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Andrés Ollero: Sustituyamos a los jueces

by Marko Florentino
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Nuestra matr iz profesional no deja de condicionarnos a la hora de analizar los problemas públicos. Mi condición de profesor universitario me ha acompañado siempre en todas las etapas de mi biografía, sin que las obligadas incompatibilidades me impidieran mantener contacto continuo con la universidad. En ella tuve la oportunidad de experimentar los comienzos del anunciado cambio socialista del 82. La universidad se había poblado de aspirantes a profesores a los que, dada la masificación del alumnado, se permitió enseñar la asignatura que deberían estar aprendiendo. Eran los llamados penenes, que aprendían enseñando. Una de las primeras medidas que se puso en marcha fue convertir a todos en funcionarios, mediante unas presuntas pruebas de idoneidad con sabor a examen patriótico de los viejos tiempos.

La universidad aún no se ha repuesto del trauma, pero fue solo el principio. Hoy día la función de profesor universitario es la única que no obliga a superar prueba alguna, de carácter público, que permita demostrar conocimiento de un programa. Todo queda en manos de una comisión de especialistas variados, a los que no se entregan, para posible análisis, ni las publicaciones de los candidatos. A los problemas ya existentes en el 82 se ha añadido una cancerígena novedad: la endogamia, con absoluta eliminación de cualquier prueba que permita competir, demostrando mérito y capacidad.

También a otros ámbitos de la educación se extendió la lotería. Suprimido el cuerpo de catedráticos de bachillerato, los aspirantes a profesores que no superaban las pruebas se convertían en interinos; a los que se concedían puntos, por haber demostrado falta de capacidad, como si la mera aspiración se convirtiera en mérito.

Como es bien sabido el Gobierno lleva ya una amplia temporada mostrándose como víctima de un presunto acoso por parte de los jueces, cuando su problema no está siendo con los jueces sino con el Derecho, que -al parecer- les va viniendo estrecho. No fue suficiente que, tras el 82, les adelantaran cinco años la jubilación, sino que en el 85 -tras años de tabarra sobre el deseable autogobierno de la judicatura- enviaron un proyecto al Congreso explicando como serían las papeletas para que los jueces eligieran entre jueces a la mayoría del Consejo General del Poder Judicial. Antes de acabar el debate, lo pensaron peor e hicieron suya una enmienda minoritaria, que les permitiría que la asociación que consideraban ideológicamente afín quedara sobrerrepresentada, como ha venido demostrándose, y no con votos de jueces sino de diputados. Es lo que ha llevado al magistrado emérito del Constitucional Manuel Aragón a lamentar que se «ha instalado en nuestra vida pública una imagen de politización del Poder Judicial absolutamente contraria a los principios que rigen nuestro Estado de derecho».

A grandes males grandes remedios. Se necesitan jueces y se han ido creando plazas con verdadero entusiasmo. El problema es que sigue habiendo oposiciones y no hay manera de cubrirlas. Algún diputado señaló ya hace años que exigimos que se creen más plazas, pero lo que creamos son vacantes, que acaba ocupando un interino, que no se presentó a la oposición o no consiguió superarla. Sin saberlo, estábamos inventando los penenes judiciales, que ponen sentencias sin más mérito que estar dispuesto a ello. Es cierto que hay un llamado cuarto turno, que permite acceder a profesionales jurídicos fogueados; pero el número de plazas que se cubren es muy inferior al propuesto, lo que demuestra que aspirar no es suficiente mérito.

Ahora, al fin, se va resolver el problema: convirtamos en jueces a quienes han aspirado a serlo; sustituyamos a los jueces por sus sustitutos. Así del costo social que, en más de un ciudadano, su entusiasta labor haya podido generar podremos derivar algo positivo. Por supuesto nada de oposiciones, que eso del mérito y la capacidad es de derechas; mejor una entrevista, que evita traumas y además podremos saber con quién nos jugamos los cuartos. Por supuesto, los acogidos tendrán su plaza sin tener que esperar a que los opositores pongan fin a su aventura; nadie les ha dicho que se metan en ese lío. En todo caso, como no faltará quien se empeñe, porque siempre hay gente para todo, montaremos también preparadores en el ministerio, para tener todo debidamente controlado.

SOBRE EL AUTOR

andrés ollero

Miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

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