Finalmente, Pedro Sánchez y Joe Biden habrán coincidido, uno como inquilino de La Moncloa y otro de la Casa Blanca, tres largos años, casi cuatro. Cuando Sánchez llegó a la Presidencia, en junio de 2018, Donald Trump era el presidente de EE.UU. y a partir de enero del año próximo no es imposible, e incluso es probable, que ambos vuelvan a coincidir.
La llegada de Biden en enero de 2021 llevó a Sánchez a tratar de mejorar notablemente las relaciones con Washington, cosa que terminó consiguiendo, aunque no sin tropiezos significativos. Sobre todo uno, ocurrido el 14 de junio de 2021 en Bruselas. Lo que Moncloa anunció entonces como el primer encuentro bilateral de envergadura entre ambos, durante la cumbre anual de la OTAN que tuvo lugar en Bruselas, terminó siendo todo un fiasco, cuando no un ridículo. Sánchez y Biden, ambos aún con mascarilla, pasearon durante apenas veinte metros por un pasillo.
La especulaciones y memes en las redes sociales sobre a qué daba tiempo a hablar en tan escaso tiempo supusieron un escarnio muy duro para el líder del PSOE. Un mes después, y al anunciar la mayor crisis de gobierno que ha acometido hasta ahora, Sánchez incluyó en ella por sorpresa a su hasta entonces fiel jefe de Gabinete y gurú de la comunicación, el ínclito Iván Redondo, responsable de haber lanzado las campanas al vuelo sobre aquel encuentro. Esa remodelación del Ejecutivo conllevó también el relevo en Asuntos Exteriores de Arancha González Laya por José Manuel Albares, quien enseguida se puso a la tarea de mejorar las relaciones con la administración demócrata.
Un año después, España albergó con gran éxito la cumbre de la OTAN y Sánchez pudo recibir en Moncloa a Biden, comparecer con él y sellar importantes acuerdos, incluido una renovación de las relaciones bilaterales que no se hacía desde los tiempos de José María Aznar y George W. Bush, y también un aumento de la inversión americana en la base de Rota (Cádiz) con dos nuevos destructores.
Además del vínculo atlántico, aunque no desvinculado del mismo, Sánchez ha sido uno de los gobernantes europeos que mayor acento ha puesto en la ayuda a Ucrania, incluso a costa de ocultar recientemente una importante partida de mil millones de euros en armamento para Kiev de la que ni las Cortes ni el Ejército tuvieron noticia, y que levantó la protesta de Sumar, el socio de coalición, tan furibundamente antiatlantista como el resto de aliados parlamentarios del Gobierno. Durante la era Albares se ha producido también el giro copernicano en las relaciones con Marruecos tras admitir su soberanía sobre el Sahara, una asunto al que nunca es ajeno EE.UU.. Una tercera cumbre OTAN, la de este mes en Washington, ha sido la última cita en la que han coincidido ambos.