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Ausentes del trabajo… y de la vida | Noticias de Cataluña

by Marko Florentino
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Estupor es lo mínimo que sentimos cuando leemos noticias como que Cataluña lidera el ranquin europeo de absentismo laboral con un coste equivalente al 7% del PIB, según el INE. Durante la última década se han doblado las horas perdidas por baja laboral, pasando de 3,8 a 7,8 horas mensuales de media por trabajador.

En los últimos años, ciertamente, el absentismo no para de crecer, y se ha convertido en uno de los principales dolores de cabeza para el empresariado. No ha faltado quien, rápidamente, ha elaborado la ecuación ganadora: si en Cataluña la inmigración es más elevada que en el resto de España, es lógico que también lo sea el absentismo. Vincular estos dos fenómenos no es nuevo: estamos acostumbrados a la categorización negativa de los migrantes, adscribiéndoles todo tipo de conductas disfuncionales. Llamamos racismo simbólico a este nuevo racismo que no se expresa de forma abierta o biológica, como el clásico, sino a través de atribuciones morales o conductuales. Se expresa en frases como: “Es que ellos no tienen nuestra ética del trabajo” o “Ya se sabe, abusan del sistema”.

Como sociedad, siempre es un alivio contar con un chivo expiatorio, como diría el psicólogo Gordon Allport, que permite que las minorías sean utilizadas como blanco de frustraciones sociales ante fenómenos complejos en lugar de afrontar el deterioro de condiciones laborales o causas estructurales.

Sin embargo, este prejuicio es completamente falso. La realidad es que los estudios sobre absentismo laboral indican que el fenómeno afecta a toda la población asalariada, independientemente del origen, y responde a factores como el tipo de contrato y condiciones laborales, el sector económico (mayor en sanidad, servicios sociales, industria o construcción) o la edad y el nivel de salud. Estas son las verdaderas causas escondidas del absentismo laboral. De hecho, las personas migrantes tienden a faltar menos al trabajo, probablemente por su mayor precariedad y temor a perder el empleo.

Según informes de Adecco e INE, los mayores índices de absentismo se observan en personas con contratos estables y de alto desgaste emocional, como el sanitario, educativo o servicios sociales. Sectores que, además, suelen estar feminizados, con menores sueldos y prestigio social. Y aquí reside otra de las claves: la ansiedad, la depresión, el estrés y una sensación generalizada de vulnerabilidad psicoemocional constituyen ya el 30% de las ausencias al trabajo.

Faltar al trabajo, por tanto, nos habla de salud mental. Porque la ausencia laboral afecta a todos los aspectos vitales. Pérdida de autoestima y de identidad profesional, trastornos emocionales, sentimientos de aislamiento social y soledad o dificultades en la relación con los compañeros. Si la tendencia creciente de ausencias está vinculada al bienestar emocional habrá que volcarse en cambiar ese clima, esos liderazgos, esa vulnerabilidad emocional. Eliminar cargas de trabajo excesivas, evitar los desequilibrios entre la vida personal y laboral, promover el talento y reconocimiento de las mujeres y, especialmente, acabar con entornos laborales tóxicos con mejores liderazgos. Primero, recursos, sí, pero después cambios organizativos reales.

Sara Berbel, asesora estratégica y doctora en psicología social



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