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Arancel, la palabra más horrorosa del diccionario, por Manuel Pimentel

by Marko Florentino
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Es evidente que no estamos de acuerdo. Para Trump, arancel es la palabra más hermosa del diccionario, mientras que, a nosotros, nos parece, sencillamente, horrorosa. Arancel significa el reconocimiento de un fracaso, la constatación del vigor perdido para competir, la evidencia de la decadencia por venir. Estados Unidos fue quien, tras la caída del Muro de Berlín y la derrota del bloque soviético en la Guerra Fría, encabezó la que conocimos como globalización, esto es, supresión de aduanas y aranceles y un mundo abierto para comerciar e invertir. Tuvo un gran éxito y todos los países, salvo alguno peregrino como Corea del Norte, se apuntó al carro del comercio libre.

Ahora, 35 años después, paradójicamente, es Estados Unidos –el mismo, pero tan diferente– quien parece dispuesto a enterrar a esa fecunda globalización que él mismo pariera. Ver para creer. El Estados Unidos de entonces, confiado en sus fortalezas, no temía el competir. Es más, repetía que el desarrollo de los terceros más pobres abriría mercados para sus bienes y servicios tecnificados y avanzados. Así, todos ganaban, y tuvo razón. El mundo pobre se desarrolló como nunca lo hiciera, exactamente lo contrario de lo que temían los movimientos antiglobalizadores de aquel entonces. Hoy, desconfiando de su propia capacidad competidora, desea protegerse en vez de competir. Malo, malo. Ya sabemos lo que suele pasar con los equipos que se encierran atrás y que desisten de atacar. Al final, siempre terminan perdiendo.

Ya veremos las consecuencias económicas y geopolíticas de la broma. Pero antes de acercarnos a ella, una confesión personal. Soy atlantista y europeísta. Siempre creí que España debía estar integrada en Europa y que Europa debía mantener una especial relación de socio y amigo con EEUU, en igual de condiciones, en beneficio recíproco. Por eso, cuando ya en 2018, en su anterior gobierno, Trump comenzara por imponer sus primeros aranceles, algo se quebró en mi paradigma ideológico. ¿Cómo era posible que EEUU, paladín del librecambismo y reserva espiritual del liberalismo, troceara el mundo abierto con las añosas aduanas y aranceles? Ahora, que ha regresado, los ha impuesto con mayor fuerza y aparente convicción, a pesar del creciente rechazo de parte de su equipo, alarmado por el destrozo que puede suponer. Es cierto que lo repitió a lo largo de su campaña, pero pensamos que sería una bravuconada más. Desgraciadamente, no lo era.

Más allá de su pulso con China, que comprendemos, los aranceles abren una guerra de todos contra todos, en la que nadie puede ganar. Y, probablemente, en economía, prestigio, referencia y poder, quien más lo sufra sea nuestra admirada nación norteamericana. ¿Por qué lo hace entonces? Todos suponemos que existe un plan, más allá de la promesa electoral, con medido tufo populista. Hemos leído de todo. Unos, que si para debilitar al dólar. Otros, por el contrario, que para reforzarlo. Hay quiénes creen que se trata de una añagaza para negociar mejor y muchos, desde luego, por reducir su déficit comercial. Los que conocen los entresijos geopolíticos nos cuentan que, una vez comprobado que, con las actuales reglas globales, China terminaría partiendo la pana, los Estados Unidos se han visto obligados a cambiarlas en pleno partido, antes de finalizar derrotados por goleada. Quién sabe.

El caso es que ha liado un pollo de tal calibre, que las bolsas se hundieron, su divisa sufrió y el mercado de deuda se resfrió. Hubo de matizar y bajar el pie del acelerador, a costa de generar una gran confusión e incertidumbre que ha tenido como inevitable consecuencia la parálisis inversora y el retraso en la toma de decisiones. ¿Cómo comprar a medio plazo si no sabemos cómo nos penalizarán los dichosos aranceles? ¿Cómo invertir es este o aquel país si no podemos prever las consecuencias que los cambios aduaneros pueden tener sobre su competitividad? Moraleja, la inversión se ha frenado, las operaciones de compra-venta de empresas congelado, el comercio mundial paralizado. Y es que no debemos olvidar que la incertidumbre hace aún más daño que los ya de por sí dañinos aranceles. La montaña rusa de las bolsas mundiales es reflejo del temor, durante los primeros días; de la incertidumbre, después.

«El arancel hace subir los precios al consumidor y genera inflación»

¿Por qué recurrir a los odiosos aranceles, costosos y burocráticos, símbolos de otra época? La finalidad teórica del arancel puede ser cuádruple. Por una parte, un ingreso para las arcas públicas. Por otra, una vía de protección para la producción local frente a la competencia internacional. En tercer lugar, por la influencia que pudiera tener en tipos de cambios e intereses. Por último, una medida para presionar, castigar o subyugar a agentes externos o internos, al servicio de una mirada geopolítico. Veremos. En todo caso, tendrá, como hemos reiterado, un alto coste. El arancel hace subir los precios al consumidor y genera inflación. Y el beneficio supuesto para la producción propia queda muy menguado por los aranceles recíprocos que tendrán que soportar sus propias exportaciones, impuestos como represalia por los países castigados por los aranceles propios. Una carrera arancelaria en la que todos perdemos y que termina pagando el empleo y los ciudadanos.

La globalización, pese a sus defectos y posibles abusos, ha resultado extraordinariamente beneficiosa para la economía y el desarrollo mundial, sobre todo para los países más pobres. Basta mirar los crecimientos de los países asiáticos o africanos en comparación con los europeos para confirmar la afirmación anterior, que pudiera resultar contraintuitiva, pero lógica a todos los efectos. Recuerdo aquellas tremendas manifestaciones antiglobalización de los noventa con el argumento de que las sociedades ricas se comerían a las pobres. No ha sido así, como bien sabemos. Curiosamente, aquellos que protestaron por quitar aduanas, vuelven a protestar, pero ahora porque las ponen de nuevo. Cosas de la vida juguetona y caprichosa.

Un ciclo de la historia, la globalización, que comenzara tras la Caída del Muro de Berlín, ha finalizado. Comienza otro de incierto perfil al que tendremos que adaptarnos para sobrevivir y, ojalá, prosperar. Suelo mirar con optimismo el futuro, a pesar de todo, ¿qué otra nos queda? Ya veremos qué nos depara en esta ocasión. Seguramente la fiesta irá por barrios, a unos sectores favorezca y a otros perjudique. Pero siempre preferiremos aquel mundo abierto, donde se podía viajar, cooperar, negociar, invertir, estudiar, conocer, sin demasiado coste ni dificultad. Viva la libertad.

Maldito arancel, la palabra más horrorosa del diccionario.





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