Si el Partido Popular pierde la mayoría absoluta en Galicia, y por ello el gobierno de la Xunta, la carrera política de Núñez Feijóo habrá terminado. Sí, será señalado como culpable del fiasco, aunque nunca sabremos si lo es, pues resulta imposible determinar cuánto influirán sus desahogos en la decisión electoral de centenares de miles de gallegos variopintos. Pero esto no importa. En los momentos traumáticos nadie está para finuras; no habrá tiempo ni calma para citar la falacia Post hoc ergo propter hoc. Nadie, salvo el propio Feijóo, tendrá aliento para subrayar que la correlación no implica causalidad. La versión oficial será que el PP ha perdido Galicia por los excesos de sobremesa de su expresidente. Lo dice bien Cristian Campos: las elecciones gallegas se leerán como un referéndum sobre el futuro de Feijóo.
Todos los analistas coinciden en que Feijóo se equivocó al decir lo que dijo: la trascendencia de sus palabras es opinable, la trascendencia de haberlas pronunciado es indiscutible. Confesar ante un grupo de periodistas que el PP habló con Junts el pasado verano, que considera que las acusaciones de terrorismo serán difíciles de probar y que estaría dispuesto a conceder un indulto con condiciones a Carles Puigdemont, sólo puede ser calificado de torpeza. Una torpeza amplificada por un contexto que ha actuado como nitrato de amonio: entrábamos en semana electoral y el Gobierno atravesaba un momento de debilidad tras la decisión del Parlamento Europeo de investigar la trama rusa del procés. Así funciona la política: una palabra de más y el viento que era favorable se convierte en un huracán en contra.
Lo más grave para la credibilidad del PP es la predisposición a indultar (con condiciones) a Puigdemont, y fíjense que a mí me parece lo más razonable. Aquí hemos defendido desde 2018 que el indulto no es problemático en abstracto. La inmoralidad de los indultos concedidos en 2021 radica en que, como la amnistía, fueron una transacción. Y como tal, prescindió de los requisitos razonables: arrepentimiento, promesa de no reincidencia, lealtad a los valores y procedimientos constitucionales, y compromiso de hacer la pedagogía pública necesaria para concienciar a la sociedad de que el llamado procés fue un alzamiento antidemocrático. Como la Vía Nanclares, esta hipotética Vía Estremera hubiera facilitado la reinserción de aquellos dispuestos a abjurar de los métodos antidemocráticos. El objetivo de esta Vía no sería la de reconciliar a España con los nacionalistas, sino dar la opción a los nacionalistas de reconciliarse con la democracia española. Para ello tendrían que reconocerla como su víctima, claro, y ellos reconocerse como sus tentativos verdugos.
Pero ni Feijóo, ni nadie del PP, ha explicado los contactos con Junts en estos términos. Los ecos son nostalgia de un catalanismo que no existe. En el PP no hay plan ni estrategia para enhebrar los hilos del postprocés, ni conciencia de que además de una alternativa electoral al sanchismo, a la oposición le corresponde ser una alternativa moral. Sospecho que a sus electores no les basta con que Feijóo no sea Sánchez.
Es divertido, a propósito de esto, reparar en las reacciones del PSOE al traspié de Feijóo. Los más furibundos han reaccionado acusando al PP de cinismo, por hacer lo mismo que tanto critican en ellos. No debes confiar mucho en el suelo moral que pisas, cuando lo peor que puedes decirle a tu enemigo es que se parece a ti.