Esto sucedió en tiempos de Jordi Pujol cuando era el hombre más poderoso de Cataluña y uno de los más temidos en Madrid. Aquel pequeño napoleónida ya era un tipo peligroso, pero mucho más listo que sus enemigos. El enjambre de sus hijos aún no había empezado a comprar Lamborghinis como quien se toma una cerveza y era un hombre respetado. Ahora que se habla tanto de la corrupción de los socialistas, nadie dice ni una palabra sobre la corrupción de los mangantes, perdón, magnates catalanes.
Un amigo mío, nacido en las islas y medievalista de renombre (fue colaborador en Oxbridge), personaje singular y de aguda inteligencia, se había interesado por las ruinas y los restos cubiertos de maleza del sistema de regadíos construido por los árabes durante la dominación islámica de la península. Encontró algunos en muy buenas condiciones de conservación y consideró interesante la reconstrucción de los mejores para preservarlos como monumentos históricos.
Preparó unos cuantos mapas con acequias y canales en razonable buen estado, así como extensas zonas donde los bancales se habían conservado a la perfección. Algunos seguían en uso, especialmente por la parte de Valencia donde la institución del Tribunal de las aguas marcaba una jerarquía de usanza que se había mantenido a lo largo de los siglos.
Los burócratas catalanes le concedieron una audiencia para el gran estadista y allí acudió con sus mapas y sus propuestas. Le mostró algunas de las acequias mejor conservadas y las acompañó con fotografías aéreas. Pujol miraba los mapas y las fotografías con sus característicos tics faciales, como si le atacaran los ojos cien mosquitos, y mi amigo enseguida se percató de que algo no estaba saliendo del todo bien.
«¿Y dónde están estos regadíos?», le preguntó al cabo. Mi amigo le contestó que los principales se encontraban en zonas de la Comunidad Valenciana y de Murcia, pero porque en Cataluña aún no habían empezado a limpiar los que quedaban. Y eso precisamente era lo que venía a proponer, la concesión de unos fondos que permitieran desbrozar algunas acequias casi intactas en zonas de Tarragona y Lérida. Con muy poco dinero, dijo, pueden quedar al descubierto magníficas obras de ingeniería medieval.
«En Cataluña se han borrado, dentro de lo posible, las huellas de la dominación musulmana»
El gran hombre tosió varias veces, soltó un profundo suspiro, se enjugó la nariz, y con una avalancha de tics nerviosos respondió: «Mire usted, amigo (amic) catedrático, esas fueron cosas de Valencia y Murcia, pero en Cataluña nunca hubo musulmanes. La nuestra (nostra) es una tierra de cristianos europeos, y, si me lo permite, de origen germánico». Mi amigo iba a objetar, pero con un gesto imperioso, Pujol siguió su monólogo: «Si usted viniera con una propuesta para restaurar monumentos carolingios, pongo por caso, le daríamos todo el dinero que necesitara, pero para los moros, ni un duro».
A pesar de que gozó de una extendida fama como hombre culto y leído, lo cierto es que la ideología entenebrece toda inteligencia y en Cataluña se han borrado, dentro de lo posible, las huellas de la dominación musulmana. Desde luego no queda ningún ejemplo de ingeniería árabe que se pueda visitar. Lo cual no deja de ser curioso, dado el papel que los musulmanes juegan en la actual sociedad catalana. Este asunto de los hijos de Carlomagno le hacía reír a mi amigo a carcajadas y se fue a rescatar los interesantísimos Qanats de Mallorca.
Esta anécdota me ha venido a la memoria leyendo el meritorio trabajo de Nora Berend titulado El Cid. Vida y leyenda de un mercenario medieval (Crítica) donde se explican las dos veces en que el Cid tomó prisionero a Ramón Berenguer II, conde de Barcelona, cuando el de Vivar guerreaba al servicio de los musulmanes de la taifa de Zaragoza.
Algo más tarde, Ramón Berenguer III se casó con una de las hijas del Campeador. La sed de pureza racial de Pujol era el fruto de sus ensoñaciones supremacistas, pero la realidad ha resultado muy otra. Vaya usted a saber lo que contiene la sangre de los capitanes catalanes. Sin duda, algunos con ocho apellidos puros descienden de los burgaleses de Vivar. La sangre burbujea con alegría en lugares tan señalados como Cataluña.