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Las visitas a casa de Álvaro Pombo (Santander, 1939), siempre tienen algo de onírico, como sumergirse en un buque hundido. Su imponente salón presenta un caos ordenado plagado de torres de libros que revelan una leve misantropía, desmentida por el profundo análisis psicológico de sus novelas, y que funcionan como tabiques que hay que sortear caracoleando entre ellas.
«Perdona el desorden, pero es que ahora que estoy casi amarrado a esta silla», se disculpa entre sonrisas aliñadas con paseos de su aristocrático gato y mucho humo de cigarrillo. «Los fumadores somos una especie en extinción. No sé por qué se ataca tanto el tabaco y no otras pequeñas manías», lamenta el autor de Santander, 1936, último Premio Umbral.
Entre calada y calada, el escritor desgrana la trama de su nueva novela El exclaustrado (Anagrama), que narra la historia de Juan Cabrera un monje con gran vocación religiosa que tras un fútil incidente con unos novicios sufre una crisis de fe y abandona el monasterio, sólo para recluirse entre montañas de libros de teología en un piso del centro de Madrid. Hasta que el mundo, en forma de un sobrino inocente, un antiguo rival que lo odia y una mujer sencilla atrapada en una relación con ambos; irrumpen en su ordenada y silenciosa realidad.
La mirada de los demás
Escrita en 2020, el escritor se queja de que «como editan las cosas con tanta diferencia de tiempo, pierdo un poco la idea de lo que cuento». Lo que no se pierde es la fuerza de una novela que remite a sus clásicas historias donde elaborados personajes, incisivas emociones y ciudades atmósferas morales (o inmorales) que funcionan como arañazos a la vida de un Pombo, que, aunque ya dueño de un estilo inconfundible se considera un simple vicario de la realidad. «No soy un sociólogo, sino un simple narrador. Se tiene que llegar, como yo, a los 80 y pico años para ser un pleno observador de la vida. Y a pesar de los achaques, compensa».
Acostumbrado a retratar personajes vitalistas, incluso excesivos, Pombo confiesa haber disfrutado imaginando a este hombre recluido durante casi toda su vida, colándose en la cabeza de alguien que vive de espaldas al mundo y que sólo ya de anciano, se da cuenta del gran error que ha cometido. «Es un libro muy intencionadamente sartreano, y Sartre no cree que la vida contemplativa sea posible. Él estaba en continua comunicación con todo el mundo y eso implicaba traiciones, deslealtades o ambigüedades, pero es preferible al silencio», opina el escritor, para quien «un mundo en silencio es un mundo acabado. Yo he vivido siempre en un mundo coloquial«.
«No somos nada sin la mirada del otro. Los demás nos obligan a enfrentar quienes somos realmente, pero ahí está la gracia de vivir»
Según avanzan las páginas, Juan Cabrera «se da cuenta de aquello que expresó tan bellamente Antonio Machado: ‘el rostro que ves no es rostro porque tú le veas, es rostro porque te ve’«, recita Pombo. «Esa es la clave. No somos nada sin la mirada del otro, sin la opinión del otro. La intersubjetividad es algo humano y necesario. La relación con los demás, que puede ser dura a veces, sí, un conocimiento mortífero que obliga a enfrentar quienes somos realmente, pero ahí está la gracia de vivir, aunque sea peligroso«, apunta. Y antes de entrar en materia advierte: «En esta novela he equilibrado la filosofía y el diálogo. Sé que a veces me pongo pesado, pero no tanto como antiguamente. Ahora soy más ligero», bromea aludiendo a su delgadez
Viviendo entre ficciones
En cuanto a la idea de Dios y a la religión, Pombo ha ahondado en ella con profusión en su narrativa y de forma especial en el ensayo La ficción suprema (Rosamerón, 2022) -«es un poco heterodoxo decirlo, pero es así»-, y en esta novela, define la religión -la fe, el perdón, la culpa y todos esos elementos del cristianismo- como grandes ficciones. «Pero es que todo en la vida son ficciones. El ensayo que debería escribir ahora trata sobre la relación entre realidad y ficción, pero me da pereza, porque es un tema complicado«, afirma sonriendo.
«La clave aquí es la imaginación. La realidad empírica en la que vivimos es tan pobre, que necesitamos la ficción, la imaginación, para complementarla. Con que un objeto se pueda pensar, imaginar, un círculo cuadrado o un fantasma, o el mismo Dios, por ejemplo, eso ya es real. Funcionan imaginariamente, sí, pero no están fuera de nosotros, y determinan en grado sumo muchas vidas«, defiende el escritor.
«La religión es una gran ficción, pero ¿qué no lo es realmente? La realidad que vivimos es tan pobre que ecesitamos la imaginación»
«Lo mismo ocurre con el amor, quien el mismo Machado definía como una ficción, y, por supuesto, con la literatura. Los grandes novelistas son los que crean ficción pura, digamos. Cunqueiro hablando de Merlín o la señora esta que inventó a Harry Potter. Un fino hilo de realidad y nace un mundo. Los malos, como yo, necesitamos una gruesa capa de realismo, narrar historias más pegadas al día a día, lo cual es una trampa. Sin embargo, espero que al menos los sentimientos que narran mis novelas sean de verdad, esa es la gran ambición«, confiesa.
El escritor Álvaro Pombo la semana pasada en su casa de Madrid.
Entre la moral y la estética
Sentimientos potentes salpican El exclaustrado: el amor y sus complejas distorsiones, el poderoso veneno de la venganza, los oxidados resquicios que deja la culpa o la embriaguez que da la admiración ajena. Un debate clave a ojos de Pombo se plantea a la hora de elegir qué tipo de vida queremos, si una que siga la moralidad o bien la estética. «Heidegger decía que la gran voluntad de los seres humanos es ser seres morales. Seres responsables y, por consiguiente, realistas», apunta el escritor.
«Sin embargo, él mismo fue un mentiroso capaz de mirar para otro lado cuando sus compañeros del partido nazi estaban metiendo la gente las cámaras de gas», sentencia Pombo. «Y es que es complicada la moral, porque el hombre también es un ser de sensibilidad, que tiene percepciones estéticas y una sexualidad determinada. ¿De qué manera todo esto, o tener buena mano para el dibujo o la capacidad de hablar o escribir bien nos determinan? De forma muy importante, diría. Por eso no es sencillo ser moral y sustraerse de las pasiones«.
Y, como queda claro en El exclaustrado, tampoco de las culpas, porque, como refrenda Pombo en buena parte de sus obras, el pasado siempre vuelve. «Somos culpables de nuestros errores, y en buena medida la vida se basa en atinar. Somos responsables de la gente, de las personas que amamos a cualquier nivel y de quienes nos aman. Y esa responsabilidad es algo que echo cada vez más de menos en la sociedad, por ejemplo en la política«, afirma.
«Los políticos tienen que atinar, porque si no la joden. Entiendo que es aterrador ser, por ejemplo, responsable de la alimentación de los críos españoles, tener que calibrar bajadas de precios e impuestos para que la gente no se muera de hambre, pero es su responsabilidad«, sentencia el escritor.
Por eso, prosigue, «no se puede ser tan irresponsable como nuestro actual presidente. No sé si será tan impresentable como lo pintan, pero el caso de su mujer… Las otras mujeres de presidentes que tenían un título parecido, que eran universitarias, han hecho sus trabajos y no ha pasado nada. Pero yo creo que Begoña de Sánchez quería más que eso, que una cátedra, quería lucirse también, y eso ya es mucho morro«, opina Pombo. «Y lo digo yo, que he votado mucho al socialismo de Felipe. Desde el presidente hacia abajo, los españoles eludimos mucho la responsabilidad, porque ya no está tan presente la culpa, y eso es peligroso. Crimen y castigo siempre deberían ir de la mano».
«Eludimos la responsabilidad, porque ya no está tan presente la culpa, y eso es peligroso. Crimen y castigo siempre deberían ir de la mano»
¿Puede ser este declive de la culpa un signo de la ausencia de Dios, de este mundo occidental cada vez más laico en el que vivimos? «Dios está escondido, sí, pero no se ha ido. Por ejemplo, seguimos blasfemando. Cuando uno quiere decir la mayor animalada posible, dice: ‘me cago en Dios’. Eso es, en lo más grande. En esos detalles seguimos un flujo que se pierde en la historia, porque toda la humanidad ha pensado a Dios y aún lo piensa. Como ente inaccesible, todavía es la idea poética más importante que hay en Occidente«.
No obstante, Pombo celebra que la parte litúrgica, digamos, «el folclore del catolicismo y de la Iglesia», sí esté desapareciendo. «En el fondo esta es una novela sombría, porque en ocasiones temo verme reflejado en Juan Cabrera. No diría que es un autorretrato, espero que no, pero sí que expresa cosas que me preocupan a mí. Por ejemplo, yo soy una persona muy retirada, cada vez más por mi situación delicada, y veo a muy poca gente. Y quería advertir a quien me lea que vivir sólo a través de los libros es de una tristeza insoportable«, asegura.
«Encerrarse en uno mismo sólo contribuye a la rumia, no al pensamiento, a estar fuera de la vida y eso es lo peor que hay, yo me resisto con todas mis fuerzas». Por eso, asegura, queda Pombo para rato. «Espero que, contando a novela por año, me queden unas cinco todavía. Luego ya se verá».
El exclaustrado
Álvaro Pombo
Anagrama. 232 páginas. 17,90 € Ebook: 10,99 €
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