Su escala de popularidad es distinta, porque una actuaba en el escenario principal ante decenas de miles de personas y el otro lo hacía en el escenario secundario ante algunos miles (aunque era engañoso porque ya luce algún Wizink en el currículo), pero tanto Aitana Ocaña como Christian Senra ofrecieron los dos conciertos más proteicos de la primera de las dos tardes noches del Bigsound, el festival pop – orientado a los sonidos denominados urbanos y también algo caribeños: reguetón, dancehall, trap o hyperpop – que a punto está de celebrar su quinto aniversario en la Ciutat de les Arts i les Ciències. Algo les diferencia: lo de Aitana es un cúmulo de apuntes, un combinado de ejercicios de estilo que, junto al determinante giro en su propuesta escénica (apenas queda nada de aquella joven cándida que pisó Viveros hace cinco años), evidencia que tiene una dirección musical algo veleta, como ocurre con la mayoría de ex concursantes de talent shows televisivos en sus primeros años en el negocio, mientras que lo de Sen Senra brinda un lenguaje propio y plenamente reconocible. Las herramientas también son distintas, lógicamente. O al menos lo fueron anoche.
Más enfocada en su papel de nueva diva disco pop (los tema de su último álbum, alpha) que en la gestión del pop afable, romo y abiertamente mainstream de sus anteriores trabajos (aunque no faltaron cosas como 11 razones o el recuerdo a sus duetos con Zoilo – Mon amour – y Sangiovanni – Mariposas – ), Aitana desveló un espectáculo intachable, con una coreografía exuberante y extenuante de solo mirarla, formada por cerca de una decena de bailarines (se movían tan rápida y coordinadamente que a uno, de mente de letras puras, le costaba contarlos), y ella destilando un aplomo en escena y un dominio del show que era difícil de imaginar hace unos años. Tuvo guasa su retorno a Valencia, la ciudad en la que brotó (fue en noviembre del año pasado, primer bolo de la gira) aquella artificiosa polémica por su forma de agitar la pelvis y retorcerse sobre la tarima durante la interpretación de miamor: enfundada en una camiseta negra con la frase I love paella valenciana, Aitana repitió el culebreo (como en cualquier concierto) justo después de que la pantalla mostrase los titulares de prensa del día después de aquello, haciéndose eco del risible escándalo. Una estupenda forma, la verdad, de darle la vuelta al asunto, muy swiftiana. Si alguien en 2024 aún se escandaliza por algo así y cree que su prole va a salir perturbada de la experiencia, es que vive en el siglo XIX o no ha visto en su vida un concierto de la ex Disney Miley Cyrus. Seguramente ambas cosas a la vez. A Aitana le aguarda, por cierto, un Bernabéu a final de año.
Sen Senra, quien precisamente hizo dueto con Aitana en su último single, publicado hace solo un mes, se quejó (y con razón) de que la música que emanaba del bolo de los colombianos Cali y El Dandee (quienes compartieron escenario luego unos minutos con Aitana en su set) desde el escenario principal se mezclaba con la suya. Pero más allá de eso ofreció un set impecable, sobrado de estupendas canciones pop, carisma, un punto de sofisticación sin llegar a resultar inaccesible para nadie y esa peculiar habilidad para surcar estilos colindantes sin dejar de sonar siempre a sí mismo y con vocación transversal, convenciendo a generaciones muy distintas. Merece petarlo a la altura de un C. Tangana, aunque sean talentos distintos. Su concierto me recordó al que dio otro Christian hace un año en el mismo escenario: Alizzz.
El momento verbena de la noche había llegado antes con la aparición por sorpresa de King África al ritmo, cómo no, de Paquito el Chocolatero y su inenarrable Bomba. Aunque el pase del reguetonero dominicano Henry Méndez (no podía faltar El Tiburón, entre multitud de guiños a material ajeno que hubieran supuesto un apasionante curro para cualquier gestor de derechos de autor) no le anduvo muy a la zaga. Otra fiesta dentro de la fiesta. Hay momentos en los que suenan los viejos éxitos de Daddy Yankee o Don Omar por la ambientación musical del festival entre concierto y concierto y uno hasta desearía una vuelta de aquella vieja escuela. Tampoco me dijeron gran cosa los sets del coruñés Orslok y del madrileño Love Yi, pero sí encontré más interesante la propuesta de la sevillana Juicy Bae, aunque me recuerde demasiado a Bad Gyal. Juan Magán, por cierto, sucedió a Aitana en el escenario principal con el electrolatino (no lo digo yo, que la etiqueta le puede aburrir hasta a él, es que fue la primera palabra que resonó en su bolo) de Ella no sigue modas, Te voy a esperar o Rueda, a piñón y sin contemplaciones, igual de eficaz en un gran recinto ahora que hace doce o trece años.
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