Begoña Gómez y su esposo, Pedro Sánchez, fueron al cine. Al salir de la sala, Pedro posteó en X: «Salgo emocionado de ver El 47, un homenaje maravilloso a la España plural y trabajadora que construyeron nuestros padres, madres, abuelos y abuelas». La película cuenta la historia de Manolo Vital, nacido en Valencia de Alcántara, Cáceres, que emigró a Cataluña para encontrar trabajo y que, con su carisma y activismo, logró cambiar su barrio y mejorar la vida de sus vecinos, casi todos ellos inmigrantes como él.
Apenas seis meses más tarde, el espectador entusiasmado y presidente del Gobierno ha firmado con Junts un acuerdo para transferir las competencias de inmigración a Cataluña. En el texto, desconcertante, se asume un compromiso de integración con criterios culturales, lingüísticos y cívicos, que quedará al arbitrio de la comunidad.
El texto subraya que el 24% de la población ha nacido fuera de Cataluña, y con «fuera de Cataluña» se refiere también a andaluces, extremeños o manchegos. El mensaje es claro: se exigirá catalanidad a los recién llegados. Pero, ¿qué significa exactamente ser catalán? Si un catalán se muda a Córdoba, ¿debo enseñarle a usar las palabras pego y fartusco, obligarle a cocinar un flamenquín y, si le pone queso dentro, mandarlo de vuelta a la frontera? ¿Lo abandono en Despeñaperros?
Ese acuerdo evoca el pensamiento que Jordi Pujol plasmó en su libro La inmigración, problema y esperanza de Cataluña. En sus páginas, describía a los inmigrantes del sur –de Extremadura, Andalucía y Murcia– como «hombres poco hechos». Y añadía: «Es un hombre que hace centenares de años que pasa hambre y vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual». Y concluía: «Constituye la muestra de menos valor social y espiritual de España y, si por la fuerza del número llegara a dominar Cataluña, sin antes haber superado su propia perplejidad, desharía Cataluña». Recientemente, Salvador Illa, poco después de ser investido presidente, recibió a Pujol en el Palau de la Generalitat y lo elogió como «una de las figuras más relevantes de la historia política de Cataluña».
En 2008, no hace tanto, Lluís Suñé, miembro de ICV-EUiA por Tarragona y concejal del Ayuntamiento de Torredembarra, publicó en su blog una peculiar protesta contra el sistema de financiación autonómica. Animaba a «apadrinar a un niño extremeño por mil euros al mes» y acompañaba su mensaje con una imagen de dos niños sucios y apesadumbrados, junto a los logos del Gobierno de España y de Unicef. Bajo la foto, podía leerse: «SOS Extremadura needs you».
«Ya no son sólo símbolos: ahora es una doctrina que defiende la primacía de los nacidos en Cataluña sobre quienes llegan de fuera»
El nativismo catalán siempre estuvo presente, oculto en la trastienda, disfrazado de corrección política. Pero ahora, con las concesiones de Pedro Sánchez, ha salido a la luz sin pudor. Ya no se trata solo de símbolos: ahora es una doctrina que defiende la primacía de los nacidos en Cataluña sobre quienes llegan de fuera, sean inmigrantes extranjeros o ciudadanos del resto de España. Su discurso se aleja de la inclusión y se adentra en la exclusión. Argumentan que la identidad catalana debe protegerse de la globalización, la migración y la influencia del Estado.
Cuando Pedro Sánchez hablaba de la España plural tras salir emocionado del cine, ¿se refería a esto? ¿Pensaba en un Estado troceado, con privilegios fiscales, con exigencias de catalanidad, con territorios que desarrollan su propia visión de los derechos humanos? ¿Desde cuándo la España plural se ha convertido en una España excluyente?
Cuando era joven e iba a Barcelona, tenía la costumbre de buscar mi apellido en la guía de teléfonos. Había muchos Agredano. «Medio pueblo se fue para allá», me decía mi padre en los veranos, cuando visitábamos el pueblo y me presentaban a primos catalanes que ni sabía que existían. Hombres y mujeres que trabajaron duro, no solo para ellos mismos, sino también para una tierra que hoy parece querer borrar su esfuerzo y abrazar el elitismo, la impostura y el desprecio. Sangre y apellidos. Exigencias y olvido.
«Sánchez empezó acogiendo a la tripulación del barco Aquarius y terminará con un pacto deshonroso que bordea la xenofobia»
Pedro Sánchez está obsesionado con su legado. Con cómo será recordado. Pues que añada a su currículum un pacto que atenta contra la identidad de nuestro país, que guillotina la igualdad y la pluralidad. Su última gran obra ha sido un homenaje a la diferencia y a la exclusión.
El Gobierno de Pedro Sánchez empezó acogiendo a la tripulación del barco Aquarius y terminará con un pacto deshonroso que bordea la xenofobia. Es una muestra más, quizá la última, de una deriva no sólo política, sino ética. Las mandíbulas metálicas del poder devorándolo todo. Una ciudadanía engañada, pisoteada y ahora, mercantilizada.
Pero hay más dignidad en las manos encallecidas de los extremeños y andaluces que levantaron Cataluña edificio a edificio, fábrica a fábrica, fanega a fanega, que en las de quienes firmaron este acuerdo con la tinta de la miseria política y la inmoralidad.