Seguramente será algún tipo de tara profesional, pero mientras el pasado jueves Carles Puigdemont se hacía aprobar su propia ley de amnistía a medida, practicando de paso su deporte favorito, ya saben, el de humillar a lo que queda del PSOE con el sadismo de una snuff movie, una especie de guión para una pieza de comunicación política comenzó a llegar a borbotones a mi cabeza, sería algo así:
Al día siguiente de la aprobación de la ley de amnistía, un Carles Puigdemont serio, sobriamente vestido y ligero de equipaje abandona el doloroso exilio y se sube a un viejo tren en Bruselas camino de París:
Plano medio de Carles sentado en el tren: lee y subraya con lápiz frases sueltas de algún libro de Thomas Jefferson o de alguna biografía sobre John Adams mientras por la ventanilla avanza lentamente el paisaje belga.
Al llegar a París y antes de embarcar en el TGV a Barcelona, un grupo de escogidos, los más fieles entre los fieles, los que mejor simbolizan la Catalunya doliente del pasado y la Catalunya triunfante del futuro se unen a él en silencio mientras avanza por la estación. El mensaje es Carles, ellos solo son actores secundarios y lo saben:
Plano-secuencia en la cafetería del TGV: entra Carles y va saludando y abrazándose a todos ellos uno por uno, conversaciones cortas, gravedad ante el momento histórico, alegría contenida, lágrimas y esperanza. Una niña sentada en el suelo ondea una pequeña estelada de tela brillante. Carles mira por la ventanilla cuando ya se recorta en el horizonte la inconfundible silueta de la Ciudad Condal, futura capital de la Catalunya independiente.
«Los independentistas no llegan al 30% de toda la población de Cataluña, pero bastan para montar la coreografía ante las cámaras»
Barcelona se ha desbordado de banderas, las victorias políticas de Carles Puigdemont sobre esa España torpe y cobarde que ha ido tragando con todos los órdagos del estratega exiliado y han devuelto el ánimo a las deprimidas huestes independentistas convenciéndolas de que esta vez sí, la independencia es posible y está al alcance de la mano.
Incluso los más tibios, aquellos que tras la aplicación del 155 se conformaban con una autonomía con esteroides se han convencido de que no merece la pena formar parte de un Estado incapaz de defenderse a sí mismo.
No llegan al 30% de toda la población de Cataluña, pero bastan para montar la coreografía ante las cámaras, el 70% que está en contra ya no se atreve a salir de sus casas. Ya no volverán a tener la oportunidad de hacerlo.
Planos al estilo de Leni Riefenstahl en su Triumph des Willens alternando imágenes desde cuatro drones: Carles Puigdemont subido a un coche descapotable saluda a las masas mientras avanza por la Diagonal abarrotada de gente llegada desde todos los puntos del principado que grita ¡In-de-pen-denci-a!, ¡In-de-pen-denci-a!, ¡In-de-pen-denci-a! .
Después de dos horas de paseo triunfal con todas las televisiones del mundo en directo, uno de los drones se sitúa detrás de Carles a su llegada al Parlament de Catalunya justo a tiempo para captar su mirada de determinación al bajarse del coche.
Carles avanza solo hacia la nube de cámaras y micros y tras unos segundos de dramático silencio solo dice una frase: «Catalunya, ja soc aqui!«.
En Montjuic la sinfónica de Cataluña comienza a tocar Els Segadors bajo un imponente castillo de fuegos artificiales.
Ya no hay vuelta atrás.