo muy peligroso y muy dañino.

«Cualquier sistema que se base en la opresión de un pueblo está condenado al fracaso, aunque pueda sobrevivir muchísimo tiempo»

—Haciendo alusión a una conversación que refleja en el libro, ¿hay algún país preparado para vivir en democracia?

—No me creo la idea de que existan formas preestablecidas de hacer política o de gobernar un país a las que cualquier nación está condenada para siempre. Todavía tengo familiares y amigos en Egipto, que forman parte importante del Gobierno, y no puedo contar la cantidad de veces que hemos tenido estas discusiones en las que me han dicho una y otra vez que «los egipcios no están listos para la democracia». Es una forma de plantear las cosas tan hipócrita y egoísta. Alguien que se beneficia de la forma actual de hacer las cosas diciéndome que la mejor manera es esa. Cualquier sistema que se base en la opresión de un pueblo está condenado al fracaso, aunque pueda sobrevivir muchísimo tiempo. Y bien podría darse el caso de que Egipto siga siendo esencialmente una dictadura militar durante toda mi vida. Quizás no llegue a verlo. Pero, a largo plazo, simplemente no puedo imaginar que la opresión, la represión de la libertad de expresión y de la disidencia sean una forma sostenible de hacer las cosas.

Porque no importa cuán cómodas y estables sean las cosas superficialmente. Como gobernantes, deben saber que cada día hay una parte significativa de la gente a la que gobiernan que los desprecia y que con gusto los despedirá a la menor oportunidad. Eso no es sostenible. Además, tengo una fe inmensa en que no hay ningún país en este mundo que esté destinado a vivir en un clima de miedo para siempre.

—¿Es posible ser neutral ante la opresión?

—Creo que, sin duda, es posible fingir serlo. No puedo contarle la cantidad de conversaciones que he tenido donde alguien ha dicho: «Ah, ya saben, también es complicado allí». Y, por supuesto, eso es solo una especie de neutralidad fraudulenta. No estás siendo neutral en absoluto. Estás siendo parcial a favor de tu propia comodidad. Y eso no tiene nada que ver con la neutralidad.

Existe esa famosa cita sobre que cualquiera que sea neutral en una situación de opresión se pone del lado del opresor. Pero creo que una de las cosas que se está viendo, especialmente en los últimos 19 o 20 meses, es la desaparición de la idea de que uno puede simplemente mantenerse al margen de la situación, no tener ninguna opinión y luego decidir a posteriori qué es lo que siempre ha apoyado y en qué se ha opuesto. Me refiero a que el libro que escribí tiene ese título por una razón. Porque existe la idea de que uno puede simplemente esperar, ver cómo se desarrollan las cosas y luego decidir la opinión correcta a posteriori. Creo que eso es mucho más difícil cuando la situación es un genocidio en curso.

—¿Hay alguna posible solución para Gaza?

—Hay muchas soluciones. Se han presentado muchas: la de un Estado, la de dos Estados… Sin embargo, todas se basan en el fin de la ocupación, el fin de décadas de campaña de opresión, erradicación, encarcelamiento y humillación. Ahora mismo estamos muy lejos de estas condiciones previas.

—¿Qué piensa usted del rol de España tratando de liderar los esfuerzos europeos para acabar el conflicto?

—En términos de cómo llegamos a ese punto [condiciones previas para la paz], es precisamente cuando países como España y, por supuesto, en mucha mayor medida Estados Unidos, centros de poder en gran parte del mundo occidental, ejercen presión real sobre el Estado responsable de la gran mayoría de la violencia, la ocupación y el encarcelamiento para que deje de hacerlo y se convierta en un aliado en algún tipo de paz.

Hasta que eso suceda, ¿por qué debería cualquier potencia dejar de participar en esos actos de colonialismo cuando no hay ninguna consecuencia? Es decir, estamos hablando de cosas como expulsar a un embajador o detener la venta de armas. No estamos hablando de invasiones terrestres. Ni siquiera estamos llegando a un intento militar para detener un genocidio. Cada vez que veo las noticias, hablamos de los actos más básicos, que se tratan como si fueran prácticamente imposibles.

Todo esto está empezando a chocar con la voluntad de la gente de estos países, que ve a diario la magnitud del horror y exige que se tome alguna medida. Sin presión internacional, no tiene sentido que nos sentemos aquí a hablar de paz y solución, de un Estado o dos, porque no hemos cumplido los requisitos básicos para detener incluso el genocidio más flagrante que está ocurriendo ante nuestros ojos. No sé por qué hablamos siquiera de una solución a largo plazo.





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