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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha tenido en vilo durante cinco días a esa ciudadanía a la que él mismo mandó una carta el pasado miércoles. Este lunes, marcada en el calendario aparecía la cita para saber qué haría, como deshojando una margarita: si se iba, si se quedaba. EL PAÍS ha pasado la mañana en dos bares diferentes de Madrid para saber cómo reacciona la gente de a pie al hecho de que su presidente anuncie su (no) dimisión. Uno, en Puente de Vallecas; otro, en el paseo de Extremadura. Así se ha vivido el momento más esperado de la semana entre cafés, cañas, pinchos de tortilla y algún que otro chiste.
En un bar de Vallecas: “Si renuncia, me emborracho”
Han sido cinco días de intriga, especulación y nervios por la esperada decisión de Pedro Sánchez, pero quizás la España real no se ha enganchado a esta telenovela. Poco antes del desenlace, todo el mundo pasa del televisor en el bar de Ibona, en el corazón de Puente de Vallecas, en el distrito donde el partido socialista consiguió el mejor resultado en las elecciones generales del año pasado (40,74% de los votos). Ni siquiera la cuenta atrás que muestra Telemadrid saca a los parroquianos de su hastío de lunes por la mañana. Cuando quedan solo 20 minutos, la hostelera agarra el mando y apaga el aparato. Su clientela ni se inmuta. Un hombre juega a las tragaperras, un par de profesores del instituto Vallecas I comentan las vacaciones de uno de ellos en Cantabria y un joven puertorriqueño con una chupa de cuero y aretes en la oreja escucha música indie en sus auriculares mientras devora un pincho de tortilla. El más sorprendido por el gesto de Ibona es el periodista.
―¿Cómo es que ha quitado la televisión?
―Yo a esta hora siempre la quito.
―Pero, ¿y el anuncio de Sánchez?
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―¿Qué anuncio? ¿Tú crees que yo puedo estar pendiente de eso? Si estoy pendiente no puedo servir a la gente. La política para los políticos.
Por algún motivo, Ibona se arrepiente cinco minutos después y vuelve a poner Telemadrid, aunque los clientes siguen a sus cosas hasta que llega el gran momento, a las 11.00, y sale el presidente con gesto serio delante de un pórtico de la Moncloa. Se pone a hablar, pero la máquina de café lo ensordece todo. Un hombre hace un amago de acercarse al televisor para oír mejor, pero no. Realmente va al baño.
Otros tres hombres han girado la cabeza desde la barra y contemplan la imagen del presidente, que ya lleva un par de minutos hablando sin que se le entienda mucho. “Si renuncia, me emborracho hoy”, dice uno. “Ese no se va ni con agua caliente el cabrón”, le responde su amigo.
Ibona, que se ha dado cuenta del creciente interés, sube el volumen. Ahora sí, se escucha nítidamente a Sánchez, hablando de “la degradación de la vida pública”. Por momentos parece que la intriga se apodera de los presentes, que guardan silencio, aunque ni siquiera por esas paran de hablar de sus asuntos un par de amigas al fondo en una mesa.
A las 11.05, Sánchez está a punto de desvelar lo que va a hacer: “Gracias a esa movilización social que ha influido decisivamente en mi reflexión y que vuelvo a agradecer, quiero compartir con todos ustedes lo que finalmente he decidido…”, dice Sánchez. “He decidido seguir”.
Y entonces a los amigos de la barra se les escapa la risa.
―¡Ya lo puedes bajar Ibona!
―Esto estaba claro. ¡Este chorizo no se va a ir! ¿Cómo va a dimitir? ¡Demasiado bien vive a costa de los demás!
La tele se funde a negro y suena la música dance de una radiofórmula. Parece que Ibona quiere levantar el ánimo a los presentes, pero no todo el mundo está enfadado. El tercero de los amigos se asoma a la puerta y ahí, sin que le oigan sus compañeros, confiesa que está satisfecho: “Yo tenía claro que iba a seguir y es lo mejor que podía pasar. El país es como una empresa y el mejor gestor es él”.
Fuera del bar la vida sigue como si nada. En la calle de al lado, unos agentes de Policía meten esposado en un coche a un joven. Esta escena tampoco atrapa a los curiosos.
Media hora después, había dado tiempo a que la noticia corriera por los WhatsApp y otras redes sociales, pero en la peluquería Kibe, frente al bar, nadie había comentado nada sobre Sánchez. Una peluquera preguntaba al periodista con el escaso interés de alguien que intuye que su vida no va a cambiar por la respuesta: “¿Y qué ha pasado?”
En el paseo de Extremadura: “Gooooool de Señor”
Quiso el guionista que este lunes fuera la festividad de San Pedro Mártir, que el Rey celebrara un acto oficial en el Centro de Explosivos Improvisados de Hoyo de Manzanares y que el pincho de tortilla estuviera especialmente bueno en el bar Los 60, una especie de santuario nostálgico en el paseo de Extremadura número 8 de Madrid. En este distrito, Latina, el PP ganó en las últimas generales con 44.649 votos, el PSOE tuvo 37.955, Sumar 22.784 y Vox 13.463.
El bar, decorado con trajes de la Guardia Civil, billetes de 100 pesetas, imágenes de la virgen, cartillas del Ministerio de Educación Nacional, placas de la Falange y capotes de torero, ha vivido la decisión de seguir de Pedro Sánchez como la tanda de penaltis de un equipo de derrotado. Embobados frente a la televisión junto a los que llevan la misma camiseta.
Los rating en televisión registran la audiencia de las grandes finales de Champions como una línea que asciende minuto a minuto. Arranca con una buena cuota de pantalla, crece al terminar la primera parte, se duplica en la segunda, se dispara con la prórroga y alcanza cifras históricas, el minuto de oro, con el último penalti. El momento en que hasta la abuela que trastea con las judías se suma al espectáculo.
Algo así ha pasado la mañana de este lunes en la televisión que colgaba en la pared junto a una placa del general Ampudia y una Virgen rojigualda en honor a la Guardia Civil. En la radio sonaban Los 40 Principales y, de fondo, una televisión silenciada, anunciaba en letras grandes la comparecencia de Sánchez en 14 minutos y 58 segundos, 57, 56, 55…. Pero a las 10.45, pocos clientes podían permitirse un respiro frente al pincho.
Los que llegaban por el cortado sorbían, miraban a la pared, volvían a sorber, pagaban y salían. En una mesa pegada a la barra, cuatro trabajadores miran de reojo la televisión con la taza en la mano mientras hablan de bombas hidráulicas, de compresores y de un curso de formación. El bar es un ibérico cuadro de Hopper donde la España que madruga toma el cafelito a media mañana y la que trabaja los sirve desde las 7.00. Si el guionista hubiera estado fino sonaría The final countdown de Europe y no habría premio que se le resistiera.
📽️ Así ha sido la comparecencia íntegra de Pedro Sánchez para anunciar su decisión de continuar al frente del Gobierno https://t.co/BM1aDYbAS0
— EL PAÍS (@el_pais) April 29, 2024
A 13 minutos del final, la mesa que habla de compresores da un giro a la conversación. “Porque el móvil de Begoña, Marruecos, Pegasus…”, dice el que parece manejar fuentes ajenas a todos los demás. Cuando la cuenta atrás marca 10 minutos, el que tiene a su derecha, también inquieto, se olvida definitivamente de los compresores y grita a la barra…
―Casaaa. Sube la tele, sube, a ver qué hace el Sánchez.
Una pareja de mediana edad se suma al grupo que sigue ahora de pie la televisión. El hombre recién incorporado echa un vistazo general a la escena y apuesta por el chiste:
―Parece la llegada del hombre a la luna.
En el exterior del local, tres amigas con carpetas y libros de Preu, siguiendo la dialéctica del bar que las acoge, ajenas a lo que se cuece dentro, charlan animadamente bebiendo Coca-Cola Zero en una terraza con mesas y sillas pintadas de rojo y amarillo. Entonces Pedro Sánchez empieza a hablar: “Por muy alto que sea, no hay honor que justifique el sufrimiento de las personas que uno más quiere, y ver cómo se intenta destruir su dignidad, necesitaba parar y reflexionar. Sé que la carta pudo desconcertar porque no obedece a ningún cálculo político. He mostrado un sentimiento que no suele ser admisible en política…”.
―Vamos, Pedro, que no estás recitando a Becquer―, insiste el mismo hombre, coronado ya como el simpático del nuevo grupo.
Pasadas las 11.05, en la tele rodeada de capotes y banderas, se hace una pausa y se escucha: “He decidido seguir. Seguir con más fuerza si cabe al frente de la Presidencia…”.
―Tssssssss―, chista el más alto al ver el balón salir rozando el palo.
―Goool de Señor―, vacila el cómico, que resulta también ser el mejor analista.
Cuando las 11.08.26 Pedro Sánchez termina su intervención, da media vuelta y vuelve a su puesto de trabajo, también lo hace el resto del bar. El hombre de la barra se gira hacia el café, la camarera vuelve al trapo en la encimera, la mujer del fondo sigue contestando whatsapps a su jefe, el ecuatoriano carga otro saco de patatas hacia la cocina y los dos ancianos vuelven a hablar del ambulatorio.
Escribe al autor a fpeinado@elpais.es o fernandopeinado@protonmail.com
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