
Fue una derecha defensiva que se quedó en la red, donde se quedaron atrapadas las emociones, presentes, pasadas y futuras, todavía sin ser consciente él y el mundo del tenis de lo que se acababa en ese momento. El último golpe de Rafael Nadal. … El último golpe de quien impulsó este deporte, lo llevó a otra dimensión y del que retorció toda la lógica con su manera de jugar, de vivir, de sentir y de transmitir el tenis.
Fue aquel 19 de noviembre de 2024, en Málaga, en ese encuentro ante Botic van de Zandschulp que nadie quería que llegara ni se acabara. Se sabía desde el 10 de octubre, con ese mensaje que dejó sin respiración a más de uno. «Estoy aquí para anunciaros que me retiro del tenis profesional. Han sido unos años difíciles, especialmente los dos últimos. Creo que no he sido capaz de jugar sin limitaciones, lo que me ha llevado a tomar esta decisión. En esta vida todo tiene un principio y un final. Creo que es el momento adecuado a poner punto final a lo que ha sido una carrera larga. Y mucho más exitosa de lo que jamás pudiera imaginar». Pero aquel jueves de noviembre se desdibujó una época, concentrada en veinte años de partidos, 22 Grand Slams, 92 títulos, dos oros olímpicos, cinco Copa Davis, resultados extraordinarios, remontadas imposibles y pulsos siempre emocionales.
Hubo nervios, ovaciones y lágrimas, que a Nadal se le enrojecieron los ojos con el himno español antes de desenfundar la raqueta en su último partido como profesional. La grada, volcada con él, aplaudió consciente de lo que vendría después. Una inevitable verdad que, por todo lo que había dado y dejado en el imaginario colectivo, nadie se pensaba que llegaría. Un tenis sin Nadal.
Aquel 19 de noviembre de 2024 se acabó Nadal y comenzó el Rafa extenista, aunque le costó bastante al protagonista encontrarse en esa etiqueta. No pudo ni caminar los siguientes días a esa Copa Davis que lo despidió de madrugada, en frío, casi por la puerta de atrás porque nadie lo esperaba. O más bien, nadie quería pensar que ese momento llegaría. Porque fue una derrota sin posibilidad de darle la vuelta ante el peor rival: el tiempo. Víctima de ese querer y no poder porque el físico, desgastado en exceso, le impedía desplegar las alas de la ilusión que tenía acumuladas todavía.
Aunque había sido su adiós, el inicio de la temporada 2025 todavía conservaba los ecos de su nombre en todos los torneos; el espectador esperaba su nombre todavía en todos los cuadros. Esa temporada de arcilla que encendía sus éxitos. Y, sobre todo, Roland Garros, donde la leyenda recibió al inicio del torneo el homenaje que se merecía. Esta vez sí. Solo, y luego acompañado de sus tres grandes rivales, Federer, Murray y Djokovic, en su pista favorita del mundo, esa Philippe Chatrier que no dejó de aplaudirle, de acompañarlo, aunque esta vez fuera de traje negro riguroso y no con raqueta, de agradecerle sus triunfos, su empeño, su esfuerzo, sus lágrimas y sus sonrisas, sus 112 victorias, incluso sus cuatro derrotas, porque era ver a Nadal en París y eso era suficiente. Para siempre su huella, física y emocional en su Roland Garros.
Sin rutinas
En este año, el balear se ha instalado en otra fase de la vida que poco tiene que ver con la de antes. Y para la que nadie se entrena ni se aprende. En eso también ha tenido que ir pegando pelotazos para buscarse su sitio. En febrero, en un acto de reconocimiento del Comité Olímpico Español (COE) el balear admitió estar todavía encontrándose en esa nueva realidad: «No he vuelto a coger una raqueta». No había ni un mal recuerdo del tenis ni para echarlo de menos porque se fue en paz, como reconoció en abril, cuando recibió el premio Laureus a Icono deportivo. «Tengo que descubrir lo que me motiva y lo que quiero ser», confesaría después. En ese encontrarse a sí mismo, el Rafa que por fin pudo llenar su agenda diaria de juegos con su hijo, y aumentó el tiempo con su familia. Tantos viajes alrededor del mundo quedaron reducidos a la isla, a estar con los suyos todo el tiempo que quería, y a celebrar el nacimiento de su segundo hijo, Miquel.
Ha hinchado los pulmones de actividades negadas hasta el momento. Volvió poco a poco al gimnasio y hasta recuperó las pachangas de fútbol después de 15 años sin tocar un balón. Y continuó con su golf, compartiendo partidas incluso con su archirrival en la pista, Roger Federer, en ese torneo de más risas que aciertos en verano. Es el Nadal que vive sin rutinas y «con poco dolor». Casi nada.
En lugar de participar en rondas finales y luchar por títulos, también ha ido aceptando la realidad con actos en su academia, apoyo a los nuevos jugadores y presentaciones de algunas de las empresas en las que participa. Ha acudido a algunos eventos en los que se homenajeaba su figura, y se convirtió en el primer deportista en ser investido ‘honoris causa’ en la Universidad de Salamanca. También lo hará en la Politécnica de Madrid en marzo.
Fiel a su estilo, ha cuidado y limitado mucho su presencia pública y mediática, aunque sí participó en un pódcast con el extenista Andy Roddick. A final de año, viajes a Corea para reunirse con sus patrocinadores de toda la vida y seguir ampliando la relación; y fue figura estrella invitada en el foro de negocios de Miami, en el que coincidió con Javier Milei, presidente de Argentina, y donde apoyó a su equipo ‘Team Rafa’ de lanchas eléctricas. Pero la familia ha sido el centro de todo, y a finales de octubre, disfrutó de unos días en Japón con su mujer, sus hijos, su hermana y sus padres. Nadal ahora es Rafa.
