Yo a Alejandro Sanz lo vengo viendo contento, por lo general, y tirando a acertado o muy acertado en sus decisiones biográficas, digamos. Lo explico de otra manera: ha llegado joven a los 56 años, que son los que tiene. Me refiero las cosas … de su vida peatonal, no a la vida de artista, donde ya no tiene club de fans, todas bachilleras de carpeta, sino un público enterado, y de multitud, aquí y en Latinoamérica. Para todos acaba de anunciar gira, ‘Y ahora qué’, con arranque en Méjico. En Alejandro hay siempre mucho trajín de artista, y la ida o la venida de una novia última, o penúltima, que a veces se llama Rachel Valdés, o bien Candela Márquez.
Es la suya la vida de la estrella, con lo que a menudo repercute de noticia sin escenario. De pronto, se divorcia de su mánager, la altísima Rosa Lagarrigue, pero antes va y se casa con Raquel Perera, por la vía de lo secreto, que siempre es un susto para la afición. Tiene hijos, pero no los incluye en el póster. Aquella boda con Raquel fue en el 2012, en una finca extremeña, y los convidados pensaban que iban a un bautizo. Hasta que se encontraron a dos novios de matrimonio. Al casarse, dijo Alejandro Sanz algo memorable: «Es lo más punki que he hecho en toda mi vida». Y regaló una foto del momento.
Alejandro ha sabido capear de alma todos los temporales. Cumplirá los 60 y aún veremos en él a un joven que se las sabe todas
Cuesta ver a Alejandro de marido, porque tiene aún cara de crío listo, pero no cuesta tanto ver que Raquel Perera, su mujer, vino a poner fiesta de madurez en su biografía. En la biografía en curso de los dos en aquellos momentos lejanos, pero no tanto. Sé de Raquel, antes y después de Alejandro, y resulta una compañía imbatible de artista, que está siempre, sin estar incluso, cuando la ocasión obliga. Ha padecido Alejandro rachas de «nubes negra», que diría Sabina por experiencia propia, y hasta suspendió una gira, hace años, por ansiedad y otras tormentas interiores, que son las de peor cura. Pero ahí está, vital como un flamenco, dispuesto como un rockero, salvado ya de varios infiernos, o purgatorios. En la calmada memoria está también Jaydy Mitchel, con la que casó por lo balinés, y hasta aquella Valeria Rivera, casi remota, que se vino un rato a España a hacer gira de platós. Todo ese pasado tiene ya muy poco futuro, salvo los hijos prósperos. Poco futuro, o ninguno. Alejandro y Raquel se casaron por la liturgia de lo recóndito, para regalar luego una foto de portada. Ya lo hemos apuntado, pero conviene que conste, porque Alejandro no es famoso del chisme. Raquel empezó a su lado, de asistente listísima, y luego resultó la música arterial de su vida. Raquel ha significado mucho en los alivios del luto del artista, y yo arriesgaría que hasta le puso en forma. La boda fue una boda insólita, incluyendo que allí estaba Paco de Lucía, ese genio. Por Antonio Carmona me enteré, en su momento, que hubo en la fiesta «muy poca peña, pero muy buen rollo».
Alejandro ha sabido capear de alma todos los temporales, incluyendo alguna mánager de desacuerdo, alguna amante de plató, un hijo aquí y otro allá. Cumplirá los 60 y aún veremos en él a un joven que se las sabe todas. Hay ya mucha hemeroteca de Alejandro, en fotos y en textos, y lo que se deduce es que triunfó, hace ya mucho tiempo, pero se obstina en reinaugurar el triunfo. Eso, y que su carrera ha sido carrerón. Estamos ante uno de los contados grandes, aquí y fuera. Parece, de rato en rato, que estuviéramos ante un nuevo Alejandro, pero el nuevo es el de siempre: un artista largo, y un tipo de corazón sin coraza. El solista sensible, también fuera del foco. Pillen entrada, que hay gira.