«Se sentía el latido del cuerpo de Ángela entre castaños y maizales. Un cuerpo que nos atraía a todos como si de ello dependiera el futuro de la especie». La frase es de Manuel Gutiérrez Aragón (de ahí las comillas) y aparece en su libro A los actores. El director con la que la actriz llegó a filmar cuatro películas se refiere al rodaje El corazón del bosque de 1979. Pues bien, han pasado los años y de ella y de su cuerpo menudo sigue dependiendo casi todo. El futuro de todas las especies incluido. Ahora estrena Polvo serán, de Carlos Marqués-Marcet, y lo hace con gesto y vocación de kamikaze. Ella es la suicida consciente en un musical (sí, musical) que a todo se atreve y, lo más sorprendente, todo lo logra. Se cuenta la historia de una mujer que, ante lo inevitable de una enfermedad terminal, opta por apropiarse de su propia muerte. Su compañero durante más de 40 años se niega a quedarse solo. Y la acompaña de la única manera que se acompaña a alguien que muere. Muriendo. Detrás quedan una familia y muchas más cosas, detrás queda una vida entera que, pese a todo, contra todos y con todos, sigue. No hay futuro sin Ángela Molina.
- ¿Qué le atrajo de una historia tan triste?
- Me conquistó todo. Leí el guion y me pareció fascinante. Yo no leo una historia y digo: «Uy qué triste». Me puede lo que siento y lo que sentí fue todo tan puro y con tanta vida que no pude decir que no.
- ¿Ha cambiado su idea de la muerte tras la película?
- No sé, yo no sé nada de la muerte. No lo sabía antes y no lo sé ahora. Lo que sí sé es que la muerte es muy triste por la sencilla razón de que desaparece lo que amamos, desaparece la vida.
- Además de esta película, protagoniza la última de Costa Gavras, que se vio en San Sebastián, también sobre la muerte y dentro de poco se verá otra más firmada por Germinal Roaux, que, a su modo, insiste en la vejez y, otra vez, en la muerte… ¿Qué está pasando? ¿Por qué tanta muerte?
- No hay más motivo que el hecho cierto de que siempre he tenido muy presente la muerte. Desde siempre, desde chiquitina… Tenía como siete años cuando me enfrenté por primera vez a ella. Y esto no creo que lo haya contado antes. Murió mi abuela, la madre de mi madre a la que tanto me parezco. Se llamaba Paula y yo la adoraba. Me escondí debajo de la cama en la que ella agonizaba. Y ahí me quedé. No paraba de entrar gente a la casa. En un momento dado, se acercó mi abuelo, la cogió de la mano y, en un instante de soledad entre los dos, le escuché decir: «Ay, Paula, el amor es como un árbol, el tiempo le da la vida». Se me quedó grabado, en efecto, eso de que la propia vida y el amor fueran como un árbol al tiempo le da sentido. Y creo que fue ese momento en el que tomé conciencia de que somos seres que tenemos un tiempo. Y lo curioso es que pensar en la muerte me hace reflexionar sobre la vida y estar muy atenta a todo lo que me rodea, a los gestos, a los detalles, a la compañía de unos y otros.
- Pese a lo que dice, da la impresión de que vivimos en una sociedad obsesionada con la juventud y completamente ajena a la muerte…
- Sí, todo lo cubre un velo de vanidad y banalidad. Solo parece preocuparnos como consumir el tiempo de la manera más rápida posible. Veo que la gente escucha los mensajes en el móvil a doble velocidad. Parecen conversaciones entre loros. No nos damos tiempo a disfrutar del propio tiempo. Es como si pospusiéramos constantemente lo verdaderamente importante para estar siempre ocupados en no se sabe qué exactamente. Es como si nuestra única preocupación fuera estar siempre entretenidos con algo. Pero bueno, tampoco hay que hacerme mucho caso. Son cosas que me vienen a la cabeza.
- Pero lo que comenta se le está viniendo a la cabeza a mucha más gente. Este año también Pedro Almodóvar y Pilar Palomero han estrenado también dos películas con la muerte como argumento…
- Es muy interesante. Quizá es el momento de parar y pensar. Y el cine también existe para eso: para contarnos como sociedad, para recordarnos que tenemos una memoria compartida. Al fin y al cabo, no somos nada más que nuestra memoria.
- ¿Estarías a favor del suicidio asistido como existe en Suiza, donde discurre parte de la película?
- Lo que tengo claro es que la ley tiene que estar siempre a favor de lo que el hombre necesita y respetar siempre su libertad. No hay suicidio posible cuando se usa de forma plena la libertad. Hay que respetar y amparar la voluntad de cada uno. Para eso tiene que valer la ley esencialmente. Si uno es responsable de su vida, también lo ha de ser de su muerte. Todos los razonamientos en contra de carácter religioso o teológico no me valen si son impuestos de unos sobre otros. Vimos muchos vídeos de gente que acude a estas clínicas y, todos con sus dudas, demuestran ser perfectamente conscientes y libres.
- ¿Qué le llamó más a la atención de todos esos vídeos?
- La valentía que hay que tener para ser uno mismo hasta el final. Y eso a pesar de todas las dudas, fiebres y debilidades. Van allí y se permiten desfallecer, pero van.
- ¿Qué relación guarda con la religión?
- Me considero muy espiritual. Yo amo al creador, vivo con él, pero no soy religiosa. Quiero creer que amo a dios a través de cualquier religión. Me gustan todas las religiones. Soy muy leal.
- Querrá decir desleal…
- No, no, leal. Lealmente desleal. Digo que soy leal porque tengo claro que dios solo hay uno y que él es artífice de esta vida maravillosa. Lo amo. Llevo casi 70 años aquí y doy fe de la maravilla que me rodea.
- ¿Le preocupa que todo se acabe aquí o alberga esperanzas?
- Quiero creer que siempre vamos a seguir formando parte de la vida. ¿De qué modo? Eso no lo sé. Sinceramente, yo con permanecer en el aire ya me conformo. Pese a todas las catástrofes y desgracias que suceden, la vida pervive y prevalece siempre. Sueño con que haya una respuesta que dé sentido a todo esto. Es solo un sueño.
- Hay una forma de eternidad que es el legado que uno deja para ser recordado. En el caso de una actriz, quedan sus películas… ¿Cuánto le preocupa la eternidad desde este otro punto de vista?
- Me preocupa, pero no de una manera personal. No me preocupa lo que yo deje, sino lo que deja el arte, el cine, la música… Más allá de cada uno de nosotros en concreto, la cultura queda en el corazón de la gente y queda para siempre. La gente se me acerca y me habla de mi padre y lo que me dicen es lo que lo llevan en sus vidas. Y se lo agradecen a él y me lo agradecen a mí. Ése es el legado que me interesa, la herencia compartida de la cultura, del arte, del propio amor…
- Cuando mira hacia atrás, ¿qué ve? Pregunto por su trabajo.
- Veo el cine que siempre ha formado parte de mi vida. Recuerdo que era apenas una adolescente que no levantaba medio metro del suelo e iba a la Filmoteca a ver las películas de Truffaut. Sentía que necesitaba volar y eso es lo que me procuraba el cine. El cine es una forma de soñar juntos que siempre me ha cautivado y lo sigue haciendo.
- ¿Se considera una persona nostálgica?
- No, me gusta el presente. No me he imaginado nunca en otro lugar y otro momento que el que vivo en este preciso instante. Y en lo que se refiere al cine, me asombra lo vivo que está hoy. Trabajo con todo tipo de directores y veo que siempre se renueva. El cine actual me parece más vivo y más oportuno que nunca.
- ¿Se imagina en una posición similar a la del personaje que interpreta?
- Mi personaje es una gran bailarina que no se permite desfallecer porque es muy consciente que ha vivido una vida plena. Y en sus últimos días se ve inundada por la memoria de todo lo vivido. Somos nuestra memoria. Me puedo imaginar que si yo me viera impedida o relegada a una silla de ruedas o a estar postrada en una cama, seguramente me embargaría la memoria porque amo y he amado a mucha gente.
- ¿Y sería capaz de reclamar para sí su propia muerte como hace ella?
- Creo que no porque confío en mis hijos, en mis nietos, en mi marido, en mi gente… Aunque pudiera darles muy poquito, insistiría en estar ahí para ellos. Ahora bien, si fuera un vegetal y realmente no pudiera dar ni recibir nada, entonces igual…