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Beth Gibbons, el hechizo de una música a cámara lenta | Noticias de Cataluña

by Marko Florentino
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No se oía nada, ni el lejano rumor del tránsito, ni la vida de los animales nocturnos, ni comentario alguno de los espectadores que no llenaron por completo el recinto. El silencio es un cómplice de la música de Beth Gibbons, un susurro dolido que amanece en la penumbra gracias al detallismo de la instrumentación de un pop de cámara que crece en las distancias cortas. Ya logró que su público estuviese silente en un espacio de tanta algarabía como un festival, el Primavera Sound del año pasado, de manera que en el recogimiento de Les Nits de Pedralbes, en un rincón ajeno a la histeria urbana, la cantante de Portishead emergió como una pausa que todo lo acalla y suspende.

Soberbio su recital, una lluvia fina de instrumentación, un mar de detallismo sonoro, unos arreglos milimétricos y una voz que lleva a pensar que hasta las heridas pueden ser bellas. Si hace un año cantó en el Primavera una docena de temas, esta vez llegó a los catorce añadiendo Glory Box (Portishead) y Whispering Love, canción de su propia cosecha incluida en su primer disco en solitario, Lives Outgrown. Del año pasado. Beth tiene 60 años.

Todo en ella parece hecho lejos de las leyes de los hombres, que dirían Manolo y Quimi. Un disco de debut a los 60 años, tres discos de estudio con su banda, uno más con Rusti Man (Paul Webb, ex bajista de Talk Talk) y otro cantando a Henryk Górecki (sinfonía nº3) bajo la batuta de Krzystof Penderecki. Cuando ser hoy artista implica crear contenido de manera continuada, en todo momento, para todas las plataformas, Beth solo atiende a su reloj interior, acompasado con el transitar lento y sinuoso de sus canciones. La lentitud y la pausa son hoy contracultura, revolución y freno. Su sola invocación deviene arena en reloj, imprevistos en la cadena de producción, constreñimiento de la fluidez del consumo, espacio para sentir y pensar.

De ahí lo ceremonioso de su concierto en Pedralbes, fiel a sus gestos estéticos, melena rubia en suave caída, pantalones tejanos, manos asiendo el micro, apenas unas palabras de agradecimiento y música, mucha música solo alternada con silencios, aplausos y un sonado griterío solicitando un cuarto bis que no llegó. Ni asomo de desmesura. El café, corto.

Como si el tono artístico de Beth ya impregnase al público, tampoco hubo alocados sobresaltos entre la platea, que reaccionó de manera manifiesta solo con Floating on a moment, tema propio, Tom The Model, de su disco con Rustin Man y unos Glory Box y Roads de Portishead, que cada década que pasa parecen aún más soberbios. Sonidos precisos, hielo que quema y hiela al mismo tiempo. Y no es que el resto del repertorio no impresionase al público, es que parecía que aplaudir en exceso, o gritar, o entusiasmarse más de la cuenta rompería el delicado encanto de la noche.

Hasta daba la sensación de que el sonido de los aplausos solo ajetrearía la trama de las canciones, suspendidas en guitarra acústica, un bajo ubicuo, violines ora chirriantes ora aterciopelados, percusiones más consagradas al pespunte que al acento, teclados e instrumentos de metal, que por ejemplo en la apertura con Tell me who are you today evocaban la sirena de barítono de un navío.

Todo en su lugar, con un sonido sin mácula, haciendo crecer las canciones ajenas a la premura, impulsadas con parsimonia melancólica por su voz de contralto. Solo Beyond the sun se salió de la ceremoniosidad, aunque para llegar a una psicodelia de salón, pulcra incluso con los violines persiguiéndose uno a otro.

La noche, sobra decirlo, acabó antes de lo por todo el mundo deseado. Aún con todo, la mesura en unos días de desmesura se convierte en virtud. ¿No dicen en Japón que hay que quedarse con hambre antes de atiborrarse? Aunque Beth Gibbons y empacho suenen a oxímoron, con la calculada intensidad del show y su aproximada hora y media de duración, el organismo tuvo suficiente material que procesar.

A pesar de que el show fue casi idéntico al anterior, y si nada cambia se parecerá mucho al siguiente, lo diferencial sigue siendo ella, su voz, sus canciones, su dominio del tiempo y la hipnótica trama de detalles que hacen de los conciertos de Beth Gibbons algo inusualmente humano. Incunables entre los destellos de miles de pantallas digitales.



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