El 20 de septiembre de 2023, una mujer llamada Priscila acudió a la Guardia Civil para denunciar que su esposo le acababa de confesar que había estado ocultando durante dos meses el cadáver del anciano al que llevaban cuidando desde hace años. Lo había hecho, según su testimonio, después de que el señor se muriera por sorpresa en el coche de su marido tras sentirse mal. Además, les indicó dónde podían estar su esposo y el cuerpo de la víctima. No había constancia de ninguna desaparición a nombre del anciano. Una patrulla acudió a una finca en Sotillo de la Adrada (Ávila) cuya dirección proporcionó la mujer. Allí, encontraron a su marido, Jaime, al que tuvieron que alumbrar con una linterna porque ya había anochecido. Nervioso y con voz entrecortada, les explicó que había hecho “cosas muy malas”, recalcó que se las había ocultado a su mujer y dijo que se quería suicidar.
Jaime ofreció otra versión. Explicó a los agentes que el 12 de julio, cuando regresaba con el anciano del hospital, había estallado una discusión entre ambos, había aparcado al lado de una gasolinera en Brunete (Madrid) y lo había asfixiado con el cinturón de seguridad. Después, lo había ocultado en el sótano de su casa familiar en San Martín de Valdeiglesias (Madrid), en la que también residía el anciano. Según Jaime, ese 20 de septiembre había sacado el cuerpo, lo había metido en un bidón con cal, que introdujo a su vez en una caja blanca y lo había trasladado hasta esa finca, propiedad de una amiga. Con la luz del día, los agentes abrieron el bidón y, efectivamente, encontraron el cadáver de la víctima con la pulsera del hospital todavía intacta. Se llamaba Manuel y tenía 90 años cuando murió.
Había un cuerpo y un culpable que había confesado. Faltaba el motivo. Revisando las cuentas del anciano, los investigadores descubrieron que la casa del matrimonio en San Martín de Valdeiglesias había sido adquirida con el dinero del fallecido. Ellos aseguraron que él se lo había donado. También constataron que en las últimas semanas había decenas de extracciones de dinero y hallaron en una caja en la vivienda 64.000 euros en billetes de 50. El matrimonio había comprado dos coches en los últimos años. En total, la Guardia Civil cree que 500.000 euros del patrimonio de Manuel fueron a parar a la familia que lo cuidaba. Además, dos de los hijos de la pareja se habían instalado en una vivienda que el anciano tenía en Madrid capital, en el distrito de Carabanchel.
La cosa no acabó ahí. Había cosas que no cuadraban, como por ejemplo, el estado de un cadáver que debería estar en avanzado estado de descomposición si hubiera estado oculto en un sótano antes de ser rociado con la cal. También era extraño que el hombre hubiera asfixiado a la víctima en una gasolinera a plena luz del día, donde cualquiera podía verlo. Tampoco cuadraba que la mujer no se hubiera preguntado en dos meses dónde podía estar el anciano al que llevaban años atendiendo.
Los investigadores del grupo de homicidios prosiguieron las pesquisas para no dejar ningún cabo suelto porque, para ellos, los había. Así que revisaron los móviles del matrimonio y encontraron en el de ella unas conversaciones con una mujer que se ocupaba de las tareas de la limpieza en su casa que llamaron su atención. “Don Manuel ya no va a regresar a casa”, le dice en un mensaje de audio el 12 de julio a las diez de la mañana. Ese día, Priscila había dormido en el hospital con el anciano y por la mañana, Jaime había ido a buscarlo porque le daban el alta. En ese intercambio, le pedía que vaciara la habitación de las cosas del anciano.
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Otro de los mensajes que levantó las alarmas se envió el 19 de septiembre, en el que Priscila le indicaba que limpiara la cocina, en la que habían hecho obras. Los agentes no hallaron ninguna reforma en la vivienda y sospechan que esos restos que la mujer recogió eran los de la construcción de la caja en la que metieron el bidón en el que estaba el cuerpo. La limpiadora incluso ayudó al hombre a transportarla hasta el coche, sin imaginar su macabro contenido. Además, los agentes recabaron el testimonio de una médica que recordó que el anciano se había quejado de la mala relación con Priscila. Por todos estos motivos, el 22 de diciembre, también la mujer fue detenida como cómplice de su marido. Su defensa, ejercida por Beatriz Uriarte, niega esta posibilidad y aduce que, sin la denuncia de su representada, no habría sido posible encontrar el cuerpo.
La Guardia Civil sospecha que Manuel fue asesinado en la casa de Carabanchel poco después de salir de la clínica. Las cámaras de tráfico indican que el coche de Jaime estuvo allí en esa fecha y el testimonio de la limpiadora indica que el hombre jamás regresó a San Martín de Valdeiglesias con vida. Las pruebas forenses también indican que el deterioro del cuerpo no correspondía al que habría sido normal en verano, por eso apuntan que fue introducido en el bidón que quedó en el sótano enseguida. En el registro de la vivienda, los agentes de criminalística detectaron restos de cal dentro de un cuarto cerrado con un candado. Para los investigadores, este crimen fue una cosa de dos.
La Guardia Civil también inspeccionó la casa de Carabanchel, donde sospechan que se cometió el asesinato y donde el anciano había vivido con su hermana, fallecida años atrás. El hombre nunca se casó ni tenía hijos ni sobrinos. En los informes policiales, los agentes describen que el domicilio “no refleja el uso durante los años que vivió en ella don Manuel, más de 30, existiendo en ella muy pocos recuerdos y efectos personales de los que cualquiera puede acaparar a lo largo de su vida”. En un cajón de esa casa, los agentes hallaron unos papeles con un puñado de teléfonos que se llevaron, con la esperanza de encontrar a alguien a quien notificar el fallecimiento. Entre los números, estaban el del pintor, el del taller de persianas y el de una empresa de servicios funerarios. Tras varias llamadas, consiguieron dar con un pariente lejano que no tenía relación con el fallecido. Alguien que una vez conoció a Manuel.
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