El eje en torno al que pivotan las democracias liberales son las instituciones independientes y neutrales cuyo desempeño no se ve condicionado por quienes se encuentren al frente del gobierno. Su versión degradada, la democracia plebiscitaria, gira en torno a la voluntad caprichosa de un líder mesiánico, cuya legitimidad emana de la voluntad de un pueblo devoto. Weber denominaba a estas últimas «democracias de caudillaje», siendo uno de los elementos que las caracterizan el carácter emotivo y espontáneo de la entrega y confianza popular en el líder.
En esta suerte de democracia emocional, las elecciones no avalan o rechazan los programas o propuestas de los candidatos, sino que se convierten en actos de ensalzamiento personal y refrenda irracional de un líder cesáreo investido como jefe heroico protector, capaz por sí mismo de derrotar a los enemigos que amenazan el bienestar de sus súbditos.
España se encuentra ahora mismo en ese punto exacto de cocción. Mientras la oposición trata de convencer a su potencial electorado con estrategias más o menos afortunadas, Sánchez ha comprendido que la obediencia del votante se consigue por medio de la seducción: manipular los sentimientos del pueblo funciona mejor que apelar a sus razones.
Pedro se presenta ante los españoles como la encarnación del bien frente a quienes lo critican o aspiran a ocupar su lugar en la Moncloa, que son el mal. Él es el único campeador capaz de frenar a la ultraderecha heredera del franquismo y del nazismo que pretende derogar todos nuestros derechos y socavar la democracia adoptando múltiples formas: un día la de Milei, otra la del PP y Vox e incluso la del Estado de Israel. En los últimos días, nuestro adalid democrático ha conseguido identificar al peor de los enemigos, uno que amenaza el sistema de libertades español oculto tras una toga: el poder judicial.
Sánchez sabe que alguien como él, que alcanzó el poder asumiendo el rol de paladín anticorrupción, sólo puede enfrentar la imputación de su mujer por un presunto delito de tráfico de influencias presentándola como una componenda de los enemigos del pueblo contra su persona y, por ende, contra la democracia. El relato consiste, por tanto, en convencer al personal de la existencia de una cloaca judicial al servicio de la extrema derecha que quiere interferir en el resultado electoral atacando injustamente a su esposa.
«Los socialistas jalean su nombre en los mítines para resarcirla a ella y a su esposo por su enorme sacrificio democrático»
Begoña no es una víctima inocente más, sino la VÍCTIMA, en mayúsculas, pues se le ha impuesto un sufrimiento inmerecido cuya finalidad no es otra que la de quebrar la determinación de su esposo de convertir a España en un baluarte del progreso y de los derechos humanos. Los socialistas jalean su nombre en los mítines para resarcirla a ella y a su esposo por su enorme sacrificio democrático.
Muchos no parecen percatarse de que Pedro no se limita a solicitar el voto a los españoles: también les está demandando protección, convirtiendo el resultado electoral en un plebiscito no sobre Begoña, sino sobre la judicatura, con el objetivo evidente de colocar a los juzgadores en la posición de los juzgados. De esta forma, el pueblo decidirá si la corrupción que ha de enjuiciarse es la de la mujer del presidente o la de los jueces que fiscalizan las decisiones de su gobierno. En resumidas cuentas: transformar el caso Begoña Gómez en el caso Juan Carlos Peinado, al que presentan como la punta del iceberg de un entramado judicial corrupto que aspira a subvertir la soberanía popular con sus resoluciones, bien sea autorizando el rezo del rosario en Ferraz durante la jornada de reflexión contra el criterio de la delegación de Gobierno, bien investigando a la mismísima fiscalía por una presunta revelación de secretos o incluso cuestionando la idoneidad del Fiscal General o de otros altos cargos escogidos por el dedo divino de Sánchez.
Si las urnas respaldan esta estrategia del sanchismo, veremos por fin materializarse las medidas que el gobierno tiene preparadas para atajar el lawfare y que no pretenden otra cosa que someter al poder judicial: asaltar el Consejo General del Poder Judicial rebajando las mayorías para elegir a los vocales, reformando el sistema de acceso a la judicatura con el noble fin de democratizarlo y promoviendo jubilaciones anticipadas.
Son medidas con las que se disociará a los jueces y magistrados de su función elemental de impartir justicia, convirtiendo sus sentencias en una manifestación del sano sentimiento jurídico del pueblo, personificado —como no podía ser de otra manera— en el líder. Algo a lo que la Ley de Amnistía contribuirá de manera inestimable. Lamentablemente, muchos no son aún conscientes de que durante estos últimos años estamos asistiendo a una mutación constitucional orquestada por el populismo sanchista que nos aboca a una dictadura plebiscitaria, donde el único contrapeso al poder presidencial será un pueblo servil, adoctrinado y dominado, dependiente tanto emocional como económicamente de aquel cuya labor deberían fiscalizar. Los resultados del domingo pueden ser el clavo que apuntale este proceso.