En Europa, la distancia entre las palabras y los hechos importa hoy más que nunca. Abandonada a su suerte por Estados Unidos, su aliado de los últimos 80 años, Europa no puede permitirse el lujo de estancarse, como tantas veces en el pasado, en una parálisis discursiva. Se acabó el tiempo del ensimismamiento. Y, sobre todo, basta de enredarse en eufemismos para ocultar la realidad. Abajo la impostura. La Unión Europea está sola en su defensa. Sin la capacidad disuasoria de sus rivales, se ve abocada a multiplicar su gasto militar para rearmar al continente. De no hacerlo, el presidente ruso, Vladímir Putin, lo entenderá como una demostración de debilidad. ¿Quién logrará frenar sus planes expansionistas entonces?
No solo está en juego la partición de Ucrania, también la integridad territorial e independencia de los países europeos que estuvieron bajo el control de la antigua Unión Soviética. Nadie está a salvo en este nuevo reparto del mundo que aspira a imponer Putin. Lleva años cortejando al Sur Global, estrechando sus alianzas con China, India, Irán, Corea del Norte, para cumplir su sueño de derribar la hegemonía de las democracias liberales occidentales en el orden mundial. Ahora cuenta con un super cómplice, el presidente estadounidense Donald Trump, que comparte con el ruso la idea de que los países más fuertes económica y/o militarmente tienen derecho a repartirse el mundo.
Europa debe estar preparada para sobrevivir geopolíticamente sin el apoyo de Estados Unidos. Nadie, salvo en la extrema izquierda europea, abandona la esperanza de que la posición de la Administración Trump sea reversible. Pero ello dependerá del rechazo de la sociedad estadounidense al vuelco en las alianzas estratégicas que ha dado Washington. Mientras tanto, toca prepararse para lo peor. Como decía esta semana el comisario y exvicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans: el make the world ready for democracy que inspiraba el pacto atlantista, ha sido sustituido por make the world ready for autocracy de Washington y Moscú. ¿Ya no compartimos los valores de la democracia y la libertad? La realineación del líder estadounidense con el ruso indica que no. Y por eso Europa debe hacerse cargo de su destino. De los asuntos que afectan al continente.
Hay quienes sostienen que los 27 deberían seguir el ejemplo de Polonia, que destina el 4,7% de su PIB a gasto en defensa. La Comisión considera que alcanzar el 3% del PIB permitiría aumentar notablemente la capacidad disuasoria del aparato militar europeo para frenar los pies a Putin. El desafío es enorme. Porque no se trata solo de aumentar el gasto. De hecho, los miembros europeos de la OTAN gastan en su conjunto unos 375.000 millones de dólares en 2023, algo más que China y Rusia. Su problema es las ineficiencias por la fragmentación de ese gasto y las duplicidades que se producen entre los países miembros. Los esfuerzos deberían también centrarse en resolver estas deficiencias.
En el caso de España, que el país que menos contribuye a la OTAN, cumplir con el objetivo del 3% del PIB que se ha marcado la Comisión supondría más que duplicar el presupuesto actual en defensa. De los algo más de 19.000 millones al año, habría que añadir 22.000 millones en los próximos cuatro ejercicios: 5.500 millones de euros más al año para llegar a ese 3% del PIB en 2029. Pero para el líder europeo de la impostura, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, este notable esfuerzo presupuestario, que inevitablemente desviará fondos de otras partidas, no va destinado al rearme militar. No importa si el nombre original de la iniciativa de la Comisión Europea fuera ReArm Europe.
Sánchez ha fracasado en su intento de obtener dinero a fondo perdido para financiar las inversiones en defensa y de ampliar la definición de gasto militar a la ciberseguridad, no quiere usar la palabra rearme. «Es un término que no me gusta en absoluto». En su lugar, prefiere decir que Europa aspira a dar «un salto tecnológico». Es el campeón en el uso de los eufemismos. Y lo peor, es que suele salirse con la suya. Las reticencias de España, compartidas también por la primera ministra italiana Georgia Meloni, consiguieron finalmente rebautizar el plan de inversión en defensa: De ReArm Europe a Readiness 2030.
¿Le servirá este cambio semántico para convencer a sus socios parlamentarios? Esa amalgama de fuerzas independentistas y de extrema izquierda que se declaran antibelicistas. Con los presupuestos prorrogados por segundo año consecutivo, incumpliendo su mandato constitucional, encajar ese gasto adicional en defensa no será nada fácil sin tocar otras partidas sensibles como el gasto social. A menos que encuentre la manera de hacerlo saltándose el control del Parlamento, como, por otro lado, viene siendo habitual.
Tampoco la solidaridad con Ucrania del Gobierno de Sánchez es tan firme como presume. Lo ha podido comprobar esta semana la alta representante de la UE para Asuntos Exteriores, Kaja Kallas, que propuso compensar la retirada de la ayuda militar de Estados Unidos a Ucrania con un paquete extraordinario de 40.000 millones de euros a dividir entre los 27 de forma proporcional al peso del PIB de cada uno. A España le correspondían 3.4000 millones de euros. El presidente español se negó a apoyar la iniciativa. Italia y Portugal también. Pero los suyos son gobiernos de derechas. ¿El nuestro? ¿No era el gobierno de izquierdas más progresista y solidario de la historia de la democracia?
Europa no tiene otra opción más que estar a la altura del colosal desafío que para su existencia plantea que Estados Unidos se desentienda de su defensa beneficiarse durante ochenta años del dividendo de la paz. Y las reticencias, los vaivenes y el a veces vacilante apoyo a Ucrania, como en el caso del presidente español, sólo nos aleja de conseguirlo.