Pongámonos optimistas: por una vez eso no va a matarnos, estamos iniciando el verano, hace mucho calor (por lo menos aquí en Donosti) y el pesimismo aumenta el agobio. ¡Fresco, venga fresquito! Digamos que todo parece indicar que el final del sanchismo está más cerca que nunca. ¡Albricias! ¿A que ya se respira un poco mejor? Creo que para aprovechar este ramalazo optimista debemos comenzar a pensar en qué haremos cuando llegue el relevo. Me refiero al PP, claro, al triunfo de la oposición mayoritaria actual. Por favor, nada de socialistas «buenos»: no me refiero a Illa, el fariseo lemosino, sino a los recambios que algunos toman por más aceptables, como García Page o Madina o Susana Díaz o algún alcalde de esos que sus vecinos recomiendan como antisanchistas de toda la vida. No, gracias: en cuanto Sánchez se vaya por el desagüe tendremos antisanchistas para elegir, y algunos serán quienes ustedes (y el propio Sánchez) menos se lo esperan. Pasó con Franco, ¿se acuerdan? ¡Qué se van a acordar! En fin, que nada de socialistas buenos: tiempo han tenido para demostrar lo que eran y no lo han aprovechado. La experiencia que tenemos es que cuando más buenos, menos socialistas. De modo que váyanse con Dios y cuanto más lejos de la Moncloa mejor.
Ahora (vamos, dentro de poco) lo que toca es el PP. Y cuanto más preparados estemos para sacarle provecho al cambio, mejor. Porque en el PP hay gente estupenda, no lo duden (aunque no se llamen Cayetana ni Isabel), y otros más discretos pero con ganas de hacerlo bien y luego están los… peligrosos. Entre los peligrosos, los que en el fondo siempre han querido ser socialistas «buenos», almas de cántaro, pero sobre todo los lerdos: los que no saben que no es lo mismo ser ciudadano que ser lugareño, los que no saben que es eso de la libertad, los que ignoran si el capitalismo democrático se come con cuchara o tenedor. Cuidado con los lerdos…
Veamos lo ocurrido en la Conferencia de Presidentes de nuestras comunidades celebrada en Barcelona. El encuentro parece que no pasará a los anales históricos como una ocasión brillante tipo el Concilio de Trento. Pero es indudable que en él ocurrió un hecho significativo: después de haber advertido que lo haría, la presidenta Ayuso se ausentó cuando el lehendakari Pradales inició su intervención en euskera, lo que exigía a los presentes que no conocían esa lengua utilizar el pinganillo de la traducción simultánea. Ninguno de los demás presidentes del PP se unió a esa lógica retirada, que hubiera sido igualmente lógica aunque todos ellos supiesen vascuence. Incluso alguno parece que gruñó que le resultaba una postura extremista. Pero por favor, si es un acto de mera coherencia, que como se hace contra el habitual matonismo nacionalista, encierra además una lección de coraje cívico. Muchos de quienes aspiramos a ser votantes del PP queremos esas lecciones, no más escaqueo para hacerse los simpáticos ante quienes les siguen tratando como apestados por españoles y castellanohablantes.
«El separatismo es la peor corrupción que puede padecer un Estado democrático y su peor manifestación es el perpetuo resabio contra la lengua común. Esto es lo que quisiéramos que entendiera y defendiera el PP, pero por lo visto sólo lo entiende y defiende Díaz Ayuso»
Digámoslo claro: los presidentes autonómicos no son jefes de Estado, ni representan a países distintos, sino que son altos funcionarios de las diversas regiones administrativas en que se reparte España. Constitucionalmente, nuestro país tiene una sola lengua común oficial para todo el territorio, aunque haya otras lenguas regionales también reconocidas como españolas (si no fuesen españolas no valdría reconocimiento constitucional alguno). En una asamblea que acoge a todas las regiones, los diversos altos representantes tienen la obligación de expresarse en la lengua común, que todos conocen perfectamente, para mostrar que dentro de la pluralidad del país ellos no representan la fragmentación disolutoria sino la unidad plural. E pluribus unum. Los presidentes que intervienen en un acto así en su lengua regional tratan de pasar subrepticiamente el mensaje de que su reino no es de esta tierra, que ellos representan algo diferente a la unidad nacional. Mentira, claro, pero cuando topamos con el separatismo todo es mentira. No se trata de un problema lingüístico, ni mucho menos de que haya quien tenga manía al euskera o al catalán. Se trata de que muchos tenemos manía a quienes utilizan el euskera o el catalán para remachar que ellos no son españoles, aunque sean respetables funcionarios españoles y cobren de nuestros impuestos. Y más manía tenemos todavía a quienes exigen el euskera y el catalán como requisito para ocupar determinados puestos laborales o administrativos, por no hablar de quienes pretenden imponer esas lenguas como las únicas vehiculares en educación, arrinconando el castellano. El separatismo es la peor corrupción que puede padecer un Estado democrático y su peor manifestación es el perpetuo resabio contra la lengua común. Esto es lo que quisiéramos que entendiera y defendiera el PP, pero por lo visto sólo lo entiende y defiende Díaz Ayuso.
Naturalmente, los nacionalistas han puesto el grito en el cielo por el gesto de la presidenta de la Comunidad de Madrid, secundados por tertulianos malintencionados o simplemente ultrabobos, como Gonzalo Miró. Era de esperar. Pero ya no era tan esperable que algún miembro destacado del PP vasco se dijera «avergonzado por el show» de Ayuso, como aseguró el portavoz Mikel Lezama en una entrevista en Euskadi Irratia. Lezama sostiene, con razón pero fuera de tiesto, que libertad es también poder hablar en el idioma cooficial que queramos (lo que es bueno recordar en los colegios, centros sanitarios, oficinas públicas, etc…) pero no quita que cuando se interviene en un acto de alcance estatal haya que atenerse a la lengua oficial común. Lezama regaña a Ayuso por meterse en los asuntos de Euskadi (?) y de hablar sin saber, que es precisamente el defecto que le aqueja en este caso a él. Esperemos que en el Congreso del PP que se celebrará en julio se discutan estos temas. El PP puede ser de centro si se quiere, pero siempre que ser de centro no sea ser mediosocialista o medionacionalista. Ser a medias es lo que les gusta precisamente a los lerdos…