Fumata negra en la Maestranza. Un hilillo de humo renegrido, como los pitones de Espiguita –ese toro sexto que en lugar de divisa traía la llave de la Puerta del Príncipe colgando del morrillo–, asomaba sobre las banderas del Vaticano del toreo … en el crepúsculo de la tarde. No hubo quorum: con dos sufragios a su favor, faltó un tercero que convalidase la que había sido la tarde más maciza y rotunda de Roca Rey en la Maestranza. Las puertas de la gloria ya estaban entreabiertas tras su incontestable golpe de autoridad cuando despeñó con la espada una Puerta del Príncipe que nadie hubiese puesto en duda. Suya fue la tarde, intratable sobre los demás y dictatorial sobre la categoría de Victoriano del Río.
Y al duodécimo día por fin apareció en una Maestranza que ochenta minutos después se tiñó de blanco para la rotunda petición de dos orejas, como rotunda había sido la entrega de Roca Rey ante Manisero. Después del arrojo en banderillas de Antonio Chacón –el aclamado actor secundario de ‘Tardes de Soledad’–, el matador se desmayó entre estatuarios. Estático y estoico. Fluía el animal frente a la naturalidad total del torero, suicida cuando con todas las ventajas para el toro se cambió la muleta por detrás. La plaza se estremecía y él se crecía. Mimó al toro, siempre colocado en la pala del pitón para que fluyera como su balón de oxígeno definitivo.
Pleno de lucidez, acertaba en todo lo que le proponía a este importante Manisero. Tomó la zurda cuando sabía que era el momento de tirar la moneda. Y tiró la muleta, que acariciaba medio palmo de albero en un tirar y tirar lleno de profundidad. Hubo dos extraordinarios, aunque nos quedamos con la incógnita de si le pudo dar alguno más a cámara lenta antes de pedirle una velocidad más. Aburrido el toro, se lo dejó llegar al bordado de su taleguilla. Como en su estocada, lo más brillante de todo, por su ejecución y por su arrojo. La estocada de la Feria. Había mandado la presidenta a tocar el aviso justo cuando se cuadraba Roca. Sonó el último toque de clarín en el momento exacto de cruzar la raya: echó la cara arriba Manisero, y Roca la muleta abajo. Esperó a que se descubriera y le enterró la espada en toda la yema. La plaza a sus pies.
A Borja Prado fue a brindarle Roca Rey la lidia y muerte de Espiguita, el de la llave de la Puerta del Príncipe. Del que rápido tiró en redondo junto a las tablas antes de un desafortunado desarme. Cambiaba de muleta con la plaza enmudecida. Expectantes. Y rompió a galopar el de Victoriano, tan cuidado en la magistral lidia que aún no lo habíamos descubierto. Sonaba Manolete para el gran ídolo del momento, que miraba con un ojo a Espiguita y con el otro a la Puerta del Príncipe. Lo citó de lejos en tercera instancia, tragó su quiebro y alargó el trazo. Había ritmo, pero faltaba ese punto de rotundidad que procuró al natural: apretó por bajo, y el toro bajó. Y si por un palo no podía ser, buscó el otro la cercanía. «Tó pa ná», que diría Pepe Luis Vargas cuando con su espada dejó escapar la gloria.
Perera, poco y bueno
No habían pasado ni veinticuatro horas desde el gran suceso de Anarquista cuando Miguel Ángel Perera descorrió el telón. Camino de los seis años salió al ruedo de la Maestranza Tallista, un toro tallado según el concepto y el prestigio de Sevilla. Fino de cabos, musculado y movido, traía un prodigioso cuello y seriedad en su rostro. Cantó pronto su buen son, aunque cogido con pinzas. Tuvieron que pasar tres series, calibradas y sutiles, para que Perera tomara la mano izquierda y exprimiera todo aquello que había cultivado hasta entonces. Lo había sostenido con la diestra, no sólo para mantenerlo en pie, sino para estructurarlo y ordenarlo. Y con esa sutileza de toques y pulso de relojero sacó un puñado de naturales bordados. Totalmente desacomplejado cuando, en un inesperado cierre de frente y a pies juntos, se lo trajo a la cadera contraria. Sin exagerar la faena ni resultar pesado, se tiró con toda su alma sobre este Tallista, más baja y trasera la estocada, aunque infinitamente más letal que la de Anarquista. La presidenta, entendemos que atendiendo a la colocación, negó la petición. Hoy sí dio la vuelta al ruedo que ayer tanto mereció. Demasiado pronto bajó la persiana Desgarbado, el cuarto, que fluyó en una primera tanda con alegría e importancia antes de decir «¡basta!». Tampoco fue pesado con él Perera. ¡Ole!
Lo de Ortega
Volvía y se despedía Juan Ortega de esta Feria de Abril, finalmente ido entre silencios. Le faltaron resortes y apuesta con sus toros. Bordó la estocada a Frenoso, su primero, y un par de trincherazos a Vampirito, el segundo. Pasó demasiado tiempo el segundo de Victoriano del Río –cuesta arriba, badanudo, con los pitones un punto arremangados y suelto– siendo amo del ruedo. Desgobernado, barbeando tablas y en los terrenos de dentro. Una contradicción fue su inicio: se doblaba por bajo Ortega, pero le sacaba la muleta por alto. Con el animal a menos, navegó como pudo hasta tratar de justificarse al abrigo de las tablas con un par de naturales hacia afuera. Fue la estocada, como decimos, lo mejor. Con el quinto, entre que no había empuje por parte de uno ni apuesta por parte del otro, la empresa quebró.
Posdata: apuntábamos el pasado jueves, día del cónclave de la sevillanía, sobre lo «oscuro y siniestro» de la ‘Orteganeta’ y desde entonces son muchas las preguntas al respecto. Debimos especificar que se trata de un grupo de Whatsapp creado originariamente por Curro Madueño, responsable de comunicación que con tanto éxito maneja las redes sociales de Juan Ortega, como canal de difusión y punto de encuentro de sus partidarios. El grupo ya alcanza el millar de seguidores y, como en la viña del Señor, hay de todo. Asegura Curro que expulsa inmediatamente a quienes faltan el respeto en sus comentarios, aunque reconoce que en los días en los que torea Juan puede haber más de 1.500 comentarios y «es imposible leerlos todos». Esta mañana ‘@toreodetriana’ nos pedía a los «mamporreros del sistema» que nos quedáramos en la caseta de feria. Así se las gastan…
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Plaza de Toros de Sevilla.
Miércoles 7 de mayo de 2025. Duodécima del abono. Cartel de ‘No hay billetes’. Dos horas y treinta minutos de festejo. Presidió Macarena de Pablo Romero. Se lidiaron toros de Victoriano del Río, con seriedad y entipados. 1º, franco y entregado, aunque al límite de poder; 2º, manso; 3º, con calidad, profundidad y emoción, ovacionado en el arrastre; 4º, muy venido a menos; 5º, sin empuje; 6º, vibrante. -
Miguel Ángel Perera,
de azul marino y oro. Estocada trasera y caída (vuelta al ruedo); estocada (palmas). -
Juan Ortega,
de verde manzana y oro. Estocada algo tendida (silencio); estocada caída (silencio). -
Roca Rey,
de celeste y oro. Estocada (dos orejas); aviso entre dos pinchazos y estocada (ovación de despedida).
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